tag:blogger.com,1999:blog-87138303564919506772024-03-14T00:55:15.810-03:00Balcón de LetrasUn blog sobre libros. ¿ya elegiste qué leer?Martín Rondinahttp://www.blogger.com/profile/07042386397707757311noreply@blogger.comBlogger53125tag:blogger.com,1999:blog-8713830356491950677.post-39682022613104323332020-10-23T23:46:00.002-03:002020-10-23T23:46:18.808-03:00Los Gatos de Ulthar - H.P. Lovecraft<p style="text-align: center;"><b> Los Gatos de Ulthar (H.P. Lovecraft)</b></p><p align="justify"><b> </b>Se dice que en Ulthar, que se encuentra más allá del río Skai,
ningún hombre puede matar a un gato; y ciertamente lo puedo creer
mientras contemplo a aquel que descansa ronroneando frente al fuego.
Porque el gato es críptico, y cercano a aquellas cosas extrañas que
el hombre no puede ver. Es el alma del antiguo Egipto, y el portador
de historias de ciudades olvidadas en Meroe y Ophir. Es pariente de
los señores de la selva, y heredero de los secretos de la remota y
siniestra África. La Esfinge es su prima, y él habla su idioma;
pero es más antiguo que la Esfinge y recuerda aquello que ella ha
olvidado.
</p>
<p align="justify">En Ulthar, antes de que los ciudadanos prohibieran
la matanza de los gatos, vivía un viejo campesino y su esposa,
quienes se deleitaban en atrapar y asesinar a los gatos de los
vecinos. Por qué lo hacían, no lo sé; excepto que muchos odian la
voz del gato en la noche, y les parece mal que los gatos corran
furtivamente por patios y jardines al atardecer. Pero cualquiera
fuera la razón, este viejo y su mujer se deleitaban atrapando y
matando a cada gato que se acercara a su cabaña; y, a partir de los
ruidos que se escuchaban después de anochecer, varios lugareños
imaginaban que la manera de asesinarlos era extremadamente peculiar.
Pero los aldeanos no discutían estas cosas con el viejo y su mujer;
debido a la expresión habitual de sus marchitos rostros, y porque su
cabaña era tan pequeña y estaba tan oscuramente escondida bajo unos
desparramados robles en un descuidado patio trasero. La verdad era,
que por más que los dueños de los gatos odiaran a estas extrañas
personas, les temían más; y, en vez de confrontarlos como asesinos
brutales, solamente tenían cuidado de que ninguna mascota o ratonero
apreciado, fuera a desviarse hacia la remota cabaña, bajo los
oscuros árboles. Cuando por algún inevitable descuido algún gato
era perdido de vista, y se escuchaban ruidos después del anochecer,
el perdedor se lamentaría impotente; o se consolaría agradeciendo
al Destino que no era uno de sus hijos el que de esa manera había
desaparecido. Pues la gente de Ulthar era simple, y no sabía de
dónde vinieron todos los gatos.
</p>
<p align="justify">Un día, una caravana de extraños peregrinos
procedentes del Sur entró a las estrechas y empedradas calles de
Ulthar. Oscuros eran aquellos peregrinos, y diferentes a los otros
vagabundos que pasaban por la ciudad dos veces al año. En el mercado
vieron la fortuna a cambio de plata, y compraron alegres cuentas a
los mercaderes. Cuál era la tierra de estos peregrinos, nadie podía
decirlo; pero se les vio entregados a extrañas oraciones, y que
habían pintado en los costados de sus carros extrañas figuras, de
cuerpos humanos con cabezas de gatos, águilas, carneros y leones. Y
el líder de la caravana llevaba un tocado con dos cuernos, y un
curioso disco entre los cuernos.
</p>
<p align="justify">En esta singular caravana había un niño pequeño
sin padre ni madre, sino con sólo un gatito negro a quien cuidar. La
plaga no había sido generosa con él, mas le había dejado esta
pequeña y peluda cosa para mitigar su dolor; y cuando uno es muy
joven, uno puede encontrar un gran alivio en las vivaces travesuras
de un gatito negro. De esta forma, el niño, al que la gente oscura
llamaba Menes, sonreía más frecuentemente de lo que lloraba
mientras se sentaba jugando con su gracioso gatito en los escalones
de un carro pintado de manera extraña.
</p>
<p align="justify">Durante la tercera mañana de estadía de los
peregrinos en Ulthar, Menes no pudo encontrar a su gatito; y mientras
sollozaba en voz alta en el mercado, ciertos aldeanos le contaron del
viejo y su mujer, y de los ruidos escuchados por la noche. Y al
escuchar esto, sus sollozos dieron paso a la reflexión, y finalmente
a la oración. Estiró sus brazos hacia el sol y rezó en un idioma
que ningún aldeano pudo entender; aunque no se esforzaron mucho en
hacerlo, pues su atención fue absorbida por el cielo y por las
formas extrañas que las nubes estaban asumiendo. Esto era muy
peculiar, pues mientras el pequeño niño pronunciaba su petición,
parecían formarse arriba las figuras sombrías y nebulosas de cosas
exóticas; de criaturas híbridas coronadas con discos de costados
astados. La naturaleza está llena de ilusiones como esa para
impresionar al imaginativo.
</p>
<p align="justify">Aquella noche los errantes dejaron Ulthar, y no
fueron vistos nunca más. Y los dueños de casa se preocuparon al
darse cuenta de que en toda la villa no había ningún gato. De cada
hogar el gato familiar había desaparecido; los gatos pequeños y los
grandes, negros, grises, rayados, amarillos y blancos. Kranon el
Anciano, el burgomaestre, juró que la gente siniestra se había
llevado a los gatos como venganza por la muerte del gatito de Menes,
y maldijo a la caravana y al pequeño niño. Pero Nith, el enjuto
notario, declaró que el viejo campesino y su esposa eran
probablemente los más sospechosos; pues su odio por los gatos era
notorio y, con creces, descarado. Pese a esto, nadie osó quejarse
ante la dupla siniestra, a pesar de que Atal, el hijo del posadero,
juró que había visto a todos los gatos de Ulthar al atardecer en
aquel patio maldito bajo los árboles. Caminaban en círculos lenta y
solemnemente alrededor de la cabaña, dos en una línea, como
realizando algún rito de las bestias, del que nada se ha oído. Los
aldeanos no supieron cuánto creer de un niño tan pequeño; y aunque
temían que el malvado par había hechizado a los gatos hacia su
muerte, preferían no confrontar al viejo campesino hasta
encontrárselo afuera de su oscuro y repelente patio.
</p>
<p align="justify">De este modo Ulthar se durmió en un infructuoso
enfado; y cuando la gente despertó al amanecer ¡he aquí que cada
gato estaba de vuelta en su acostumbrado fogón! Grandes y pequeños,
negros, grises, rayados, amarillos y blancos, ninguno faltaba.
Aparecieron muy brillantes y gordos, y sonoros con ronroneante
satisfacción. Los ciudadanos comentaban unos con otros sobre el
suceso, y se maravillaban no poco. Kranon el Anciano nuevamente
insistió en que era la gente siniestra quien se los había llevado,
puesto que los gatos no volvían con vida de la cabaña del viejo y
su mujer. Pero todos estuvieron de acuerdo en una cosa: que la
negativa de todos los gatos a comer sus porciones de carne o a beber
de sus platillos de leche era extremadamente curiosa. Y durante dos
días enteros los gatos de Ulthar, brillantes y lánguidos, no
tocaron su comida, sino que solamente dormitaron ante el fuego o bajo
el sol.
</p>
<p align="justify">Pasó una semana entera antes de que los aldeanos
notaran que, en la cabaña bajo los árboles, no se prendían luces
al atardecer. Luego, el enjuto Nith recalcó que nadie había visto
al viejo y a su mujer desde la noche en que los gatos estuvieron
fuera. La semana siguiente, el burgomaestre decidió vencer sus
miedos y llamar a la silenciosa morada, como un asunto del deber,
aunque fue cuidadoso de llevar consigo, como testigos, a Shang, el
herrero, y a Thul, el cortador de piedras. Y cuando hubieron echado
abajo la frágil puerta sólo encontraron lo siguiente: dos
esqueletos humanos limpiamente descarnados sobre el suelo de tierra,
y una variedad de singulares insectos arrastrándose por las esquinas
sombrías.
</p>
<p align="justify">Posteriormente hubo mucho que comentar entre los
ciudadanos de Ulthar. Zath, el forense, discutió largamente con
Nith, el enjuto notario; y Kranon y Shang y Thul fueron abrumados con
preguntas. Incluso el pequeño Atal, el hijo del posadero, fue
detenidamente interrogado y, como recompensa, le dieron una fruta
confitada. Hablaron del viejo campesino y su esposa, de la caravana
de siniestros peregrinos, del pequeño Menes y de su gatito negro, de
la oración de Menes y del cielo durante aquella plegaria, de los
actos de los gatos la noche en que se fue la caravana, o de lo que
luego se encontró en la cabaña bajo los árboles, en aquel
repugnante patio.
</p>
<p style="text-align: justify;">Y, finalmente, los ciudadanos aprobaron aquella
extraordinaria ley, la que es referida por los mercaderes en Hatheg y
discutida por los viajeros en Nir, a saber, que en Ulthar ningún
hombre puede matar a un gato.</p><p style="text-align: center;"> </p><p style="text-align: justify;"><b><br /></b></p>Martín Rondinahttp://www.blogger.com/profile/07042386397707757311noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8713830356491950677.post-78258198242192181142020-10-23T23:43:00.002-03:002020-10-23T23:46:58.087-03:00La Ventana Tapiada - Ambrose Bierce<p style="text-align: center;"> <b>La ventana tapiada (Ambrose Bierce)</b></p><p style="text-align: center;"></p><p align="justify">
En 1830, a solo unas pocas millas de donde hoy se levanta la gran
ciudad de Cincinatti, se extendía un inmenso e impenetrable bosque.
La región entera fue poblada por gente de la frontera, incansables
almas que, tan pronto como construyeron hogares habitables fuera de
la naturaleza salvaje y algún grado de prosperidad que hoy
llamaríamos indigencia, impelidos por algún misterioso impulso de
su naturaleza, abandonaron todo y se dirigieron hacía el oeste
lejano para encontrar nuevos peligros y privaciones en un esfuerzo
por lograr de nuevo las exiguas comodidades a las que habían
renunciado voluntariamente. Muchos de ellos habían dejado ya esa
región de los antiguos asentamientos, pero entre aquellos que
permanecieron hubo uno que había sido de los primeros en llegar. Él
vivía solo en una cabaña de troncos rodeada por todas partes por el
bosque, de cuya lobreguez y silencio pareció ser parte, ya que nadie
jamás le vio sonreír o decir una palabra innecesaria. Sus simples
necesidades fueron suplidas por la venta o el trueque de pieles de
animales salvajes del río, pero no por cosas que él hizo sobre la
tierra, que si hubiera sido necesario, podría haber reclamado como
propias por derecho. Hubo evidencias de "mejoras", unos
pocos acres de terreno a un lado de la casa en el que se habían
talado algunos de sus árboles; los deteriorados tocones cubiertos a
medias por los nuevos brotes que nacían a pesar de la destrucción
producida por el hacha. El entusiasmo del hombre por la agricultura
había aparentemente ardido con una lánguida llama, expirando en
penitenciales cenizas. </p>
<p align="justify">La pequeña cabaña, con su chimenea de troncos,
su techo de tejas arqueadas, atravesadas por maderos y sellados con
barro, tenía una sola puerta y, opuesta a la misma, una sola
ventana, que estaba tapiada. Nadie podía recordar un tiempo en que
no lo estuviera, y nadie nunca supo el porqué; ciertamente no por el
desagrado del ocupante hacia la luz y el aire. En aquellas raras
ocasiones en que un cazador había pasado por aquel solitario lugar,
el recluso comúnmente era visto tomando sol en la puerta, si es que
el cielo le proveía con sus rayos. Yo creo que unas pocas personas
quedan con vida que conocen el secreto de esta ventana, y soy uno de
ellos, como ustedes podrán verlo.</p>
<p align="justify">El nombre del hombre se decía que era Murlock.
Aparentaba setenta años, pero realmente tenía unos cincuenta. Algo
que no eran los años había influido en su envejecimiento. Su pelo y
su larga barba eran blancas, y sus ojos, grises, como sin lustre,
hundidos; su rostro excepcionalmente mostraba arrugas que parecían
formar parte de dos sistemas que se cruzaban. Su figura era alta y
parca, y tenía los hombros un poco encorvados, como si estuviera
cargando algo. Yo nunca lo vi, sino que supe todo esto a través del
relato del abuelo, quien me contó la historia cuando era niño; él
lo había conocido cuando vivía cerca de allí, en aquellos años.</p>
<p align="justify">Un día Murlock fue encontrado en su cabaña,
muerto. No era el momento ni el lugar para jueces de instrucción y
periódicos, y supongo que todos asumieron que había muerto por
causas naturales ya que, de no ser así, me lo habrían dicho y
debería recordarlo. Sólo se que con lo que probablemente fuera un
sentido de idoneidad, el cuerpo fue enterrado cerca de la cabaña,
junto a la tumba de su esposa, quien le había precedido por tantos
años que la tradición local casi no recordaba su existencia. Esto
finaliza el último capítulo de esta historia real, exceptuando el
hecho de que muchos años después, con un parecido espíritu
intrépido, yo entré en ese lugar y me acerqué lo suficiente a la
cabaña en ruinas como para lanzar una piedra sobre ella, y entonces
corrí huyendo del fantasma que todo chico bien informado sabía que
habitaba el lugar. Pero existe un capítulo anterior contado por mi
abuelo.</p>
<p align="justify">Cuando Murlock construía su cabaña empezó
decididamente a conformar la granja trabajando con su hacha,
sirviéndose del rifle como un apoyo, él era joven, fuerte y lleno
de esperanza. Se había casado en aquel país del Este de donde
procedía, como era costumbre, con una joven devota y honesta que
compartía con él los peligros y las privaciones de rigor siempre
con un espíritu alegre. No se recuerda su nombre; la tradición
guarda silencio en cuanto a sus encantos personales aunque la duda se
mantiene; ¡pero Dios prohibe que yo la comparta! De su afecto y
felicidad hay evidentes muestras en todos y cada uno de los días de
viudedad vividos por el hombre; ¿qué sino el magnetismo de unos
benditos recuerdos podría haber encadenado un espíritu aventurero a
un lugar como ese? </p>
<p align="justify">Un día Murlock regresó de una cacería en un
lugar distante del bosque y encontró a su mujer postrada con fiebre
y delirando. No había médico en millas, no había vecinos, tampoco
ella estaba en condición de carecer de atención. Así que él
ejerció también la tarea de atenderla y curarla, pero al tercer día
entró en coma y falleció, aparentemente sin jamás regresar a su
sano juicio.</p>
<p align="justify">Por lo que yo sé de una naturaleza como la de él,
podemos aventurar algunos detalles del perfil dibujado por mi abuelo.
Cuando se convenció que ella estaba muerta, Murlock tuvo aún
sentido como para recordar que la muerte debe ser seguida por el
entierro. En preparativos para su sacra labor, cometió un error tras
otro, haciendo algunas cosas de manera incorrecta y otras que había
hecho correctamente, las volvió a hacer una y otra vez. Sus fallas
ocasionales en llevar a término cosas simples y ordinarias lo
llenaron de estupor como el de un borracho que se cuestiona por la
suspensión de las leyes familiares naturales. También se sorprendió
por no llorar - sorprendido y un poco avergonzado -; seguro que no es
bueno no llorar por los muertos. "Mañana", dijo en voz
alta, "tengo que hacer el ataúd y enterrarla, y entonces la
echaré de menos, cuando no la vea más; pero ahora, ella está
muerta, por supuesto, pero todo está bien; de alguna manera debe ser
así. Las cosas no pueden ser tan malas como parecen"</p>
<p align="justify">Él permaneció sobre el cadáver por la noche,
ajustando el cabello y dandole los últimos, haciéndolo de manera
muy mecánica, con un cuidado casi desalmado, y con un sentido de
convicción en su mente de que todo aquello estaba bien, como si la
fuera a tener de nuevo consigo, y todo fuera explicado. Nunca había
experimentado el dolor; su capacidad de sentirlo no había sido
utilizada jamás, ni su corazón ni su mente podían concebirlo. No
sabía lo que era un golpe bajo; este conocimiento vendría después
y jamás se marcharía. El Dolor es un artista de poderes tan
variados como los instrumentos con los que interpreta sus cantos
fúnebres hacia los muertos, evocando desde las más agudas y finas
notas hasta los acordes más graves y bajos que pulsan el lento y
recurrente latido de un tambor distante. Algunos se asustan, otros se
quedan pasmados. Para este viene como un flechazo certero, punzando
toda la sensibilidad de una vida entusiasta; para el otro como el
golpe de una maza, que aplasta todo e inmoviliza todo. Vamos a
concebir que Murlock se vio afectado de esta manera, por (y aquí
estamos en un campo de no mayor seguridad que la de la mera
conjetura) que ni bien terminó su pía labor, se sentó en una silla
a un lado de la mesa en la que yacía el cuerpo, y depositó sus
brazos en el borde de la mesa, dejando caer su cara en ellos, sin
lágrimas y en exceso cansado. En ese momento provino desde la
ventana abierta un sonido como de aullido de un chico perdido en las
lejanías del oscuro bosque. Pero el hombre no se movió. De nuevo, y
más cercano que antes, sonó el aullido sobrenatural. Quizás era
una bestia salvaje; quizás era un sueño. Para Murlock estaba
dormida. </p>
<p align="justify">Algunas horas después, como luego se supo, el
desgraciado vigía se despertó y deslizó su cabeza de los brazos,
intentando escuchar sin saber porque. Allí en la negra oscuridad al
lado de la muerte, recordando todo sin asustarse, forzó la vista
para ver mejor, no sabía el qué. Todos sus sentidos estaban
alertas, su respiración se suspendió, la sangre se le detuvo en las
venas como respaldando al silencio. ¿Quién o qué lo había
despertado, y dónde estaba?</p>
<p align="justify">Súbitamente la mesa crujió bajo sus brazos, y al
mismo tiempo escuchó, o creyó escuchar, un ligero, un paso suave,
otro; suena como si fuera de un pie desnudo sobre el suelo!</p>
<p align="justify">Estaba aterrorizado, paralizado, sin poder gritar
o moverse. Necesariamente esperó, esperó allí en la oscuridad lo
que parecieron siglos de un espanto tal que, hasta donde sabemos,
nadie ha vivido nunca para contarlo. Trató en vano de pronunciar el
nombre de la mujer muerta, también en vano su mano se estiró y
palpó la mesa, para ver si ella estaba allí. Su garganta estaba
atenazada y sus brazos y manos eran como plomo. Entonces ocurrió lo
más espeluznante. Un cuerpo pesado pareció ser arrojado
violentamente contra la mesa, con un tal ímpetu que lo empujó
contra su pecho tan fuertemente como para tumbarlo. Al mismo tiempo
oyó y sintió el impacto de algo sobre el piso, algo que chocó con
tanta violencia que la casa entera se movió por el impacto. Siguió
una reyerta, y una sucesión de sonidos imposibles de describir.
Murlock se levantó. El miedo excesivo pasó a tomar control de sus
facultades. Pasó su mano sobre la mesa. ¡No había nada ahí!</p>
<p align="justify">Hay un punto en que el terror puede conducir a la
locura, y la locura incita a la acción. Sin ninguna intención
definida, sin ningún motivo, pero con el obstinado impulso de un
loco, Murlock pegó un brinco hacia la pared, donde estaba su arma
cargada, y la descargó sin apuntar a ningún sitio concreto. Con el
relámpago que iluminó la estancia, vio una enorme pantera
arrastrando el cadáver de su mujer a través de la ventana, los
dientes clavados en su garganta. Luego hubo una oscuridad más negra
que la de antes y silencio; y cuando regresó a la consciencia, el
sol brillaba y los pájaros cantaban en los árboles del bosque.</p>
<p align="justify">El cuerpo quedó cerca de la ventana, donde la
bestia lo dejó antes de partir asustada por el fogonazo y la
detonación del rifle. Las ropas estaban despedazadas, el largo
cabello desordenado, las piernas quedaron desparramadas. Desde la
garganta, horriblemente lacerada, había un manchón sanguinolento
que todavía no había coagulado. La cinta con la que había vendado
las muñecas estaba rota; las manos fuertemente crispadas. Entre los
dientes tenía un fragmento de la oreja del animal</p>
<p align="justify" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;"><br />
</p>
Martín Rondinahttp://www.blogger.com/profile/07042386397707757311noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8713830356491950677.post-72936034683535939952020-10-23T23:41:00.001-03:002020-10-23T23:46:30.293-03:00Las ratas en el cementerio - Henry Kuttner (relato completo)<p style="text-align: center;"> <b>Las ratas en el cementerio (Henry Kuttner)</b></p><p style="text-align: center;"></p><p align="justify">
El anciano Masson, guardián de uno de los más antiguos cementerios
de Salem, mantenía una verdadera guerra con las ratas. Varias
generaciones atrás, se había instalado en el cementerio una colonia
de ratas enormes procedentes de los muelles. Cuando Masson asumió su
cargo, tras la inexplicable desaparición del guardián anterior,
decidió aniquilarlas. Al principio colocaba trampas y veneno cerca
de sus madrigueras; más tarde, intentó exterminarlas a tiros. Pero
todo fue inútil. Las ratas seguían allí.</p>
<p align="justify">Sus hordas voraces se multiplicaban, infestando el
cementerio. Eran grandes, aun tratándose de la especie mus
decumanus, cuyos ejemplares llegan a los treinta y cinco centímetros
de largo sin contar la cola, pelada y gris. Masson las había visto
grandes como gatos; y cuando los sepultureros descubrían alguna
madriguera, comprobaban con asombro que por aquellas pútridas
cavernas cabía tranquilamente el cuerpo de una hombre. Al parecer,
los barcos que antaño atracaban en los ruinosos muelles de Salem
debieron de transportar cargamentos muy extraños.</p>
<p align="justify">Masson se asombraba a veces de las proporciones
enormes de estas madrigueras. Recordaba ciertos relatos fantásticos
que había oído al llegar a la decrépita y embrujada ciudad de
Salem. Eran relatos que hablaban de una vida embrionaria que
persistía en la muerte, oculta en las perdidas madrigueras de la
tierra. Ya habían pasado los tiempos en que Cotton Mather
exterminara los cultos perversos y los ritos orgiásticos celebrados
en honor de Hécate y de la siniestra Magna Mater. Pero todavía se
alzaban las tenebrosas mansiones de torcidas buhardillas, de fachadas
inclinadas y leprosas, en cuyos sótanos, según se decía, aún se
ocultaban secretos blasfemos y se celebraban ritos que desafiaban
tanto a la ley como a la cordura. Moviendo significativamente sus
cabezas canosas, los viejos aseguraban que, en los antiguos
cementerios de Salem, había bajo tierra cosas peores que gusanos y
ratas.</p>
<p align="justify">En cuanto a estos roedores, Masson les tenía asco
y respeto. Sabía el peligro que acechaba en sus dientes agudos y
brillantes. Pero no comprendía el horror que los viejos sentían por
las casas vacías, infestadas de ratas. Había escuchado rumores
sobre criaturas espantosas que moraban en lo profundo, y que tenían
poder sobre las ratas, a las que agrupaban en ejércitos
disciplinados.</p>
<p align="justify">Según afirmaban los viejos, las ratas eran
mensajeras entre este mundo y las cuevas que se abrían en las
entrañas de la tierra. Y aún se decía que algunos cuerpos habían
sido robados de las sepulturas con el fin de celebrar festines
subterráneos. El mito del flautista de Hamelin era una leyenda que
ocultaba, en forma alegórica, un horror impío; y según ellos, los
negros abismos habían parido abortos infernales que jamás salieron
a la luz del día.</p>
<p align="justify">Masson no hacía caso de estos relatos. No tenía
trato con sus vecinos y, de hecho, hacía lo posible por mantener en
secreto la existencia de las ratas. De conocerse el problema tal vez
iniciasen una investigación, en cuyo caso tendrían que abrir muchas
tumbas. Ciertamente hallarían ataúdes perforados y vacíos que
atribuirían a la voracidad de las ratas. Pero descubrirían también
algunos cuerpos con mutilaciones muy comprometedoras para Masson.</p>
<p align="justify">Los dientes postizos suelen hacerse de oro, y no
se los extraen a uno cuando muere. La ropa, naturalmente, es
diferente, porque la empresa de pompas fúnebres suele proporcionar
un traje de paño sencillo, perfectamente reconocible después. Pero
el oro no lo es. Además, Masson negociaba también con algunos
estudiantes de medicina y médicos poco escrupulosos que necesitaban
cadáveres sin importarles demasiado su procedencia. Hasta ese
momento, Masson se las había arreglado para que no haya
investigaciones. Negaba tajantemente la existencia de las ratas, aun
cuando éstas le hubiesen arrebatado el botín. A Masson no le
preocupaba lo que pudiera suceder con los cuerpos, después de
haberlos saqueado, pero las ratas solían arrastrar el cadáver
entero por un boquete que ellas mismas roían en el ataúd. El tamaño
de aquellos agujeros lo asombraba. Curiosamente, las ratas horadaban
siempre los ataúdes por uno de los extremos, y no por los lados.
Parecía como si trabajasen bajo la dirección de algo dotado de
inteligencia.</p>
<p align="justify">Ahora se encontraba ante una sepultura abierta.
Acababa de quitar la última palada de tierra húmeda, y de arrojarla
al montón que había formado a un lado. Desde hacía semanas no
paraba de caer una llovizna fría y constante. El cementerio era un
lodazal pegajoso, del que surgían las mojadas lápidas en
formaciones irregulares. Las ratas se habían retirado a sus cubiles;
no se veía ni una. Pero el rostro flaco de Masson reflejaba una
sombra de inquietud. Había terminado de descubrir la tapa de un
ataúd de madera. Hacía varios días que lo habían enterrado, pero
Masson no se había atrevido a desenterrarlo antes. Los parientes del
muerto aún visitaban su tumba, aun lloviendo. Pero a estas horas de
la noche, no era fácil que vinieran, por mucho dolor y pena que
sintiesen. Y con este pensamiento tranquilizador, se enderezó y echó
a un lado la pala.</p>
<p align="justify">Desde la colina donde estaba el cementerio, se
veían parpadear apenas las luces de Salem a través de la lluvia.
Sacó la linterna del bolsillo. Apartó la pata y se inclinó a
revisar los cierres de la caja. De repente, se quedó rígido. Bajo
sus pies había notado un murmullo inquieto, como si algo arañara o
se revolviera dentro. Por un momento, sintió una punzada de terror
supersticioso, que pronto dio paso a una ira insensata, al comprender
el significado de aquellos ruidos. ¡Las ratas se le habían
adelantado otra vez!</p>
<p align="justify">En un rapto de cólera, arrancó los candados del
ataúd, insertó la pala bajo la tapa e hizo palanca, hasta que pudo
levantarla con las manos. Encendió la linterna y enfocó el interior
del ataúd. La lluvia salpicaba el blanco tapizado de raso: estaba
vacío. Masson percibió un movimiento furtivo en la cabecera de la
caja y dirigió hacia allí la luz. El extremo del sarcófago había
sido perforado, y el agujero comunicaba con una galería,
aparentemente, pues en aquel momento desaparecía por allí un pie
fláccido, inerte, enfundado en su correspondiente zapato. Masson
comprendió que las ratas se le habían adelantado sólo unos
instantes. Se agachó y agarró el zapato con todas sus fuerzas. La
linterna cayó dentro del ataúd y se apagó de golpe. De un tirón,
el zapato le fue arrancado de las manos en medio de una algarabía de
chillidos agudos y excitados. Un momento después, había recuperado
la linterna y la enfocaba por el agujero.</p>
<p align="justify">Era enorme. Tenía que serlo; de lo contrario, no
habrían podido arrastrar el cadáver. Masson intentó imaginarse el
tamaño de aquellas ratas capaces de tirar del cuerpo de un hombre.
Llevaba su revólver cargado en el bolsillo, y esto le tranquilizaba.
De haberse tratado del cadáver de una persona ordinaria, Masson
habría abandonado su presa a las ratas, antes de aventurarse por
aquella estrecha madriguera; pero recordó los gemelos de sus puños
y el alfiler de su corbata, cuya perla debía ser indudablemente
auténtica, y, sin pensarlo más, se enganchó la linterna al
cinturón y se introdujo por el boquete. El acceso era angosto.
Delante de sí, a la luz de la linterna, podía ver cómo las suelas
de los zapatos seguían siendo arrastradas hacia el fondo del túnel.
Trató de arrastrarse lo más rápido posible, pero había momentos
en que apenas era capaz de avanzar, aprisionado entre aquellas
estrechas paredes de tierra.</p>
<p align="justify">El aire se hacía irrespirable por el hedor del
cadáver. Masson decidió que, si no lo alcanzaba en un minuto,
regresaría. El terror empeza a agitarse en su imaginación, aunque
la codicia le instaba a proseguir. Y prosiguió, cruzando varias
bocas de túneles adyacentes. Las paredes de la madriguera estaban
húmedas y pegajosas. Dos veces oyó a sus espaldas pequeños
desprendimientos de tierra. El segundo de éstos le hizo volver la
cabeza. No vio nada, naturalmente, hasta que enfocó la linterna en
esa dirección. Entonces observó que el barro casi obstruía la
galería que acababa de recorrer. El peligro de su situación se le
reveló en toda su espantosa realidad. El corazón le latía con
fuerza sólo de pensar en la posibilidad de un hundimiento. Decidió
abandonar su persecución, a pesar de que casi había alcanzado el
cadáver y las criaturas invisibles que lo arrastraban. Pero había
algo más, en lo que tampoco había pensado: el túnel era demasiado
estrecho para dar la vuelta.</p>
<p align="justify">El pánico se apoderó de él, por un segundo,
pero recordó la boca lateral que acababa de pasar, y retrocedió
dificultosamente hasta allí. Introdujo las piernas, hasta que pudo
dar la vuelta. Luego, comenzó a avanzar desesperadamente hacia la
salida, pese al dolor de sus rodillas. De repente, una puntada le
traspasó la pierna. Sintió que unos dientes afilados se le hundían
en la carne, y pateó frenéticamente para librarse de sus agresores.
Oyó un chillido penetrante, y el rumor presuroso de una multitud de
patas que se escabullían.</p>
<p align="justify">Al enfocar la linterna hacia atrás, lanzó un
gemido de horror: una docena de enormes ratas lo observaban
atentamente, y sus ojos malignos parpadeaban bajo la luz. Eran
deformes, grandes como gatos. Tras ellos vislumbró una forma
negruzca que desapareció en la oscuridad. Se estremeció ante las
increíbles proporciones de aquella sombra. La luz contuvo a las
ratas durante un momento, pero no tardaron en volver a acercarse
furtivamente.</p>
<p align="justify">Al resplandor de la linterna, sus dientes parecían
teñidos de carmesí. Masson forcejeó con su pistola, consiguió
sacarla de su bolsillo y apuntó cuidadosamente. Estaba en una
posición difícil. Procuró pegar los pies a las mojadas paredes de
la madriguera para no herirse. El estruendo lo dejó sordo durante
unos instantes. Después, una vez disipado el humo, vio que las ratas
habían desaparecido. Guardó la pistola y comenzó a reptar
velozmente a lo largo del túnel. Pero no tardó en oír de nuevo las
carreras de las ratas, que se le echaron encima otra vez. Se le
amontonaron sobre las piernas, mordiéndole y chillando de manera
enloquecedora. Masson empezó a gritar mientras echaba mano a la
pistola. Disparó sin apuntar, y no se hirió de milagro. Esta vez
las ratas no se alejaron tanto.</p>
<p align="justify">Masson aprovechó la tregua para reptar lo más
rápido que pudo, dispuesto a hacer fuego a la primera señal de un
nuevo ataque. Oyó movimientos de patas y alumbró hacia atrás con
la linterna. Una enorme rata gris se paró en seco y se quedó
mirándole, sacudiendo sus largos bigotes y moviendo de un lado a
otro, muy despacio, su cola áspera y pelada. Masson disparó y la
rata echó a correr.</p>
<p align="justify">Continuó arrastrándose. Se había detenido un
momento a descansar, junto a la negra abertura de un túnel lateral,
cuando descubrió un bulto informe sobre la tierra mojada, un poco
más adelante. Lo tomó por un montón de tierra desprendido del
techo; luego vio que era un cuerpo humano. Se trataba de una momia
negra y arrugada, y vio, preso de un pánico sin límites, que se
movía.</p>
<p align="justify">Aquella cosa monstruosa avanzaba hacia él y, a la
luz de la linterna, vio su rostro horrible a poca distancia del suyo.
Era una calavera descarnada, la faz de un cadáver que ya llevaba
años enterrado, pero animada de una vida infernal. Tenía los ojos
vidriosos, hinchados, que delataban su ceguera, y, al avanzar hacia
Masson, lanzó un gemido plañidero y entreabrió sus labios
pustulosos, desgarrados en una mueca de hambre espantosa. Masson
sintió que se le helaba la sangre. Cuando aquel horror estaba ya a
punto de rozarle. Masson se precipitó frenéticamente por la
abertura lateral. Oyó arañar en la tierra, a sus pies, y el confuso
gruñido de la criatura que le seguía de cerca. Masson miró por
encima del hombro, gritó y trató de avanzar desesperadamente por la
estrecha galería. Reptaba con torpeza; las piedras afiladas le
herían las manos y las rodillas. El barro le salpicaba en los ojos,
pero no se atrevió a detenerse ni un segundo. Continuó avanzando a
gatas, jadeando, rezando y maldiciendo histéricamente.</p>
<p align="justify">Con chillidos triunfales, las ratas se
precipitaron de nuevo sobre él con la voracidad pintada en sus ojos.
Masson estuvo a punto de sucumbir bajo sus dientes, pero logró
desembarazarse de ellas: el pasadizo se estrechaba y, sobrecogido por
el pánico, pataleó, gritó y disparó hasta que el gatillo pegó
sobre una cápsula vacía. Pero había rechazado las ratas. Observó
entonces que se hallaba bajo una piedra grande, encajada en la parte
superior de la galería, que le oprimía cruelmente la espalda. Al
tratar de avanzar notó que la piedra se movía, y se le ocurrió una
idea: ¡Si pudiera dejarla caer, de forma que obstruyese el túnel!</p>
<p align="justify">La tierra estaba empapada por la lluvia. Se
enderezó y empezó a quitar el barro que sujetaba la piedra. Las
ratas se aproximaban. Veía brillar sus ojos al resplandor de la
linterna. Siguió cavando, frenético. La piedra cedía. Tiró de
ella y la movió de sus cimientos. Se acercaban las ratas… Era el
enorme ejemplar que había visto antes. Gris, leprosa, repugnante,
avanzaba enseñando sus dientes anaranjados. Masson dio un último
tirón de la piedra, y la sintió resbalar hacia abajo. Entonces
reanudó su camino a rastras por el túnel. La piedra se derrumbó
tras él, y oyó un repentino alarido de agonía. Sobre sus piernas
se desplomaron algunos terrones mojados. Más adelante, le atrapó
los pies un desprendimiento considerable, del que logró
desembarazarse con dificultad. ¡El túnel entero se estaba
desmoronando!</p>
<p align="justify">Jadeando de terror, avanzaba mientras la tierra se
desprendía. El túnel seguía estrechándose, hasta que llegó un
momento en que apenas pudo hacer uso de sus manos y piernas para
avanzar. Se retorció como una anguila hasta que, de pronto, notó un
jirón de raso bajo sus dedos crispados; y luego su cabeza chocó
contra algo que le impedía continuar. Movió las piernas y pudo
comprobar que no las tenía apresadas por la tierra desprendida.
Estaba boca abajo. Al tratar de incorporarse, se encontró con que el
techo del túnel estaba a escasos centímetros de su espalda. El
terror le descompuso. Al salirle al paso aquel ser espantoso y ciego,
se había desviado por un túnel lateral, por un túnel que no tenía
salida. ¡Se encontraba en un ataúd, en un ataúd vacío, al que
había entrado por el agujero que las ratas habían practicado en su
extremo!</p>
<p align="justify">Intentó ponerse boca arriba, pero no pudo. La
tapa del ataúd le mantenía inexorablemente inmóvil. Tomó aliento,
e hizo fuerza contra la tapa. Era inamovible, y aun si lograse
escapar del sarcófago, ¿cómo podría excavar una salida a través
del metro y medio de tierra que tenía encima?</p>
<p align="justify">Respiraba con dificultad. Hacía un calor
sofocante y el hedor era irresistible. En un paroxismo de terror,
desgarró y arañó el forro acolchado hasta destrozarlo. Hizo un
inútil intento por cavar con los pies en la tierra desprendida que
le impedía la retirada. Si lograse solamente cambiar de postura,
podría excavar con las uñas una salida hacia el aire… hacia el
aire…</p>
<p align="justify">Una agonía candente penetró en su pecho; el
pulso le dolía en los globos oculares. Parecía como si la cabeza se
le fuera hinchando, a punto de estallar. De pronto, oyó los
triunfales chillidos de las ratas. Comenzó a gritar, enloquecido,
pero no pudo rechazarlas esta vez. Durante un momento, se revolvió
histéricamente en su estrecha prisión, y luego se calmó, boqueando
por falta de aire. Cerró los ojos, sacó su lengua ennegrecida, y se
hundió en la negrura de la muerte, con los locos chillidos de las
ratas taladrándole los oídos</p>
<p align="justify" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;"><br />
</p>
Martín Rondinahttp://www.blogger.com/profile/07042386397707757311noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8713830356491950677.post-83065002428188870492020-08-17T21:34:00.001-03:002020-08-18T14:11:50.842-03:00Impulso - Eric Frank Russell (relato completo)<div style="text-align: center;">
<u><b><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://1.bp.blogspot.com/-P3L4IuK8Hqw/Xzsh4019MUI/AAAAAAAAHOY/eJoP7ZjGRsEG8aOh7NI4a7vjzejoAgNTwCLcBGAsYHQ/s230/23124.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="230" data-original-width="152" src="https://1.bp.blogspot.com/-P3L4IuK8Hqw/Xzsh4019MUI/AAAAAAAAHOY/eJoP7ZjGRsEG8aOh7NI4a7vjzejoAgNTwCLcBGAsYHQ/s0/23124.jpg" /></a></div> </b></u></div><div style="text-align: center;"><u><b>IMPULSO </b></u></div>
<div style="text-align: justify;"><div style="text-align: center;"><i>
Eric Frank Russell </i><br /></div><br />Era la tarde libre de su criado y el doctor Blain tuvo que contestar personalmente al zumbador de su sala de espera. Maldiciendo mentalmente la prolongada ausencia de Tod Mercer, su factótum, el doctor tapó la probeta, tomó de debajo el tubo de ensayo con el líquido neutralizante y lo colocó en un estante. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br />Rápidamente, se metió una espátula de remover en un bolsillo del chaleco, se frotó las manos una con otra y dirigió una breve mirada a todo el pequeño laboratorio. Luego trasladó su alto y delgado cuerpo a la sala de espera. <br /><br />El visitante se hallaba desplomado sobre un gran sillón. El doctor le observó, dándose cuenta de que se trataba de un individuo de aspecto cadavérico con ojos de pez, piel manchada y pálidas e hinchadas manos. Las ropas que llevaba no le sentaban mucho mejor que le hubiera sentado un saco. <br /><br />Blain le catálogo a simple vista como un caso de úlcera perniciosa, o bien como un agente de seguros que se proponía hacerle un seguro que él no tenía intención de hacer. «De todos modos —decidió—, la expresión del hombre tiene un fantástico retorcimiento». En una palabra, que le atacaba los nervios. <br /><br />—Es usted el doctor Blain, ¿verdad? —preguntó el hombre del sillón. <br /><br />Su voz surgió gangosa y misteriosa, y el doctor Blain sintió un estremecimiento en su espina dorsal. <br /><br />Sin esperar respuesta y con su muerta mirada fija en Blain, que se alzaba en pie ante él, el visitante continuó: <br /><br />—Nosotros somos un cadáver individual con ojos de pez, piel manchada, y peludas e hinchadas manos. <br /><br />El doctor tomó asiento de pronto, agarrándose a los brazos de su sillón hasta que sus nudillos parecieron como ampollas. <br /><br />El visitante se aclaró la garganta lenta e imperturbablemente. <br /><br />… Las ropas que llevamos no nos sientan mucho mejor que nos habría sentado un saco. Somos sin duda un caso de úlcera perniciosa o bien un agente de seguros al que usted no tiene intención de complacer. Nuestra expresión tiene un extraño torcimiento y ello le ataca a usted los nervios. <br /><br />El visitante movió un ojo putrefacto que se clavó, con horrible falta de brillo, en el doctor, que parecía herido por un rayo. Luego añadió: <br /><br />—Nuestra voz es gangosa y su sonido le ha producido a usted un estremecimiento en la espina dorsal. Tenemos ojos que parecen putrefactos y que se clavan en usted con horrible falta de brillo… <br /><br />Haciendo un poderoso esfuerzo, Blain, con el rostro rojo y tembloroso, se inclinó hacia adelante. Sus cabellos color acero se le habían erizado en la parte posterior de su cuello. Abrió la boca, pero su visitante se apresuró a decir palabras que él iba a pronunciar: <br /><br />—¡Dios de los cielos! ¡Lee usted mis pensamientos! <br /><br />La fría mirada del individuo permaneció fija en la sorprendida faz de Blain mientras éste se ponía en pie. Entonces, breve y sencillamente, dijo: <br /><br />—Siéntese. <br /><br />Blain continuó en pie. Pequeñas gotas de sudor le corrían por la frente y descendían por su cansado y arrugado rostro. <br /><br />Con más ímpetu, en tono de advertencia, el otro repitió: <br /><br />—¡Siéntese! <br /><br />Blain, que sentía una extraña debilidad en las rodillas acabó por obedecer. No dejaba de mirar la sorprendente palidez de las facciones de su visitante, y al cabo tartamudeó: <br /><br />—¿Quién… quién diablos es usted? <br /><br />—¡Eso! —contestó el otro entregándole un recorte de periódico. <br /><br />Blain lanzó al recorte una mirada indiferente, seguida de otra más atenta. Luego protestó: <br /><br />—Pero esto es una noticia periodística en la que se habla del robo de un cadáver en un depósito. <br /><br />—Exacto —asintió el visitante. <br /><br />—Pero no comprendo —dijo Blain, cuya expresión reflejaba el mayor asombro. <br /><br />—Esto —dijo el visitante señalando con un dedo sin color su fofa vestimenta—, esto es el cadáver. <br /><br />—¿Qué? <br /><br />Por segunda vez, el doctor se puso en pie. El recorte se desprendió de sus dedos sin fuerza, cayendo sobre la alfombra. Y el doctor permaneció mirando hacia aquella cosa que había en la silla, expeliendo su aliento con un largo silbido mientras buscaba inútilmente algunas palabras que decir. <br /><br />—Este es el cuerpo —repitió el visitante. <br /><br />Su voz sonaba como si pasara burbujeante a través de un espeso aceite. Luego señaló el recorte. <br /><br />—No se ha fijado usted en la fotografía —continuó—. Mírela. Compare ese rostro con el que llevamos. <br /><br />—¿Llevamos? —inquirió Blain, que sentía un torbellino en su mente. <br /><br />—¡Llevamos! Somos muchos. Mandamos en este cuerpo. Siéntese. <br /><br />—Pero… <br /><br />—¡Siéntese! <br /><br />La criatura sentada en el sillón metió una fría y flácida mano en las interioridades de su amplia chaqueta, sacó una gran pistola automática y apuntó con ella torpemente. A Blain le pareció que el cañón del arma abría una boca enorme. <br /><br />Se sentó, recogió el recorte y miro la fotografía. <br /><br />El pie de ella decía: «El difunto James Winstanley Clegg, cuyo cuerpo desapareció misteriosamente anoche del depósito de cadáveres de Simmstown». <br /><br />Blain miró a su visitante, luego a la fotografía y después de nuevo a su visitante. Los dos eran el mismo, indudablemente el mismo. La sangre empezó a martillear en las arterias del doctor. <br /><br />La automática cayó, titubeó, se alzó un poco una vez más. <br /><br />—Sus preguntas se han anticipado —murmuró el difunto James Winstanley Clegg—. No, éste no es una caso de despertar espontáneo de un sueño cataléptico. Su idea es ingeniosa, pero no explica lo verdaderamente ocurrido. <br /><br />—Entonces… ¿qué caso es éste? —preguntó Blain con súbito valor, <br /><br />—Se trata de una confiscación. <br /><br />Los ojos del cadáver se movieron de un modo muy poco natural. <br /><br />—Nos hemos apropiado de algo —continuó el visitante—. Ante usted se halla un hombre que ha sido poseído —se permitió una sonrisa de vampiro—. Parece que, en vida, este cerebro estuvo dotado del sentido del humor. <br /><br />—Sin embargo, yo no puedo… <br /><br />—¡Silencio! —El arma se movió para dar énfasis a la orden—. Nosotros hablaremos y usted escuchará. Nosotros comprenderemos todos sus pensamientos. <br /><br />—Perfectamente. <br /><br />El doctor Blain tomó de nuevo asiento en su silla sin dejar de mirar con disimulo a la puerta. Estaba convencido de que se las había la con un loco. Sí, con un maniático… a pesar de lo de la lectura de los pensamientos, a pesar de la fotografía del recorte. <br /><br />—Hace días —gargageó Clegg, o lo que había sido Clegg—, una cosa llamada meteoro aterrizó en las proximidades de esta ciudad. <br /><br />—Ya lo leí —admitió Blain—. Lo buscaron, pero no lo encontraron. <br /><br />—Ese fenómeno era en realidad una nave del espacio —la automática temblaba en la débil mano; el visitante apoyó el arma sobre su regazo—. Era una nave del espacio que nos trajo desde nuestro mundo, Glantok. La nave era extraordinariamente pequeña para los tamaños de ustedes, pero es que nosotros también somos pequeños. Muy pequeños. Somos submicroscópicos, y nos contamos por miríadas. No, no somos gérmenes inteligentes —el nauseabundo ser robó el pensamiento de la mente del que escuchaba—. Somos aún menos que eso —hizo una pausa para buscar palabras más explícitas—. En masa, parecemos un liquido. Puede usted catalogarnos como virus inteligentes. <br /><br />—¡Oh! —exclamó Blain. <br /><br />Luchaba para calcular el número de saltos que precisaba dar para alcanzar la puerta, calculándolos sin revelar sus pensamientos. <br /><br />—Nosotros los glantokianos somos parásitos en el sentido de que habitamos y controlamos los cuerpos de criaturas de más bajo nivel. Vinimos aquí al mundo de ustedes, ocupando el cuerpo de un pequeño mamífero glantokiano. <br /><br />Tosió, produciendo un viscoso ruido en su gaznate. Luego continuó: <br /><br />—Cuando aterrizamos y salimos al exterior, un perro excitado persiguió a nuestro animal y lo atrapó. Nosotros, a nuestra vez atrapamos al perro. El animal glantokiano murió y nosotros salimos de él. El perro no nos servía para nuestro propósito, pero sí sirvió para transportarnos al interior de la ciudad y para encontrar este cuerpo, Cuando abandonamos al perro, éste se dejó caer palas arriba y murió. <br /><br />La puerta de la verja produjo un súbito chirrido que puso en tensión los nervios de Blain. Unos pasos ligeros resonaron en el sendero de asfalto que conducía a la puerta principal. Blain esperó casi sin respirar, con los oídos tensos y los ojos muy abiertos. <br /><br />—Tomamos este cuerpo, licuamos la congelada sangre, aflojamos las rígidas articulaciones, suavizamos los muertos músculos, e hicimos andar el cadáver. Parece ser que su cerebro fue en vida bastante inteligente y que sus recuerdos permanecían perfectamente ordenados. Utilizamos la inteligencia del cerebro muerto para pensar en términos humanos y para conversar con usted. <br /><br />Los pasos que se aproximaban sonaron ya muy cerca. Blain colocó sus pies en posición firme sobre la alfombra, apretó sus manos contra los brazos del sillón y luchó para mantener bajo dominio sus pensamientos. El otro no pareció notar nada; mantenía su cadavérico rostro vuelto hacia Blain y continuaba pronunciando sus gangosas palabras: <br /><br />—Bajo nuestro control, el cuerpo robó estas ropas y esta arma. Su propio cerebro muerto recordó para lo que servía el arma y nos explicó el modo de usarla. También nos habló de usted. <br /><br />—¿De mí? <br /><br />El doctor Blain, inclinado hacia adelante, movió sus brazos mientras calculaba si su proyectado salto le pondría lejos del alcance de la automática. Los pasos que sonaban en el exterior habían llegado a los escalones. <br /><br />—No es prudente lo que hace —le advirtió el individuo que decía ser un cadáver —. Sus pensamientos son no sólo observados sino que anticipamos sus conclusiones. <br /><br />Blain aflojó la tensión. Los pasos estaban subiendo la escalera. <br /><br />—Pero un cuerpo muerto es meramente un substituto —continuó el otro—. Necesitamos uno vivo, que posea toda su capacidad orgánica. Cuando nos multipliquemos, necesitaremos más cuerpos. Desgraciadamente, la susceptibilidad del sistema nervioso se halla en proporción directa con la inteligencia del sujeto. <br /><br />Se aclaró el gaznate y luego tosió, produciendo el mismo liquido carraspeo de antes. <br /><br />—No podemos garantizar, al ocupar los cuerpos de los inteligentes, que no les volvamos locos, y un cerebro desordenado nos resulta tan poco conveniente como uno recién muerto. Nos resulta tan inútil como una máquina estropeada le resulta a usted. <br /><br />Las pisadas cesaron. La puerta del departamento se abrió y alguien penetró en el pasillo. La puerta se cerró luego. Unos pies anduvieron por encima de la alfombra camino de la sala de espera. <br /><br />—Por lo tanto —continuó el humano que no era humano—, debemos posesionarnos de los inteligentes cuando éstos se hallen tan profundamente inconscientes que no se den cuenta de nuestra invasión, y nuestra posesión debe estar completada cuando se despierten. Necesitamos, pues, la ayuda de alguien capaz de tratar a los inteligentes de la manera que nosotros deseamos, y que lo haga sin despertar sospechas de nadie. En una palabra, requerimos la cooperación de un médico. <br /><br />Los espantosos ojos se hincharon ligeramente. Su poseedor añadió: <br /><br />—Como no tenemos poder para seguir animando mucho tiempo este cuerpo ineficaz, debemos disponer de uno fresco, vivo, saludable, tan pronto como nos sea posible. <br /><br />Los pies que sonaban en el pasillo titubearon, se detuvieron. La puerta se abrió. En aquel momento, el difunto Clegg apuntó con un pálido dedo a Blain y barbotó: <br /><br />—Usted nos va a ayudar —y el dedo, se dirigió entonces hacia la puerta—. O ese cuerpo será el primero. <br /><br />La muchacha que estaba en el umbral era joven, rubia, agradablemente llenita. Permaneció inmóvil, cubriéndose con una mano su pequeña boca roja y medio abierta. Sus azules ojos, muy abiertos, contemplaban con temerosa fascinación la blanqueada máscara que había tras el dedo que apuntaba hacia ella. <br /><br />Reinó un momento de profundo silencio mientras el individuo cadavérico mantenía su ademán. Las facciones del mismo sufrieron un progresivo acromatismo, tornándose aún más incoloras, más cenicientas. Su pupilas —muertas bolas en unas heladas órbitas— brillantes súbitamente con repentina luz, una luz verde, infernal. El individuo se puso torpemente en pie, no sin balancearse sobre los talones primero hacia adelante y después hacia atrás. <br /><br />La muchacha carraspeó. Bajó la vista y vio la automática en aquella mano escapada de la tumba. Entonces lanzó un grito agudo. Fue un grito que sugería que arrastraban su alma hacia lo desconocido. Luego, cuando el muerto vivo avanzó hacia ella, cerró los ojos y se desplomó. <br /><br />Blain llegó junto a la muchacha en el preciso instante en que tocaba el suelo. Había cubierto la distancia en tres frenéticos saltos. Sostuvo el suave y moldeado cuerpo, salvándolo de recibir un golpe. Apoyó su cabeza sobre la alfombra y palmoteó sobre sus mejillas vigorosamente. <br /><br />—Se ha desmayado —gruñó enfadado—. Puede ser una enferma, o quizás viniera a buscarme para que fuese a ver a un paciente. Quizás se trate de un caso de urgencia. <br /><br />—¡Basta! <br /><br />La voz fue imperiosa, a pesar de su fantástico borboteo. El arma apuntó ahora directamente a la frente de Blain. <br /><br />—Vemos, a través de los pensamientos de usted que este desmayo es una cosa temporal. Sin embargo, resulta oportuno. <br /><br />Aprovéchese usted de la situación, anestesie el cuerpo, y nosotros lo ocuparemos. <br /><br />Arrodillado como estaba junto a la joven, Blain miró hacia arriba, y lenta y firmemente dijo: <br /><br />—¡Les mandaré a ustedes al infierno! <br /><br />—¡No necesitaba usted decirlo! —replicó el individuo. <br /><br />Hizo, una horrible mueca y dio dos pasos de autómata hacia adelante. <br /><br />—Usted hará lo que le digo, o bien lo haremos nosotros con la ayuda del propio conocimiento de usted y del propio cuerpo de usted. Le metemos una bala en el corazón, tomamos posesión de usted, reparamos la herida, y usted es nuestro. «¡Maldito sea usted!» —añadió robando las palabras de los propios labios de Blain. Y continuó—: Podemos hacer uso de usted en cualquier caso, pero preferimos un cuerpo vivo a uno muerto. <br /><br />Mientras lanzaba una desesperada mirada a su alrededor, el doctor Blain pronunció una plegaria mental en busca de ayuda… una plegaria que interrumpió al ver la sonrisa de su antagonista, que la había entendido. Se puso en pie, alzó la inerte figura de la muchacha y la condujo, atravesando la puerta y el pasillo, a su departamento de cirugía. Lo que había sido el cuerpo de Clegg avanzó grotescamente tras él. <br /><br />Tras de haber depositado suavemente a la muchacha en un sillón, Blain le froto las manos y las muñecas y le dio de nuevo golpecitos en las mejillas. Un ligero color afluyó al rostro de la desmayada, que movió los párpados. Blain llegó hasta un armario, abrió sus puertas de cristal y sacó de él una botella de sal volátil. En aquel momento sintió algo duro en mitad de la espalda. Era el cañón de la automática. <br /><br />—Olvida usted que el proceso que sigue su mente es para nosotros un libro abierto; Está usted intentando reavivar el cuerpo y así ganar tiempo. <br /><br />La asquerosa forma que había detrás del arma forzó a sus músculos faciales a que hicieran una retorcida mueca. <br /><br />—Deje el cuerpo en esa mesa y anestésielo —continuó. <br /><br />A regañadientes, el doctor Blain apartó su mano del armario. Luego cogió a la muchacha y la depositó sobre la mesa de operaciones, encendiendo a continuación la poderosa lámpara que colgaba directamente sobre ella. <br /><br />—¡Más comedia! —comentó el otro—. ¡Apague esa lámpara! Con la otra hay luz más que suficiente. <br /><br />Blain apagó la lámpara. Su rostro reflejaba la mayor agitación, pero mantenía la cabeza erecta, los puños crispados. <br /><br />Miró cara a cara la amenazadora arma y dijo: <br /><br />—Escúcheme. Voy a hacerle una proposición. <br /><br />—¡Tonterías! —exclamó el difunto Clegg, paseándose alrededor de la mesa cortos y arrastrados pasos. Como le hemos dicho antes, está usted intentando ganar tiempo. Su propio cerebro nos advierte de ello… <br /><br />Se interrumpió bruscamente cuando la desmayada muchacha comenzó a murmurar vagas palabras e intentó erguirse. <br /><br />—¡De prisa! ¡La anestesia! <br /><br />Antes de que se pudieran mover, la muchacha se sentó. <br /><br />Una vez sentada contempló fijamente aquel horroroso rostro que maullaba y hacia muecas a un pie de su propio rostro. <br /><br />Se estremeció y dijo lastimosamente: <br /><br />—¡Déjenme salir de aquí! ¡Déjenme salir, por favor! <br /><br />Una fofa mano avanzó con objeto de empujarla. Pero la joven se dejó caer hacia atrás para evitar el contacto de aquella asquerosa carne. <br /><br />Tomando ventaja de la ligera distracción del otro, Blain deslizó una de sus manos hacia su propia espalda en busca de un atizador de adorno que colgaba de la pared. Pero el arma de fuego se alzó en el mismo instante en que sus dedos encontraban la improvisada arma y se curvaban sobre su frío metal. <br /><br />—¡Qué olvidadizo! —exclamó el extraño ser mientras pequeños puntos brillaban en sus vacías órbitas—. La comprensión mental no tiene limitada su dirección. Le vemos a usted aun cuando estos ojos miren a otra parte. —La pistola se movió señalando a la muchacha—. Ate ese cuerpo. <br /><br />Obediente, el doctor Blain se proveyó de vendas y ato concienzudamente la muchacha a la mesa. El cabello gris del médico estaba desordenado y su rostro cubierto de sudor mientras apretaba los nudos. Miró a la joven con valor apenas justificado y murmuró: <br /><br />—Paciencia… No tenga miedo. <br /><br />Echó una significativa mirada al reloj colgado de la pared. Las manecillas indicaban que faltaban dos minutos para las ocho. <br /><br />—Así que usted espera ayuda —dijo la voz de una miríada de seres—. Ayuda de Tod Mercer, su criado, que debía ya estar aquí. Usted cree que podría ayudarle en algo, aunque tiene poca fe en su ingenio. En opinión de usted, posee el cerebro de un buey… Es demasiado estúpido para saber en dónde tiene su mano derecha. <br /><br />—¡Es usted el diablo! —exclamó el doctor Blain al oír aquel recital de sus propios pensamientos. <br /><br />—Que llegue ese Mercer. Servirá de mucho, ¡pero a nosotros! Tenemos bastante con dos cuerpos… y un tonto vivo siempre es mejor que un inteligente muerto. <br /><br />Sus anémicos labios se fruncieron en una mueca que puso al descubierto unos secos dientes. <br /><br />—Mientras tanto, trabaje usted con este cuerpo. <br /><br />—No creo que tenga ningún otro —protestó Blain. <br /><br />—Tiene usted que hacer algo. Su corteza cerebral lo grita. Dese prisa, pues de lo contrario vamos a perder la paciencia y nos posesionaremos de usted aún a costa de su salud mental. <br /><br />Tragando saliva, Blain abrió un cajón y extrajo de él una mascarilla nasal. Arregló su apósito de gasa y colocó el artefacto sobre la nariz de la asustada muchacha. Pensó que no había peligro en hacer a la joven un guiño tranquilizador. Un guiño no es un pensamiento. <br /><br />Abriendo el armario una vez más, el doctor forzó a su mente, valiéndose de todas sus facultades, a recitar: «Eter, éter, éter». Al mismo tiempo acercó su mano a una botella de ácido sulfúrico concentrado. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para lograr su doble propósito. Sus dedos se acercaban cada vez más a la botella. Por fin la cogió. <br /><br />Forzando a cada fibra de su cuerpo a hacer una cosa mientras mentalmente pensaba en otra, el doctor se volvió al tiempo que quitaba el tapón de cristal a la botella. Entonces quedó inmóvil, con la abierta botella en su mano derecha. <br /><br />El muerto se colocó inmediatamente frente a él, arma en ristre. <br /><br />—¡Éter! —Cloquearon en tono de mofa las cuerdas vocales de Clegg—. La mente consciente de usted grita: «¡Eter!», al tiempo que su subconsciente murmura: «¡Ácido!». ¿Cree usted que su inferior inteligencia puede enfrentarse con la nuestra? ¿Cree usted que puede destruir lo que ya está muerto? ¡Es usted un tonto! <br /><br />La pistola automática se aproximó aún más al doctor. <br /><br />—Venga la anestesia… sin más dilaciones. <br /><br />Sin contestar, el doctor Blain volvió a cerrar la botella y la dejó en su sitio. Luego, lentamente, moviéndose lo más despacio que pudo, cruzó la habitación hasta llegar a un armario más pequeño, abrió éste y extrajo de él una pequeña botella de éter. Colocó la botella sobre el radiador y empezó a cerrar el armario. <br /><br />—¡Quítela de ahí! —cacareó la extraña voz en un tono agudo que delataba la mayor impaciencia. <br /><br />El arma emitió un tintineo de advertencia al tiempo que Blain se apoderaba de nuevo de la botella. <br /><br />—De modo que esperaba usted que el radiador hiciera que el líquido se evaporase con la suficiente rapidez para que la botella estallase, ¿eh? <br /><br />El doctor Blain no contestó. Tardando todo lo que le era posible, trasladó el líquido a la mesa. La muchacha, con los ojos muy abiertos por el efecto del miedo, le vio acercarse y lanzó un pequeño gemido. Blain dirigió una mirada al reloj, pero aunque fue una mirada muy rápida, su atormentador captó el pensamiento que había tras ella y sonrió. <br /><br />—Él está aquí ahora —dijo. <br /><br />—¿Quién está aquí? —preguntó Blain. <br /><br />—Su criado, Mercer. Está ahí fuera, a punto de entrar. Percibimos el tonto vagabundeo de su débil mente. Tenía usted razón al pensar sobre la pequeñez de su inteligencia. <br /><br />La puerta se abrió, confirmando lo que el visitante había dicho. La muchacha intentó levantar la cabeza. En, susojos brilló una luz de esperanza. <br /><br />—Mantenga la boca de la joven abierta con algo —articuló la voz que obraba bajo el extraño control—. Utilizaremos la boca para entrar. <br /><br />El visitante hizo una pausa mientras unos pesados pies se posaban sobre el felpudo de la puerta. <br /><br />—Llame a ese tonto para que venga aquí. Lo utilizaremos también. <br /><br />El doctor Blain, a quien se le iban hinchando las venas de la frente, llamó: <br /><br />—¡Tod! ¡Venga aquí! <br /><br />Encontró una mordaza dental con la almohadilla puesta. La excitación mantenía tensos los nervios del doctor de los pies a la cabeza. Ningún arma podía disparar en dos direcciones a la vez. Si él lograba hacer que el idiota de Mercer se colocase en la posición adecuada… Si le pudiera advertir… Si él se encontraba en un lado y Tod en el otro… <br /><br />—No lo intente —le advirtió el resucitado Clegg—. Ni siquiera piense en ello. Si lo hace, acabaremos por posesionarnos de ambos. <br /><br />Tod Mercer penetró en la habitación. Sus pesadas suelas pisaron la alfombra. Era un hombre corpulento, y su grueso rostro de luna llena, con barba de dos días, surgía muy cerca de sus anchos hombros. Se detuvo cuando vio que en la mesa de operaciones había una muchacha. Sus grandes y estúpidos ojos pasaron de la muchacha al doctor. <br /><br />—¡Hola, doctor! —dijo con voz insegura—. Tuve un pinchazo y fue necesario cambiar un neumático en la carretera. <br /><br />—No se preocupe —dijo un gorgoteo irónico detrás de él—. Ha llegado usted muy a tiempo. <br /><br />Tod se volvió lentamente, moviendo sus botas como si cada una de ellas le pesara una tonelada. Miró a aquello que había sido Clegg y dijo: <br /><br />—Perdóneme, señor. No sabía que estaba usted aquí. <br /><br />Sus ojos, parecidos a los de las vacas, recorrieron, sin demostrar el menor interés, al muerto vivo y la pistola automática. Luego se volvieron hacia el anhelante Blain. Tod abrió la boca como para decir algo. Luego la cerró. Una expresión como de ligera sorpresa apareció en su grueso rostro. Sus ojos se volvieron de nuevo para mirar hacia su costado, encontrándose otra vez con la automática. <br /><br />Esta vez, la mirada no duró ni una décima de segundo. Los ojos de Tod se dieron cuenta de lo que veían, y con asombrosa rapidez, descargó sobre las terribles facciones de lo que había sido Clegg un puño como un jamón, El golpe resultó dinamita, pura dinamita. El cadáver se desplomó con un golpe que hizo retemblar toda la habitación. <br /><br />—¡Rápido! —gritó el doctor—. Coja el arma. <br /><br />A continuación, el doctor volcó la mesa de operaciones, con muchacha y todo, haciendo que el mueble diera un fuerte golpe al arma que aún sujetaba una débil mano. <br /><br />Tod Mercer no salía de su asombro y sus ojos iban de un lado a otro. De la pistola surgió un disparo estruendoso. <br /><br />La bala rozó el metálico y tubular borde de la mesa y, silbando, fue a incrustarse en la pared, arrancando un trozo de yeso de un pie de ancho. <br /><br />Blain lanzó un frenético puntapié contra una débil muñeca, pero falló, pues el propietario de la misma la apartó en aquel instante. La pistola se disparó de nuevo. Se oyó un ruido de cristales en el armario más lejano. La muchacha, atada a la mesa, lanzó un agudo chillido. <br /><br />Aquel grito penetró en el espeso cerebro de Mercer, impulsándole a la acción. Dejando caer una gran bota, aprisionó una muñeca, que pareció de goma bajo su tacón, logrando que los fríos dedos soltaran la pistola. Luego cogió el arma e hizo puntería con ella. <br /><br />—No, si no puede usted matar eso, así —gritó Blain. <br /><br />Dio un empujón a Tod Mercer para poner más énfasis a sus palabras. <br /><br />—Saque a la muchacha de aquí. ¡Apresúrese, hombre por el amor de Dios! <br /><br />La prisa que había en la voz de Blain no admitía espera. Mercer dejó la automática, llegó hasta la mesa y rompió las ligaduras que aprisionaban a la quejumbrosa joven. Sus enormes brazos la levantaron al fin, sacándola de la habitación. <br /><br />Tendido en el suelo, aquel cuerpo robado se retorcía y luchaba por ponerse en pie. Sus extrañas pupilas habían desaparecido. Las órbitas de sus ojos estaban ahora llenas de movedizos charcos de luminosidad de color de esmeralda. Su boca se abrió como si estuviera vomitando una fosforescencia de color verde brillante. ¡Las huevas procedentes de Glantok abandonaban a su anfitrión! <br /><br />El cuerpo logró incorporarse, quedando con la espalda apoyada en la pared. Sus miembros se habían retorcido adoptando posturas de pesadilla. Era un terrible disfraz de ser humano. La masa color verde, de una tonalidad brillante y vívida, fluía de sus ojos, de su boca, formando serpenteantes riachuelos y luego charcos en el suelo. <br /><br />Blain llegó hasta la puerta en un gigantesco salto, cogiendo al pasar la botella de éter, que estaba, sobre la mesa. Al alcanzar el umbral de la puerta se detuvo temblando. Luego arrojó la botella en medio de la verde masa. A continuación encendió su encendedor, que arrojó tras la botella. Toda la habitación se llenó al instante de llamas, formándose una hoguera infernal. <br /><br />La muchacha se agarró fuertemente al brazo de Blain mientras, desde la carretera, observaban cómo ardía la casa. La joven dijo: <br /><br />—Vine a buscarle a usted para que fuera a ver a mi hermano menor. Creemos que tiene el sarampión. <br /><br />—Iré pronto a verle —prometió Blain. <br /><br />Un «Sedan» subía por la carretera y se detuvo cerca de ellos, aunque manteniendo el motor en marcha. Un policía sacó la cabeza por la ventanilla y gritó: <br /><br />—¡Qué desastre! Vimos el resplandor desde una milla de distancia. Ya hemos avisado a los bomberos. <br /><br />—Temo que lleguen demasiado tarde —repuso Blain. <br /><br />—¿Tenía asegurado el edificio? —preguntó el policía con amabilidad. <br /><br />—Sí. <br /><br />—¿Todas las personas están fuera de él? <br /><br />Blain afirmó con la cabeza. El policía, antes de marcharse, dijo: <br /><br />—Hemos venido por aquí en busca de un loco que se ha escapado. <br /><br />El «Sedán» rugió y se puso en marcha. <br /><br />—¡Eh! —gritó Blain. <br /><br />El coche se detuvo de nuevo. <br /><br />—¿No se llamaba ese loco James Winstanley Clegg? —preguntó el doctor. <br /><br />—¿Clegg? —dijo la voz del conductor desde el otro lado del «Sedán»—. Ese era el individuo cuyo cadáver desapareció del depósito cuando el vigilante volvió la espalda durante un minuto. Lo más curioso es que encontraron un perro muerto precisamente en el sitio donde había estado el cuerpo de Clegg. Los periodistas empezaron a decir que se trataba de un lobo, pero a mí me pareció un perro. <br /><br />—De todos modos, el loco no es Clegg —dijo el policía que había hablado primero—. El loco se llama Wilson. Es bajito, pero de cuidado. <br /><br />Alargó un brazo desde el coche y entregó a Blain una fotografía. El doctor observó el retrato a la luz de las crecientes llamas. El hombre que aparecía en él no tenía el menor parecido con su visitante de aquella tarde. <br /><br />—Recordaré ese rostro —comentó el doctor devolviendo el retrato al policía. <br /><br />—¿Sabe usted algo sobre el misterio de Clegg? —preguntó el chofer. <br /><br />—Sólo sé que está muerto —contestó Blain sin faltar un ápice a la verdad. <br /><br />Con ademán pensativo, el doctor Blain observó cómo las llamas que surgían de lo que había sido su hogar llegaban casi al cielo. Se volvió a Mercer, que estaba con la boca abierta, y dijo: <br /><br />—Lo que me extraña es cómo se las arregló usted para pegar a ese individuo sin que él se anticipara a adivinar su intención, disparándole un tiro a quemarropa. <br /><br />—Vi el arma y le pegué —explicó Mercer extendiendo las manos como disculpándose—. Al ver que tenía un arma, le pegué maquinalmente sin pensar en nada. <br /><br />—¡Sin pensar en nada! —murmuró Blain. <br /><br />Esto los había salvado. <br /><br />El doctor Blain se mordió el labio inferior sin dejar de mirar la creciente hoguera. El techo se hundió con un violento crujido y del hueco surgió un haz de chispas. <br /><br />—Dentro de su mente, pero no en sus oídos, sonaron unos ligeros y extraños gemidos que se fueron haciendo cada vez más débiles hasta que al cabo cesaron. </div>
Martín Rondinahttp://www.blogger.com/profile/07042386397707757311noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-8713830356491950677.post-52722154884201313082020-08-17T21:32:00.000-03:002020-08-18T14:11:44.343-03:00Horror en Salem - Henry Kuttner (relato completo)<div style="text-align: center;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://1.bp.blogspot.com/-Q1j87wQKby4/XzshQhxPSCI/AAAAAAAAHOQ/3LKge4-NZ8oylx6BI_4_G3O_IZdh7yUSwCLcBGAsYHQ/s243/HenryKuttner39.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="243" data-original-width="181" src="https://1.bp.blogspot.com/-Q1j87wQKby4/XzshQhxPSCI/AAAAAAAAHOQ/3LKge4-NZ8oylx6BI_4_G3O_IZdh7yUSwCLcBGAsYHQ/s0/HenryKuttner39.jpg" /></a></div> <br /></div><div style="text-align: center;"> </div><div style="text-align: center;"> <b>Horror en Salem</b></div><div style="text-align: center;"><i><b> </b>Henry Kuttner</i></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">La primera vez que Carson reparó en los ruidos de su sótano, los atribuyó a las <span style="color: black;">ratas</span>. Más tarde, empezó a oír historias que circulaban entre los supersticiosos polacos que trabajaban en el molino de Derby Street acerca de la primera persona que ocupó la antigua casa, Abigail Prinn. Ya no vivía nadie que recordara a la diabólica bruja, pero las morbosas leyendas que proliferaban por el «distrito de las brujas» de Salem como hierbas en una tumba, daban inquietantes detalles sobre sus actividades, y eran desagradablemente explícitas respecto a los detestables sacrificios que se sabía había realizado a una imagen carcomida y cornuda de dudoso origen.<br /><br /> Los más ancianos aún hablaban en voz baja de Abbie Prinn y de sus monstruosos alardes sobre que era la gran sacerdotisa del poderoso dios que moraba en la profundidad de los montes. En efecto, fueron estos alardeos de la vieja bruja los que acarrearon su súbita y misteriosa muerte en 1692, época de los famosos ahorcamientos de Gallows Hill. A nadie le gustaba hablar de esto, aunque a veces alguna vieja desdentada se atrevía a comentar medrosamente que las llamas no podían quemarla, porque todo el cuerpo había asumido la peculiar anestesia de su condición de bruja.<br /><br /> Abbie Prinn y su anómala estatua habían desaparecido hacía muchísimo tiempo, pero aún resultaba difícil encontrar inquilinos para su casa decrépita, de fachada en gabletes, con un segundo piso sobresaliente, y curiosas ventanas con cristales en rombos. La fama de malignidad de la casa se había extendido por todo Salem. En realidad, no había sucedido nada allí, en los recientes años, que pudiese dar origen a historias inexplicables; pero quienes llegaban a alquilar la casa solían mudarse a toda prisa, generalmente con vagas y poco satisfactorias explicaciones relacionadas con las ratas.<br /><br /> Y fue una rata la que llevó a Carson a la Habitación de la Bruja.<br /><br /> Los apagados chillidos y golpes en el interior de las podridas paredes habían alarmado a Carson más de una vez durante las noches de su primera semana en la casa, que había alquilado para conseguir la soledad que necesitaba para terminar una novela que le habían estado pidiendo los editores... otra novela de amor que añadir a la larga lista de éxitos populares. Pero hasta algún tiempo después, no empezó a abrigar ciertas sospechas disparatadamente fantásticas acerca de la inteligencia de la rata que una vez se escabulló de debajo de sus pies, en dirección al oscuro vestíbulo.<br /><br /> La casa tenía instalación eléctrica, pero la bombilla del vestíbulo era floja y daba una luz muy pobre. La rata era una sombra negra, deforme, cuando saltó a pocos metros de él y se detuvo, al parecer, para observarle.<br /><br /> En otra ocasión, Carson pudo echar al animal con un gesto amenazador, y reanudar su trabajo. Pero el tráfico de Derby Street era desusadamente ruidoso, y le resultaba difícil concentrarse en su novela. Sus nervios, sin razón aparente, estaban tensos; por otra parte, la rata, vigilándole fuera de su alcance, le contemplaba con burlona diversión.<br /><br /> Sonriéndose de su propia presunción, dio unos pasos hacia la rata, ésta echó a correr hacia la puerta del sótano, y entonces vio él con sorpresa que estaba entornada. Pensó que debió olvidarse de cerrarla la última vez que estuvo allí, aunque generalmente tenía cuidado de dejar todas las puertas cerradas, pues la vieja casa tenía corrientes de aire.<br /><br /> La rata aguardó en la puerta.<br /><br /> Irracionalmente molesto, Carson se fue hacia ella a toda prisa, poniendo en fuga a la rata escaleras abajo. Encendió la luz del sótano y la vio en un rincón. La rata le observó atentamente con sus ojitos relucientes.<br /><br /> Al descender las escaleras no había podido evitar la sensación de que se estaba comportando como un idiota. Pero su trabajo había sido agotador, y subconscientemente aceptaba con agrado cualquier interrupción. Cruzó el sótano en dirección a la rata, viendo con asombro que la bestezuela permanecía inmóvil, vigilándolo.<br /><br /> —Se comporta de manera anormal —pensó; y la mirada fija de sus ojos como botones resultaba un tanto inquietante.<br /><br /> Luego se rió de si mismo, pues la rata dio un brinco repentino y desapareció por un agujero de la pared del sótano. Desmañadamente, rascó una cruz con la punta del pie en la suciedad que había delante de la madriguera, decidiendo poner allí mismo un cepo por la mañana.<br /><br /> El hocico de la rata y sus desiguales bigotes, aparecieron cautelosamente. Avanzó y luego vació y retrocedió. Después el animal empezó a conducirse de un modo singular e inexplicable, casi como si estuviese bailando, pensó Carson. Avanzaba como a tientas, y luego se retiraba otra vez. Daba un salto hacia adelante, y se paraba en seco, luego saltaba hacia atrás apresuradamente, como si hubiese una serpiente enroscada ante la madriguera, alerta para evitar la huida de la rata. Pero no había nada, salvo la cruz que Carson había trazado en el polvo.<br /><br /> Indudablemente era el propio Carson quien impedía la fuga de la rata, pues estaba a poca distancia de la madriguera. Así que dio un paso adelante, y el animal desapareció apresuradamente por el agujero. Picado en su curiosidad, Carson buscó un palo y hurgó en el agujero, tanteando. Al hacerlo, sus ojos, próximos a la pared, descubrieron algo extraño en la losa de piedra que había encima de la madriguera de la rata. Una rápida ojeada en torno a su borde confirmó sus sospechas. La losa debía ser movible.<br /><br /> Carson la inspeccionó minuciosamente, y notó una depresión en su borde a modo de asidero. Sus dedos se acoplaron cómodamente a la muesca, y probó a tirar. La piedra se movió un poco y se paró. Tiró con mas fuerza y, con una rociada de tierra seca, la losa se separó del muro girando como si tuviese goznes. Un rectángulo negro, hasta la altura del hombro, quedó abierto en la pared. De sus profundidades emanó un hedor mohoso, desagradable, de aire estancado, y Carson, involuntariamente, retrocedió un paso. Súbitamente, recordó las monstruosas historias sobre Abbie Prinn y los espantosos secretos que se suponía guardaba en su casa. ¿Había tropezado él con alguna cámara secreta de la bruja, tanto tiempo desaparecida?<br /><br /> Antes de entrar en la negra abertura tomó la precaución de coger una linterna de arriba. Luego, cautelosamente, agachó la cabeza y se deslizó por el estrecho y maloliente pasadizo, dirigiendo el haz de luz ante sí para explorar el terreno. Estaba en un estrecho túnel, escasamente más alto que su cabeza, con pavimento y paredes de losas. Seguía recto quizá unos cinco metros, y luego se ensanchaba formando una cámara espaciosa.<br /><br /> —Indudablemente un escondite de Abbie Prinn, un cuarto secreto —pensó—, que sin embargo no pudo salvarla el día que el populacho enloquecido de pavor invadió furioso Derby Street.<br /><br /> Aspiró con una boqueada de asombro. La habitación era fantástica, asombrosa.<br /><br /> Fue el suelo lo que atrajo la mirada de Carson. El oscuro gris de la pared circular cedía sitio aquí a un mosaico de piedra multicolor en el que predominaban los azules y los verdes y los púrpuras: en efecto, no había colores más cálidos. Debía de haber miles de trocitos de piedras de colores componiendo el dibujo, pues ninguno era mayor que el tamaño de una nuez. El mosaico parecía seguir algún trazado concreto, desconocido para Carson; había curvas de color púrpura y violeta combinadas con líneas angulosas verdes y azules, entremezcladas en fantásticos arabescos. Había círculos, triángulos, un pentáculo, y otras figuras menos familiares. La mayoría de las líneas y figuras irradiaban de un punto concreto: el centro de la cámara, donde había un disco circular de piedra completamente negra de alrededor de medio metro de diámetro.<br /><br /> Era muy silenciosa. No se oían los ruidos de los coches que de cuando en cuando pasaban por Derby Street. En una alcoba poco profunda excavada en el muro, Carson descubrió unas marcas sobre las paredes, y se dirigió lentamente hacia allí, recorriéndolas de arriba abajo con la luz de su linterna.<br /><br /> Las marcas, fueran lo que fuesen, habían sido pintadas en la piedra hacía tiempo, pues lo que quedaba de los misteriosos símbolos era indescifrable. Carson vio varios jeroglíficos parcialmente borrados que le recordaban el estilo árabe, aunque no estaba seguro. En el suelo de la alcoba había un disco de metal corroído de unos dos metros y medio de diámetro, y Carson tuvo la clara sensación de que era movible. Aunque no hubo manera de levantarlo.<br /><br /> Se dio cuenta de que se hallaba de pie exactamente en el centro de la cámara, en el círculo de piedra negra donde convergía el singular trazado. Nuevamente se le hizo patente el completo silencio. Movido por un impulso, apagó la luz de su linterna. Instantáneamente reinó la oscuridad más absoluta. En ese momento, una singular idea se deslizó en su mente. Se imaginó a si mismo en el fondo de un pozo, y que de arriba descendía un flujo que se derramaba por el eje de la cámara para tragárselo. Tan fuerte fue su impresión que realmente le pareció oír un tronar apagado, como el rugido de una catarata. Singularmente alarmado, encendió la luz y miró rápidamente en torno suyo. El percutir que sentía era, naturalmente, el pulso de su sangre, que se hacía audible en el completo silencio: fenómeno bastante familiar. Pero si este lugar era tan silencioso...<br /><br /> La idea le asaltó como una súbita punzada en su conciencia. Este era un sitio ideal para trabajar. Podía instalar la luz eléctrica, bajar una mesa y una silla, utilizar un ventilador si era necesario, aunque el olor a moho que había notado al principio parecía haber desaparecido por completo. Se dirigió hacia la entrada del pasadizo, y al salir de la habitación experimentó un inexplicable relajamiento de sus músculos, aunque no se había dado cuenta de que los tenía contraídos. Lo atribuyó al nerviosismo, y subió a prepararse un café y a escribir al dueño de la casa, que vivía en Boston, contándole el descubrimiento que había hecho.<br /><br /> El visitante miró con curiosidad hacia el vestíbulo, una vez que hubo abierto Carson la puerta, y asintió para sí como con satisfacción. Era un hombre de figura flaca y alta, con espesas cejas de color gris acero que sobresalían por encima de unos penetrantes ojos grises. Su rostro, aunque fuertemente marcado y flaco, carecía de arrugas.<br /><br /> —¿Viene por la Habitación de la Bruja? —preguntó Carson con sequedad.<br /><br /> El dueño de la casa se había ido de la lengua, y durante la última semana había estado atendiendo de mala gana a anticuarios y ocultistas deseosos de echar una ojeada a la cámara secreta en la que Abbie Prinn había murmurado sus ensalmos.<br /><br /> El mal humor de Carson había ido en aumento, y hasta pensó en la posibilidad de mudarse a un lugar más tranquilo; pero su innata obstinación le había hecho quedarse, decidido a terminar su novela, pese a todas las interrupciones. Ahora, mirando a su visitante fríamente, dijo:<br /><br /> —Lo siento, pero no se puede visitar ya más.<br /><br /> El otro le miró sobresaltado, pero casi inmediatamente brilló en sus ojos un destello de comprensión. Extrajo una tarjeta y se la ofreció a Carson.<br /><br /> —Michael Leigh, ocultista, ¿eh? —repitió Carson.<br /><br /> Aspiró profundamente. Los ocultistas, había descubierto, eran los peores, con sus oscuras alusiones a cosas innominadas y su profundo interés en el trazado del mosaico del suelo de la Habitación de la Bruja.<br /><br /> —Lo siento, señor Leigh, pero... de veras; estoy muy ocupado. Discúlpeme.<br /><br /> Y secamente, dio media vuelta hacia la puerta.<br /><br /> —Un momento —dijo Leigh con rapidez.<br /><br /> Antes de que Carson pudiese protestar, había cogido al escritor por el hombro, y le miraba fijamente a los ojos. Sobresaltado, Carson retrocedió, pero no antes de ver aparecer una extraordinaria expresión, mezcla de aprensión y satisfacción, en el flaco rostro de Leigh. Era como si el ocultista hubiese visto algo desagradable... aunque no inesperado.<br /><br /> —¿Que es esto? —preguntó Carson con aspereza—. No estoy acostumbrado...<br /><br /> —Lo siento muchísimo —dijo Leigh. Su voz era profunda, agradable—. Debo disculparme. Pensaba... bien, discúlpeme otra vez. Me temo que estoy algo excitado. Mire, he venido de San Francisco para ver la Habitación de la Bruja. ¿De veras que no me permite verla? Le pagaría lo que fuese.<br /><br /> —No —dijo; empezaba a sentir una perversa simpatía por este hombre, con su voz agradable y modulada, su rostro poderoso y su atractiva personalidad—. No, sencillamente deseo un poco de paz; no tiene usted idea de lo que me han molestado —prosiguió, vagamente sorprendido al darse cuenta de que hablaba en tono de disculpa—. Es una molestia espantosa. Casi desearía no haber descubierto esa habitación.<br /><br /> Leigh se acercó con ansiedad.<br /><br /> —¿Puedo verla? Representa muchísimo para mí; estoy inmensamente interesado en esas cosas. Le prometo no robarle más de diez minutos de su tiempo.<br /><br /> Carson vaciló, y luego asintió. Mientras conducía a su visitante al sótano, se puso a contarle las circunstancias del descubrimiento de la Habitación de la Bruja. Leigh escuchaba atentamente, interrumpiéndole de cuando en cuando con alguna pregunta.<br /><br /> —Y la rata, ¿sabe usted qué ha sido de ella? —preguntó.<br /><br /> Carson se quedó sorprendido.<br /><br /> —Pues no. Supongo que se ocultaría en su madriguera. ¿Por qué?<br /><br /> —Nunca se sabe —dijo Leigh enigmáticamente, cuando entraban en la Habitación de la Bruja.<br /><br /> Carson encendió la luz. Había instalado la electricidad, y había unas cuantas sillas y una mesa; por lo demás, la habitación estaba intacta. Carson observó el rostro del ocultista, y vio con sorpresa que se había puesto ceñudo, casi enfadado. Leigh se encaminó al centro de la habitación, mirando la silla colocada sobre el círculo de piedra negra.<br /><br /> —¿Trabaja usted aquí? —preguntó lentamente.<br /><br /> —Sí. Es un sitio tranquilo... He visto que no hay manera de trabajar arriba. Hay demasiado ruido. Pero este sitio es ideal; me resulta muy fácil escribir aquí. Mi pensamiento se siente... —dudó— libre; o sea, desvinculado de las demás cosas. Es una sensación de lo más extraordinaria.<br /><br /> Leigh asintió como si las palabras de Carson confirmasen alguna idea suya. Se volvió hacia la alcoba del disco metálico en el suelo. Carson le siguió. El ocultista se acercó a la pared, repasó los borrosos símbolos con el dedo índice. Murmuró algo en voz baja, unas palabras que a Carson le sonaron como una especie de balbuceo:<br /><br /> —Nyogtha... k'yarnak...<br /><br /> Se volvió, con el rostro serio y pálido.<br /><br /> —Ya he visto bastante —dijo suavemente—. ¿Nos vamos?<br /><br /> Sorprendido, Carson asintió, y le condujo de nuevo al sótano. Una vez arriba, Leigh vaciló, como si le resultase difícil abordar el tema. Por último, pregunto:<br /><br /> —Señor Carson, ¿le importaría decirme si ha tenido usted algún sueño extraño últimamente?<br /><br /> Carson se quedó mirándole, con la burla bailándole en los ojos.<br /><br /> —¿Sueños? —repitió—. ¡Oh!, comprendo. Bueno, señor Leigh, puedo decirle que no me va a asustar. Sus colegas, los otros ocultistas que han venido a visitar la casa, lo han intentado también.<br /><br /> Leigh alzó sus cejas espesas.<br /><br /> —¿Sí? ¿Le preguntaron si había tenido sueños?<br /><br /> —Varios... sí.<br /><br /> —¿Y qué les contestó?<br /><br /> —Que no —Luego, mientras Leigh se echaba hacia atrás en su silla, con una expresión confundida en el rostro, Carson prosiguió lentamente— : Aunque en realidad no estoy muy seguro.<br /><br /> —¿Qué quiere decir?<br /><br /> —Creo... tengo la vaga impresión de que he soñado últimamente. Pero no estoy seguro. No puedo recordar nada del sueño. Y... ¡bueno, lo más probable es que sus colegas ocultistas me hayan metido la idea en la cabeza!<br /><br /> —Quizá —dijo Leigh, mientras se levantaba. Vaciló—. Señor Carson, voy a hacerle una pregunta más bien impertinente. ¿Le es necesario vivir en esta casa?<br /><br /> Carson suspiró con resignación.<br /><br /> —Cuando me hicieron la primera vez esta pregunta, expliqué que quería un lugar tranquilo para trabajar en una novela, y que cualquier lugar tranquilo podría servirme. Pero no es fácil encontrarlo. Ahora que tengo esta Habitación de la Bruja, y me está saliendo el libro con tanta facilidad, no veo por qué razón me tengo que mudar y alterar quizá mi programa. Dejaré esta casa cuando haya terminado la novela; entonces podrán ocuparla ustedes los ocultistas y convertirla en museo o hacer con ella lo que quieran. Me tiene sin cuidado. Pero hasta que no haya terminado la novela, pienso permanecer aquí.<br /><br /> Leigh se frotó la barbilla.<br /><br /> —Desde luego. Entiendo su punto de vista. Pero ¿no hay otro lugar en la casa donde pueda usted trabajar?<br /><br /> Miró a Carson en el rostro un instante, y luego continuó rápidamente:<br /><br /> —No espero que me crea. Usted es materialista. La mayoría de la gente lo es. Pero algunos de nosotros sabemos que por encima y más allá de lo que los hombres llaman ciencia, hay un saber que se funda en leyes y principios que a los hombres corrientes les resultarían incomprensibles. Si ha leído a Machen, recordará que habla del abismo que existe entre el mundo de la conciencia y el de la materia. Es posible tender un puente sobre este abismo. ¡La Habitación de la Bruja es ese puente! ¿Sabe qué es una sala de los secretos?<br /><br /> —¿Eh? —exclamó Carson, mirando con asombro—. Pero no hay...<br /><br /> —Es una analogía... solamente una analogía. Un hombre puede susurrar una palabra en una galería o cueva, y si usted se sitúa en un punto concreto, a unos treinta metros, oye ese susurro, aunque no lo oiga alguien que se encuentre a sólo tres metros. Es una simple truco de acústica: consiste en la proyección del sonido en un punto focal. Ahora bien, este principio es aplicable a otras cosas, además del sonido. A cualquier onda de impulsos... ¡incluso al pensamiento!<br /><br /> Carson trató de interrumpirle, pero Leigh prosiguió:<br /><br /> —Esa piedra negra del centro de su Habitación de la Bruja es uno de esos puntos focales. El dibujo del suelo, cuando usted se sienta en el círculo negro, se vuelve anormalmente sensible a ciertas vibraciones, a ciertos mandatos mentales... ¡peligrosamente sensible! ¿Le parece que tiene la cabeza muy clara cuando trabaja allí? Es una ilusión, una falsa sensación de lucidez... en realidad, usted es un mero instrumento, un micrófono, sintonizado para captar determinadas vibraciones malignas cuya naturaleza no podría comprender.<br /><br /> El rostro de Carson era un estudio de asombro e incredulidad.<br /><br /> —Pero no querrá decirme que cree usted realmente...<br /><br /> Leigh retrocedió, desapareció la intensidad de sus ojos, que se volvieron ceñudos y fríos.<br /><br /></div> <div style="text-align: justify;"> —Muy bien. Pero he estudiado la historia de Abigail Prinn. Ella conocía también esa ciencia superior de que le hablo. La utilizo para fines maléficos: artes negras, como suelen llamarse. He leído que, en sus últimos días, maldijo a la ciudad de Salem... y la maldición de una bruja puede ser algo pavoroso. ¿Quiere usted... —se levantó, mordiéndose el labio—, quiere usted, al menos, permitirme que pasa a verle mañana?<br /></div> <div style="text-align: justify;"><br /> Casi involuntariamente, Carson asintió.<br /><br /> —Pero me temo que desperdiciará su tiempo. No creo... es decir, no tengo... -tartamudeó, sin saber qué decir.<br /><br /> —Solo es para cerciorarme de que usted...¡Ah!, otra cosa. Si sueña esta noche, ¿querría tratar de recordar el sueño? Si intenta evocarlo inmediatamente después de despertar, es posible recordarlo.<br /><br /> —De acuerdo. Si sueño...<br /><br /> Esa noche, Carson soñó.<br /><br /></div> <div style="text-align: justify;"> Se despertó poco antes del amanecer con el corazón latiéndole furiosamente, y con una extraña sensación de desasosiego. Dentro de las paredes, y procedentes de abajo, podía oír las furtivas carreras de las ratas. Saltó de la cama apresuradamente, temblando en la fría claridad de la madrugada. Una luna desmayada brillaba aún débilmente en un cielo pálido. Entonces recordó las palabras de Leigh.<br /></div> <div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"> Había soñado; de eso no cabía la menor duda. Pero cuál era el contenido de dicho sueño, era otra cuestión. Por mucho que lo intentó, no pudo recordarlo en absoluto, aunque tenía la vaga sensación de que corría frenéticamente en la oscuridad.<br /></div> <div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"> Se vistió rápidamente, y como la quietud de la casa en la madrugada le ponía nervioso, salió a comprar el periódico. Era demasiado temprano para que las tiendas estuviesen abiertas, sin embargo, y se dirigió hacia el oeste en busca de un vendedor de periódicos, torciendo por la primera esquina. Mientras caminaba, una extraña sensación empezó a apoderarse de él: una sensación de... ¡familiaridad! Había andado por aquí antes, y notaba una oscura y turbadora familiaridad en las formas de las casas, en las siluetas de los tejados. Pero —y esto era lo fantástico—, que él supiera, jamás había estado antes en esta calle. Se entretenía poco paseando por esa parte de Salem, pues era de naturaleza indolente; sin embargo, tenía una extraordinaria impresión de recuerdo, y se le hacía más vívida a medida que avanzaba.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><div style="text-align: center;">***<br /></div><br />Llegó a una esquina, torció maquinalmente a la izquierda. La singular sensación iba en aumento. Siguió andando despacio, reflexionando. Indudablemente, había pasado por aquí antes, y muy probablemente lo había hecho abstraído, de suerte que no había tenido conciencia de su trayecto. Sin duda, era ésta la explicación. Sin embargo, al desembocar en Charter Street, Carson sintió en su interior una rara intranquilidad. Salem despertaba; con la claridad del día, los impasibles trabajadores polacos comenzaban a cruzarse con él, presurosos, en dirección a los molinos. De cuando en cuando, pasaba un automóvil. A cierta distancia, vio que se había congregado una multitud en la acera. Apretó el paso, con la sensación de una inminente calamidad. Con extraordinario estupor, vio que se encontraba en el cementerio de Charter Street, la antigua y mal afamada Necrópolis. Se abrió paso entre la multitud.<br /><br />A sus oídos llegaron comentarios en voz baja, y vio ante sí una espalda voluminosa en uniforme azul. Miró por encima del hombro del policía y aspiró aire, horrorizado. Había un hombre inclinado sobre la verja de hierro que cercaba el cementerio. Llevaba un traje barato, llamativo, y se agarraba a las herrumbrosas barras con una fuerza tal que los tendones le sobresalían como cuerdas en el dorso peludo de sus manos. Estaba muerto, y en su cara vuelta hacia el cielo en un gesto dislocado, se había congelado una expresión de abismal y espantoso horror. Sus ojos, totalmente en blanco, sobresalían de manera horrible; su boca era una mueca contraída y amarga. El hombre que estaba junto a Carson volvió su pálido rostro hacia él.<br /><br />-Parece como si hubiese muerto de miedo -dijo roncamente-. Me horrorizaría ver lo que ha debido presenciar este hombre. ¡Uf, mire esa cara!<br /><br />Carson se alejó maquinalmente de allí, sintiendo el hálito helado de algo desconocido que le produjo un escalofrío. Se restregó los ojos, pero aquel rostro contorsiado y muerto flotaba ante su vista. Comenzó a desandar su camino, inquieto y algo tembloroso. Involuntariamente, miró hacia un lado, sus ojos se posaron en las tumbas y monumentos que punteaban el viejo cementerio. Hacía un siglo que no enterraban a nadie allí, y las lápidas manchadas de líquenes, con sus cráneos alados, sus ángeles mofletudos y sus urnas funerarias, parecían exhalar una miasma indefinible de antiguedad. ¿Que habría asustado al hombre hasta el punto de causarle la muerte?<br /><br />Aspiró profundamente. Desde luego, el cadáver había sido un espectáculo horrible, pero no debía permitir que esto alterara sus nervios. No podía consentirlo; esto perjudicaría su novela. Además, razonó consigo mismo, el caso estaba lo suficientemente claro. El muerto era con toda seguridad un polaco, del grupo de inmigrantes que vivian en el puerto de Salem. Al pasar junto al cementerio por la noche, lugar en torno al cual habían surgido numerosas y horribles leyendas durante casi tres siglos, los ojos embriagados de aquel desdichado debieron de dar realidad a los brumosos fantasmas de su mente supersticiosa. Estos polacos eran de emociones inestables, propensos a la histeria colectiva y a figuraciones insensatas. El gran Pánico de los Inmigrantes de 1853, en el que ardieron tres casas de brujas, se debió a la confusa e histérica declaración de una vieja de que había visto a un misterioso forastero vestido de blanco que se había quitado la cara. ¿Que podía esperarse de semejante gente?, pensó Carson. Sin embargo, seguía nervioso, y no regresó a casa hasta casi mediodía. Cuando, a su llegada, encontró a Leigh, el ocultista, esperándole, se alegró de verle y le invitó a pasar con cordialidad.<br /><br />Leigh estaba muy serio.<br />-¿Ha sabido alguna cosa sobre su amiga Abigail Prinn? - preguntó sin preámbulos, y Carson se le quedó mirando, detenido en el acto de ir a llenar un vaso con un sifón. Tras un prolongado intervalo, presionó la palanca, soltando el chorro de líquido y espuma en el whisky. Tendió a Leigh la bebida y sirvió otro vaso para sí -whisky solo-, antes de contestar.<br />-No se de que me habla. Ha... ¿Qué pasa con ella? -preguntó, con un aire de forzada despreocupación.<br />-He estado revisando los informes -dijo Leigh-, y he averiguado que Abigail Prinn fue enterrada el 14 de diciembre de 1690 en el cementerio de Charter Street, con una estaca en el corazón. ¿Qué ocurre?<br />-Nada -dijo Carson con voz neutra-. ¿Y bien?<br />-Pues... resulta que han abierto su tumba, y han robado su cadáver; eso es todo. Han encontrado la estaca arrancada, y hay huellas de pisadas por todo alrededor de la tumba. Huellas de zapatos. ¿Soñó usted anoche, Carson? - Leigh soltó la pregunta como un latigazo, y sus ojos se endurecieron.<br />-No lo sé -contestó Carson confundido, frotándose la frente-. No puedo recordarlo. He estado en el cementerio de Charter Street esta madrugada, Tony Brazil tuvo la amabilidad de llevarme.<br />-¡Ah! Entonces debe de haber oído algo sobre el hombre que...<br />-Le he visto -interrumpió Carson, con un estremecimiento-. Me ha dejado trastornado.<br />Apuró el whisky de un trago, Leigh le miró atentamente.<br />-Bien -dijo luego-, ¿aún está decidido a permanecer en esta casa?<br />Carson dejó el vaso y se levantó.<br />-¿Por qué no? -replicó con sequedad-. ¿Hay alguna razón por la que deba irme?<br />-Despúes de lo que sucedió anoche...<br />-¿Qué sucedió? Han robado una tumba. Un polaco supersticioso vio a los ladrones y se murió del susto. ¿Y qué?<br />-Está tratando de convencerse a sí mismo -dijo Leigh serenamente-. En su corazón sabe, debe saber, la verdad. Usted se ha convertido en un instrumento en manos de una fuerzas poderosas y terribles, Carson. Abbie Prinn ha estado en su tumba durante tres siglos... no-muerta, esperando que alguien cayese en la trampa: la Habitación de la Bruja. Quizá preveía ella lo que iba a suceder cuando la construyó; previó que algún día, alguien cometería el error de introducirse en esa cámara infernal y sería atrapadoen ese diagrama de mosaico. Ha caido usted, Carson: y ha permitido que se horror no-muerto cruzase el abismo que se abre entre la conciencia y la materia, para ponerse en rapport con usted. El hipnotismo es un juego de niños para un ser con los sobrecogedores poderes de Abigail Prinn. ¡Ella podía obligarle fácilmente a ir a su tumba y arrancarle la estaca que la tenía aprisionada, y luego borrar de su mente el recuerdo de esa acción, de formas que no pudiese ni siquiera saber si fue un sueño!<br /><br />Carson estaba de pie, y en sus ojos ardía una luz extraña:<br />-¡En nombre de Dios! ¿Sabe usted lo que está diciendo?<br />Leigh se echó a reir agriamente:<br />-¡En nombre de Dios! Diga más bien en nombre del diablo: del diablo que amenaza a Salem en ese momento; porque Salem está en peligro, en un terrible peligro. Los hombres, mujeres y niños del pueblo que Abbie Prinn maldijo cuando la ataron al palo... ¡y descubrieron que no la podían quemar! He examinado unos archivos secretos esta mañana, y he venido a rogarle por última vez que abandone esta casa.<br />-¿Ha terminado? -preguntó Carson fríamente-. Muy bien. Me quedaré aquí. Usted estará chiflado o bebido, pero no me va a impresionar con sus insensateces.<br />-¿Se marcharía si le ofreciese mil dólares? -preguntó Leigh-. ¿O más, quizá... diez mil? Dispongo de una suma considerable.<br />-¡No, maldita sea! -espetó Carson en un arrebato de cólera-. Todo lo que quiero es que me dejen solo para terminar mi novela. No puedo trabajar en ninguna otra parte... además; no quiero, yo no...<br />-Me lo esperaba -dijo Leigh, con voz súbitamente tranquila, y con una extraña nota de simpatía-. ¡Señor, usted no puede marcharse! Usted está atrapado, y es demasiado tarde para sustraerse a los controles cerebrales de Abbie Prinn, a través de la Habitación de la Bruja. Y lo peor de todo es que ella sólo puede manifestarse con su ayuda: le extrae sus fuerzas vitales, Carson, se alimenta de usted como un vampiro.<br />-Está usted loco -farfulló Carson torpemente-.<br />-Tengo miedo. Ese disco de hierro de la Habitación de la Bruja... me da miedo; y lo que hay debajo. Abbie Prinn rendía culto a extraños dioses, Carson; y he leído algo en la pared de esa alcoba que me ha hecho pensar. ¿Ha oído hablar alguna vez de Nyogtha?<br /><br />Carson negó impacientemente con la cabeza. Leigh se hurgó en el bolsillo y sacó un trozo de papel.<br /><br />-He copiado esto de un libro de la Biblioteca Kester -dijo-; el libro se llama Necronomicón, y fue escrito por una persona que sondeó tan profundamente los secretos prohibidos que los hombres le tacharon de loco. Léalo.<br />Las cejas de Carson se juntaban a medida que iba leyendo la cita:<br />-Los hombres conocen con el nombre de Morador de la Oscuridad al hermano de los Primordiales llamado Nyogtha, la Entidad que no debiera existir. Puede ser traído a la superficie de la Tierra a través de ciertas cavernas y fisuras secretas, y los hechiceros le han visto en Siria, y bajo la torre negra de Leng; ha ido al Thang Grotto de Tartaria para sembrar el terror y la destrucción entre los pabellones del Gran Khan. Sólo por la cruz ansada, por el conjuro de Vach-Viraj y por el elixir Tikkoun, puede ser devuelto a las tenebrosas cavernas de oculta impureza donde mora.<br /><br />Leigh sostuvo la confundida mirada de Carson.<br />-¿Comprende ahora?<br />-¡Conjuros y elixires! -exclamó Carson, devolviendole el papel-. ¡Estupideces!<br />-Ni mucho menos. Los ocultistas y adeptos conocen ese conjuro y ese elixir desde hace miles de años. Yo he tenido ocasión de utilizarlos en otro tiempo en determinadas... ocasiones. Y si estoy en lo cierto... -se volvió hacia la puerta, con los labios apretados en una línea descolorida -, esas manifestaciones han sido vencidas anteriormente, pero la dificultad está en conseguir el elixir; es más difícil obtenerlo. Pero espero... Volveré. ¿Puede abstenerse de entrar an la Habitación de la Bruja hasta que yo vuelva?<br />-No le prometo nada -respondió Carson. Tenía un tremendo dolor de cabeza que le había aumentado hasta imponerse a su conciencia, y ahora sentía una vaga náusea-. Adiós.<br /><br />Vio a Leigh dirigirse a la puerta, y aguardó en la escalera de la entrada, con una extraña renuencia a entrar en la casa. Mientras miraba alejarse la figura del ocultista, salió una mujer de la casa adyacente. Al verle sus enormes pechos se agitaron. Estalló en una chillona y furiosa diatriba. Carson se volvió y se quedó mirándola con ojos desconcertados. La cabeza le latía dolorosamente. La mujer se acercaba agitando un puño gordo y amenazador.<br /><br />-¿Por qué asusta usted a mi Sarah? -gritó, con su cara morena congestionada-. Porque la asusta con sus trucos estúpidos, ¿eh?<br />Carson se humedeció los labios.<br />-Lo siento -dijo lentamente-. Lo siento muchísimo. Yo no he asustado a su Sarah. No he estado en casa en todo el día. ¿Que és lo que la ha asustado?<br />-Ese bicho oscuro... dice Sarah que se metió en su casa...<br /><br />La mujer se calló de pronto, con la mandíbula colgando de asombro. Sus ojos se agrandaron. Hizo un signo extraño con la mano derecha, señalando con sus dedos índice y meñique a Carson, mientras cruzaba el pulgar sobre los otros dedos.<br /><br />-¡La vieja bruja!<br /><br />Se retiró apresuradamente, murmurando palabras en polaco con voz asustada, tal como haría Osmo Lukult. Carson dio media vuelta y entró en la casa. Se sirvió un poco de whisky en un vaso, reflexionó, y luego lo apartó sin haberlo probado. Empezó a pasear arriba y abajo, frotándose de cuando en cuando la frente con dedos que sentía secos y ardientes. Vagos, confusos pensamientos se agolpaban en su mente. Tenía la cabeza febril y le latía con violencia. Por último, bajó a la Habitación de la Bruja. Se quedó allí, aunque no trabajó; su dolor de cabeza no era tan opresivo en la mortal quietud de la cámara del subsuelo. Al cabo de un rato se durmió.<br /><br />No sabía cuánto había dormido. Soñó con Salem, y con un ser confusamente definido, negro y gelatinoso, que recorría las calles a sobrecogedora velocidad, un ser como una ameba increíblemente grande, negro como el azabache, que perseguía y se tragaba a los hombres y mujeres que gritaban y huían en vano. Soñó con un rostro de calavera que escudriñaba en su interior, un semblante reseco y contraído en el que sólo los ojos parecían vivos y brillaban con una luz infernal y perversa. Despertó finalmente, y se incorporó con un sobresalto. Tenía mucho frío.<br /><br />Reinaba el más completo silencio. A la luz de la lampara eléctrica, el mosaico verde y púrpura parecía retorcerse y contraerse hacia él, ilusión que se disipó al aclararse sus ojos enturbiados por el sueño. Consultó el reloj. Eran las dos. Había dormido toda la tarde y la mayor parte de la noche. Se sentía débil, y el cansancio le tenía inmovilizado en su silla. Le daba la sensación de que le habían extraído las fuerzas del cuerpo. El penetrante frío parecía traspasarle el cerebro, pero se le había ido el dolor de cabeza. Tenía la mente muy despejada, expectante, como si esperase que sucediera algo. Un movimiento, no lejos de él, atrajo su mirada.<br /><br />Se estaba moviendo una losa de la pared. Oyó un suave ruido chirriante, y lentamente, se ensanchó la negra cavidad, convirtiéndose la ranura en un cuadrado. Algo se movió en la sombra. Un tenso y ciego horror traspasó a Carson al ver avanzar a rastras hacia la luz a aquella monstruosidad. Parecía una momia. Durante un segundo que fue eterno, insoportable, el pensamiento golpeó espantosamente en el cerebro de Carson: ¡Parecía una momia! Era un cadáver de una delgadez descarnada, con la piel ennegrecida y el aspecto de un esqueleto con el pellejo de un enorme lagartoextendido sobre sus huesos. Se agitó, avanzó, y sus largas uñas arañaron audiblemente en la piedra. Salió a la Habitación de la Bruja, su rostro impasible se reveló cruelmente bajo la luz cruda, y sus ojos centellearon con una vida sepulcral. Pudo ver la línea dentada de su espalda negruzca y encogida...<br /><br />Carson se quedó paralizado. Un horror abismal le había privado de la capacidad de moverse. Parecía estar atrapado en los grillos de la parálisis del sueño, en que el cerebro, espectador distante, es incapaz o reacio a transmitir los impulsos nerviosos a los músculos. Se dijo frenéticamente que estaba soñando, que dentro de un momento despertaría. El seco horror se incorporó. Se puso en pie, descarnadamente flaco, y se dirigió a la alcoba en cuyo suelo estaba encajado el disco de hierro. Se detuvo de espaldas a Carson, y un susurro reseco crepitó en la quietud mortal. Al oírlo, Carson quiso gritar, pero no pudo. El espantoso murmullo continuó en un lenguaje que a Carson se le antojó extraterreno, y como en respuesta, un casi imperceptible estremecimiento sacudió el disco de hierro.<br /><br />Se estremeció y comenzó a levantarse, muy lentamente; y como en un gesto de triunfo, el encogido horror alzó sus delgadísimos brazos. El disco tenía más de veinte centímetros de espesor; y a medida que se separaba del suelo, comenzaba a penetrar en la habitación un hedor insidioso. Era vagamente un olor a reptil, almizclado y nauseabundo. El disco se elevó inexorablemente, y un dedo de negrura surgió de debajo del borde. Súbitamente, Carson recordó el sueño que había tenido, de una criatura negra y gelatinosa que recorría las calles de Salem. Trató en vano de romper los grillos de la parálisis que le tenían inmovilizado. La cámara estaba quedandose a oscuras, y un vértigo tenebroso aumentaba progresivamente para tragárselo a él. La habitación parecía vacilar. El disco siguió elevándose; siguió el arrugado horror con sus brazos esqueléticos levantados; y siguió fluyendo la negrura en un movimiento ameboide.<br /><br />Se oyó un ruido por encima del seco susurro de la momia, un vivo resonar de pasos presurosos. Por el rabillo del ojo, Carson vio que alguien entraba corriendo en la Habitación de la Bruja. Era el ocultista, Leigh, con los ojos llameantes en su rostro mortalmente pálido. Pasó por delante de Carson y se dirigió a la alcoba donde estaba emergiendo la negra abominación. Aquel ser agurrado se volvió con horrible lentitud. Carson vio que Leigh traía una especie de herramienta en su mano izquierda, una crux ansata de oro y marfil. Y llevaba la mano derecha pegada a un costado. Su voz retumbó entonces sonora y autoritaria. Su blanco rostro estaba cubierto de gotas de sudor:<br /><br />-Ya na kadishtu nilgh'ri ... stell'bsna kn'aa Nyogtha... k'yarnak phlegethor...<br /><br />Tronaron las fantásticas y aterradoras palabras, y retumbaron en las paredes de la bóveda. Leigh avanzó lentamente, sosteniendo en alto la crux ansata. ¡Y entretanto, la negra abominación seguía manando de debajo del disco! Cayó el disco a un lado, y una gran oleada de iridiscente negrura, ni sólida ni líquida, una espantosa masa gelatinosa, se derramó en dirección a Leigh. Sin detenerse, éste hizo un gesto rápido con su mano derecha, y lanzó un pequeño tubo de cristal a aquella cosa negra, en la que se hundió.<br /><br />La informe abominación se detuvo. Vaciló con un espantoso estremecimiento de indecisión, y luego se retiró rápidamente. Un hedor asfixiante de ardiente corrupción empezó a invadir el aire, y Carson vio cómo la negra monstruosidad se descomponía en grandes pedazos, arrugándose como bajo el efecto de un ácido corrosivo. Se contrajo en un vivo movimiento licuescente, goteando su espantosa carne negra a medida que se consumía.<br /><br />Un seudópodo de negrura se alargó desde la masa central y atrapó como un tentáculo gigantesco al ser cadavérico, arrastrándolo al pozo por encima del borde. Otro tentáculo cogió el disco de hierro, lo arrastró sin esfuerzo por el suelo, y cuando la abominación desapareció de la vista, el disco cayó en su sitio con un estampido atronador. La habitación osciló en amplios círculos en torno a Carson, y una náusea espantosa se apoderó de él. Hizo un tremendo esfuerzo para tenerse de pie, y luego la luz se desvaneció rápidamente y se apagó. La oscuridad se había apoderado de él.<br /><br />Carson no llegó a terminar la novela. La quemó, pero siguió escribiendo, aunque ninguno de sus libros posteriores han sido publicados. Sus editores hicieron un gesto negativo, y se preguntaron por qué un escritor de literatura popular tan brillante se había convertido de repente en un aburrido partidario de lo horripilante y lo espectral.<br /><br />-Resulta convincente -dijo un hombre a Carson, al devolverle su novela, El dios negro de la locura-. Es buena en su género, pero la encuentro morbosa y horrible. Nadie la leería. Carson, ¿por qué no escribe usted el tipo de novelas que solía escribir, del género que le hizo famoso?<br /><br />Fue entonces cuando Carson rompió su promesa de no hablar sobre la Habitación de la Bruja, y le contó la historia con la esperanza de que le comprendiera y creyera. Pero al terminar, su corazón desfalleció al verle al otro la cara de simpatía y escepticismo.<br /><br />-Lo ha soñado, ¿verdad? - preguntó el hombre, y Carson sonrió amargamente.<br />-Sí, lo he soñado.<br />-Debe de haberle producido una impresión terriblemente vivida en su espíritu. Algunos sueños la producen. Pero lo olvidará con el tiemo - predijo, y Carson asintió.<br /><br />Y porque sabía que sólo despertaría sospechas acerca de su cordura, no mencionó lo que bullía permanentemente en su cerebro, el horror que había visto en la Habitación de la Bruja al despertar de su desvanecimiento. Antes de huir, él y Leigh, pálidos y temblorosos, de la cámara, Carson había lanzado una fugaz mirada hacia atrás. Los pedazos arrugados y corroídos que había visto desprenderse de aquel ser de loca blasfemia habían desaparecido inexplicablemente, aunque habían dejado negras manchas en las piedras. Abbie Prinn, quizá, había regresado al infierno que había adorado, y su dios inhumano se había retirado a los secretos abismos más allá de la comprensión del hombre, derrotado por las fuerzas poderosas de una magia anterior que el ocultista había manejado. Pero la bruja había dejado un recuerdo, una cosa espantosa, que Carson, en esa última mirada hacia atrás, había visto emerger del borde del disco de hierro, como alzándose en irónico saludo: ¡una mano arrugada en forma de garra!<br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div>Martín Rondinahttp://www.blogger.com/profile/07042386397707757311noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8713830356491950677.post-5623416704167418852020-01-27T20:39:00.000-03:002020-01-27T20:39:30.210-03:00La ciudad sin nombre - H.P Lovecraft<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://1.bp.blogspot.com/-6S3QgsBm-LM/Xi9xQL_w9jI/AAAAAAAAGT0/IhKwndpmCTUTAt3rHnNjSonffYjXmyf2wCLcBGAsYHQ/s1600/220px-Howard_Phillips_Lovecraft.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="325" data-original-width="220" height="320" src="https://1.bp.blogspot.com/-6S3QgsBm-LM/Xi9xQL_w9jI/AAAAAAAAGT0/IhKwndpmCTUTAt3rHnNjSonffYjXmyf2wCLcBGAsYHQ/s320/220px-Howard_Phillips_Lovecraft.jpg" width="216" /></a></div>
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<u><b> La ciudad sin nombre - HP. Lovecraft</b></u></div>
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Al acercarme a la ciudad sin nombre me di cuenta de que estaba
maldita. Avanzaba por un valle terrible reseco bajo la luna, y la vi a
lo lejos emergiendo misteriosamente de las arenas, como aflora
parcialmente un cadáver de una sepultura deshecha. El miedo hablaba
desde las erosionadas piedras de esta vetusta superviviente del diluvio,
de esta bisabuela de la más antigua pirámide; y un aura imperceptible
me repelía y me conminaba a retroceder ante antiguos y siniestros
secretos que ningún hombre debía ver, ni nadie se habría atrevido a
examinar. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
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</div>
<div style="text-align: justify;">
Perdida en el desierto de Arabia se halla la ciudad sin nombre,
ruinosa y desmembrada, con sus bajos muros semienterrados en las arenas
de incontables años. Así debía de encontrarse ya, antes de que pusieran
las primeras piedras de Menfis, y cuando aun no se habían cocido los
ladrillos de Babilonia. No hay leyendas tan antiguas que recojan su
nombre o la recuerden con vida; pero se habla de ella temerosamente
alrededor de las fogatas, y las abuelas cuchichean sobre ella también en
las tiendas de los jeques, de forma que todas las tribus la evitan sin
saber muy bien la razón. Esta fue la ciudad con la que el poeta loco
Abdul Alhazred soñó la noche antes de cantar su dístico inexplicable: </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-left: 50px; text-align: justify;">
<i>«Que no está muerto lo que yace eternamente <br />y con el paso de los evos, aun la muerte puede morir»</i></div>
<div style="margin-left: 50px; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Yo debía haber sabido que los árabes tenían sus motivos para evitar
la ciudad sin nombre, la ciudad de la que se habla en extraños relatos,
pero que no ha visto ningún hombre vivo; sin embargo, desafiándolos,
penetré en el desierto inexplorado con mi camello. Sólo yo la he visto, y
por eso no existe en el mundo otro rostro que ostente las espantosas
arrugas que el miedo ha marcado en el mío, ni se estremezca de forma tan
horrible cuando el viento de la noche hace retemblar las ventanas. </div>
<div style="text-align: justify;">
Cuando la descubrí, en la espantosa quietud del sueño interminable, me
miró estremecida por los rayos de una luna fría en medio del calor del
desierto. Y al devolverle yo su mirada, olvidé el júbilo de haberla
descubierto, y me detuve con mi camello a esperar que amaneciera.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Cuatro horas esperé, hasta que el oriente se volvió gris, se apagaron
las estrellas, y el gris se convirtió en una claridad rosácea orlada de
oro. Oí un gemido, y vi que se agitaba una tormenta de arena entre las
piedras antiguas, aunque el cielo estaba claro y las vastas extensiones
del desierto permanecían en silencio. Y de repente, por el borde lejano
del desierto, surgió el canto resplandeciente del sol, a través de una
minúscula tormenta de arena pasajera; y en mi estado febril imaginé que
de alguna remota profundidad brotaba un estrépito de música metálica
saludando al disco de fuego como Memnon lo saluda desde las orillas del
Nilo. Y me resonaban los oídos, y me bullía la imaginación, mientras
conducía mi camello lentamente por la arena hasta aquel lugar
innominado; lugar que, de todos los hombres vivientes, únicamente yo he
llegado a ver. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Y vagué entre los cimientos de las casas y de los edificios, sin
encontrar relieves ni inscripciones que hablasen de los hombres -si es
que fueron hombres- que habían construido esta ciudad y la habían
habitado hacía tantísimo tiempo. La antigüedad del lugar era malsana,
por lo que deseé fervientemente descubrir algún signo o clave que
probara que había sido hecha efectivamente por los hombres. Había
ciertas dimensiones y proporciones en las ruinas que me producían
desasosiego. Llevaba conmigo numerosas herramientas, y cavé mucho entre
los muros de los olvidados edificios; pero mis progresos eran lentos y
nada de importancia aparecía. Cuando la noche y la luna volvieron otra
vez, el viento frío me trajo un nuevo temor, de forma que no me atreví a
quedarme en la ciudad. Y al salir de los antiguos muros para descansar,
una pequeña tormenta de arena se levantó detrás de mí, soplando entre
las piedras grises, a pesar de que brillaba la luna, y casi todo el
desierto permanecía inmóvil.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Al amanecer desperté de una cabalgata de horribles pesadillas, y me
resonó en los oídos como un tañido metálico. Vi asomar el sol rojizo
entre las últimas ráfagas de una pequeña tormenta de arena que flotaba
sobre la ciudad sin nombre, haciendo más patente la quietud del paisaje.
Una vez más, me interné en las lúgubres ruinas que abultaban bajo las
arenas como un ogro bajo su colcha, y de nuevo cavé en vano en busca de
reliquias de la olvidada raza. A mediodía descansé, y dediqué la tarde a
señalar los muros, las calles olvidadas y los contornos de los casi
desaparecidos edificios. Observe que la ciudad había sido efectivamente
poderosa, y me pregunté cuáles pudieron ser los orígenes de su grandeza.
Me representaba el esplendor de una edad tan remota que Caldea no
podría recordarla, y pensé en Sarnath la Predestinada, ya existente en
la tierra de Mnar cuando la humanidad era todavía joven, y en Ib,
excavada en la piedra gris antes de la aparición de los hombres. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
De repente, llegué a un lugar donde la roca del subsuelo emergía de
la arena formando un bajo acantilado y vi con alegría lo que parecía
prometer nuevos vestigios del pueblo antediluviano. Toscamente talladas
en la cara del acantilado, aparecían las inequívocas fachadas de varios
edificios pequeños o templos achaparrados, cuyos interiores conservaban
quizá numerosos secretos de edades incalculablemente remotas; aunque las
tormentas de arena habían borrado hacía tiempo los relieves que sin
duda exhibieron en su exterior. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Las oscuras aberturas próximas a mí eran muy bajas y estaban cegadas
por las arenas; pero limpié una de ellas con la pala y me introduje a
gatas, llevando una antorcha que me revelase los misterios que hubiese.
Una vez en el interior, vi que la caverna era efectivamente un templo, y
descubrí claros signos de la raza que había vivido y practicado su
religión antes de que el desierto fuese desierto. No faltaban altares
primitivos, pilares y nichos, todo singularmente bajo; y aunque no veía
esculturas ni frescos, había muchas piedras extrañas, claramente
talladas en forma de símbolos por algún medio artificial. Era muy
extraña la baja altura de la cámara cincelada, ya que apenas me permitía
estar de rodillas; pero el recinto era tan grande que la antorcha
revelaba una parte solamente. Algunos de los últimos rincones me
producían temor; ya que determinados altares y piedras sugerían
olvidados ritos de naturaleza repugnante e inexplicable que hicieron que
me preguntase qué clase de hombres podían haber construido y
frecuentado semejante templo. Cuando hube visto todo lo que contenía el
lugar, salí gateando otra vez, ansioso por averiguar lo que pudieran
revelarme los templos. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La noche se estaba echando encima; pero las cosas tangibles que había
visto hacían que mi curiosidad fuese más fuerte que mi miedo, y no huí
de las largas sombras lunares que me habían intimidado la primera vez
que vi la ciudad sin nombre. En el crepúsculo, limpié otra abertura; y
encendiendo una nueva antorcha me introduje a rastras por ella, y
descubrí más piedras y símbolos enigmáticos; pero todo era tan vago como
en el otro templo. El recinto era igual de bajo, aunque bastante menos
amplio, y terminaba en un estrecho pasadizo en el que había oscuras y
misteriosas hornacinas. Y me encontraba examinando estas hornacinas
cuando el ruido del viento y mi camello turbaron la quietud, y me
hicieron salir a ver qué había asustado al animal. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La luna brillaba intensamente sobre las primitivas ruinas, iluminando
una densa nube de arena que parecía producida por un viento fuerte,
aunque decreciente, que soplaba desde algún lugar del acantilado que
tenía ante mí. Sabía que era este viento frío y arenoso lo que había
inquietado al camello, y estaba a punto de llevarlo a un lugar más
protegido, cuando alcé los ojos por casualidad y vi que no soplaba
viento alguno en lo alto del acantilado. Esto me dejó asombrado, y me
produjo temor otra vez; pero inmediatamente recordé los vientos locales y
súbitos que había observado anteriormente durante el amanecer y el
crepúsculo, y pensé que era cosa normal. Supuse que provenía de alguna
grieta de la roca que comunicaba con alguna cueva, y me puse a observar
el remolino de arena a fin de localizar su origen; no tardé en descubrir
que salía de un orificio negro de un templo bastante más al sur de
donde yo estaba, casi fuera de mi vista. Eché a andar contra la nube
sofocante de arena, en dirección a dicho templo, y al acercarme descubrí
que era más grande que los demás, y que su entrada estaba bastante
menos obstruida de arena dura. Habría entrado, de no ser por la terrible
fuerza de aquel viento frío que casi apagaba mi antorcha. Brotaba
furioso por la oscura puerta suspirando misteriosamente mientras agitaba
la arena y la esparcía por entre las espectrales ruinas. Poco después
empezó a amainar, y la arena se fue aquietando poco a poco, hasta que
finalmente todo quedo inmóvil otra vez; pero una presencia parecía
acechar entre las piedras fantasmales de la ciudad, y cuando alcé los
ojos hacia la luna, me pareció que temblaba como si se reflejara en la
superficie de unas aguas trémulas. Me sentía más asustado de lo que
podía explicarme, aunque no lo bastante como para reprimir mi sed de
prodigios; así que tan pronto como el viento se calmó, crucé el umbral y
me introduje en el oscuro recinto de donde había brotado el viento.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Este templo, como había imaginado desde el exterior, era el más
grande de cuantos había visitado hasta el momento; probablemente era una
caverna natural, ya que lo recorrían vientos que procedían de alguna
región interior. Aquí podía estar completamente de pie; pero vi que las
piedras y los altares eran tan bajos como los de los otros templos. En
los muros y en el techo observé por primera vez vestigios del arte
pictórico de la antigua raza, curiosas rayas onduladas hechas con una
pintura que casi se había borrado o descascarillado; y en dos de los
altares vi con creciente excitación un laberinto de relieves curvilíneos
bastante bien trazados. Al alzar en alto la antorcha, me pareció que la
forma del techo era demasiado regular para que fuese natural, y me
pregunté qué prehistóricos escultores habrían trabajado en este lugar.
Su habilidad técnica debió de ser inmensa. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Luego, una súbita llamarada de la caprichosa antorcha me reveló lo
que había estado buscando: el acceso a aquellos abismos más remotos de
los que había brotado el inesperado viento; sentí un desvanecimiento al
descubrir que se trataba de una puerta pequeña, artificial, cincelada en
la sólida roca. Metí la antorcha por ella, y vi un túnel negro de techo
bajo y abovedado que se curvaba sobre un tramo descendente de toscos
escalones, muy pequeños, numerosos y empinados. Siempre veré esos
peldaños en mis sueños, ya que llegué a saber lo que significaban. En
aquel momento no sabía si considerarlos peldaños o meros apoyos para
salvar una pendiente demasiado pronunciada. La cabeza me daba vueltas,
agobiada por locos pensamientos, y parecieron llegarme flotando las
palabras y advertencias de los profetas árabes, a través del desierto,
desde las tierras que los hombres conocen a la ciudad sin nombre que no
se atreven a conocer. Pero sólo vacilé un momento, antes de cruzar el
umbral y empezar a bajar precavidamente por el empinado pasadizo, con
los pies por delante, como por una escala de mano. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Solo en los terribles desvaríos de la droga o del delirio puede un
hombre haber efectuado un descenso como el mío. El estrecho pasadizo
bajaba interminable como un pozo espantosamente fantasmal, y la antorcha
que yo sostenía por encima de mi cabeza no alcanzaba a iluminar las
ignoradas profundidades hacia las que descendía. Perdí la noción de las
horas y olvidé consultar mi reloj, aunque me asusté al pensar en la
distancia que debía de estar recorriendo. Había giros y cambios de
pendiente; una de las veces llegué a un corredor largo, bajo y
horizontal, donde tuve que arrastrarme por el suelo rocoso con los pies
por delante, sosteniendo la antorcha cuanto daba de sí la longitud de mi
brazo. No había altura suficiente para permanecer de rodillas. Después,
me encontré con otra escalera empinada, y seguí bajando
interminablemente mientras mi antorcha se iba debilitando poco a poco,
hasta que se apagó. Creo que no me di cuenta en ese momento, porque
cuando lo noté, aún la sostenía por encima de mí como si me siguiera
alumbrando. Me tenía completamente trastornado esa pasión por lo extraño
y lo desconocido que me había convertido en un errabundo en la tierra y
un frecuentador de lugares remotos, antiguos y prohibidos. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
En la oscuridad, me venían al pensamiento súbitos fragmentos de mi
amado tesoro de saber demoníaco: frases del árabe loco Alhazred,
párrafos de las pesadillas apócrifas de Damascius, y sentencias infames
del delirante <i>Image du Monde</i> de Gauthier de Metz. Repetía citas
extrañas y murmuraba cosas sobre Afrasiab y los demonios que bajaban
flotando con él por el Oxus; más tarde, recité una y otra vez la frase
de uno de los relatos de Lord Dunsany: «La sorda negrura del abismo». En
una ocasión en que el descenso se volvió asombrosamente pronunciado,
repetí con voz monótona un pasaje de Tomás Moro, hasta que tuve miedo de
recitarlo más:</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-left: 50px; text-align: justify;">
<span style="font-style: italic;">Un pozo de tinieblas. negro<br />tomo un caldero de brujas, lleno<br />De drogas lunares en eclipse destiladas<br />Al inclinarme a mirar si podía bajar el pie<br />Por ese abismo, vi, abajo,<br />Hasta donde alcanzaba la mirada,<br />Negras Paredes lisas como el cristal<br />Recién acabadas de pulir,<br />Y con esa negra pez que el Trono de la Muerte<br />Derrama por sus bordes viscosos.</span></div>
<div style="margin-left: 50px; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-style: italic;"></span></div>
<div style="text-align: justify;">
El tiempo había dejado de existir por completo cuando mis
pies tocaron nuevamente un suelo horizontal, y llegué a un recinto algo
más alto que los dos templos anteriores que, ahora, estaban a una
distancia incalculable, por encima de mí. No podía ponerme de pie, pero
podía enderezarme arrodillado; y en la oscuridad, me arrastré y gateé de
un lado para otro al azar. No tardé en darme cuenta de que me
encontraba en un estrecho pasadizo en cuyas paredes se alineaban
numerosos estuches de madera con el frente de cristal. El descubrir en
semejante lugar paleozoico y abismal objetos de cristal y madera
pulimentada me produjo un estremecimiento, dadas sus posibles
implicaciones. Al parecer, los estuches estaban ordenados a lo largo del
pasadizo a intervalos regulares, y eran oblongos y horizontales,
espantosamente parecidos a ataúdes por su forma y tamaño. Cuando traté
de mover uno o dos, a fin de examinarlos, descubrí que estaban
firmemente sujetos. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Comprobé que el pasadizo era largo y seguí adelante con rapidez,
emprendiendo una carrera a cuatro patas que habría parecido horrible de
haber habido alguien observándome en la oscuridad; de vez en cuando me
desplazaba a un lado y a otro para palpar mis alrededores y cerciorarme
de que los muros y las filas de estuches seguían todavía. El hombre está
tan acostumbrado a pensar visualmente que casi me olvidé de la
oscuridad, representándome el interminable corredor monótonamente
cubierto de madera y cristal como si lo viese. Y entonces, en un
instante de indescriptible emoción, lo vi.</div>
<div style="text-align: justify;">
No sé exactamente cuándo lo imaginado se fundió a la visión real;
pero surgió gradualmente un resplandor delante de mí, y de repente me di
cuenta de que veía los oscuros contornos del corredor y los estuches a
causa de alguna desconocida fosforescencia subterránea. Durante un
momento todo fue exactamente como yo lo había imaginado, ya que era muy
débil la claridad; pero al avanzar maquinalmente hacia la luz cada vez
más fuerte, descubrí que lo que yo había imaginado era demasiado débil.
Esta sala no era una reliquia rudimentaria como los templos de arriba,
sino un monumento de un arte de lo más magnífico y exótico. Ricos y
vívidos y atrevidamente fantásticos dibujos y pinturas componían una
decoración mural continua cuyas líneas y colores superarían toda
descripción. Los estuches eran de una madera extrañamente dorada, con un
frente de exquisito cristal, y contenían los cuerpos momificados de
unas criaturas que superarían en grotesca fealdad los sueños más
caóticos del hombre. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Es imposible dar una idea de estas monstruosidades. Era de naturaleza
reptil con unos rasgos corporales que unas veces recordaban al
cocodrilo, otras a la foca, pero más frecuentemente a seres que el
naturalista y el paleontólogo no han conocido jamás. Tenían más o menos
el tamaño de un hombre bajo, y sus extremidades anteriores estaban
dotadas de unas zarpas delicadas claramente parecidas a las manos y los
dedos humanos. Pero lo más extraño de todo eran sus cabezas, cuyo
contorno transgredía todos los principios biológicos conocidos. No hay
nada a lo que aquellas criaturas se pueda comparar con propiedad…
fugazmente, pensé en seres tan diversos como el gato, el perro dogo, el
mítico sátiro y el ser humano. Ni el propio Júpiter tuvo una frente tan
enorme y protuberante; sin embargo, los cuernos, la carencia de nariz y
la mandíbula de caimán, les situaba fuera de toda categoría
establecida. Durante un rato dudé de la realidad de las momias, casi
inclinándome a suponer que se trataba de ídolos artificiales; pero no
tardé en convencerme de que eran efectivamente especies paleógenas que
habían existido cuando la ciudad sin nombre estaba viva. Como para
rematar el carácter grotesco de sus naturalezas, la mayoría estaban
suntuosamente vestidas con tejidos costosos y lujosamente cargadas de
adornos de oro, joyas y metales brillantes y desconocidos. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La importancia de estas criaturas reptiles debió de ser inmensa, ya
que estaban en primer término, entre los extravagantes motivos de los
frescos que decoraban las paredes y los techos. El artista las había
retratado con inigualable habilidad en su propio mundo, en el cual
tenían ciudades y jardines trazados según sus dimensiones; y no pude por
menos de pensar que su historia representada era alegórica, revelando
quizá el progreso de la raza que las adoraba. Estas criaturas, me decía,
debían de ser para los habitantes de la ciudad sin nombre lo que fue la
loba para Roma, o los animales totémicos para una tribu de indios. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Siguiendo esta teoría, pude descifrar someramente una épica asombrosa
de la ciudad sin nombre: la crónica de una poderosa metrópoli costera
que gobernó el mundo antes de que África surgiera de las olas, y de sus
luchas cuando el mar se retiró y el desierto invadió el fértil valle que
la mantenía. Vi sus guerras y sus triunfos, sus tribulaciones y
derrotas, y después, su terrible lucha contra el desierto, cuando miles
de sus habitantes -representados aquí alegóricamente como grotescos
reptiles- se vieron empujados a abrirse camino hacia abajo, excavando la
roca de alguna forma prodigiosa, en busca del mundo del que les habían
hablado sus profetas. Todo era misteriosamente vívido y realista; y su
conexión con el impresionante descenso que yo había efectuado era
inequívoco. Incluso reconocía los pasadizos. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Al avanzar por el corredor hacia la luz más brillante, vi nuevas
etapas de la épica representada: la despedida de la raza que había
habitado la ciudad sin nombre y el valle hacía unos diez millones de
años; la raza cuyas almas se negaban a abandonar los escenarios que sus
cuerpos habían conocido durante tanto tiempo, en los que se habían
asentado como nómadas durante la juventud de la tierra, tallando en la
roca virgen aquellos santuarios en los que no habían dejado de practicar
sus cultos religiosos. Ahora que había más luz, pude examinar las
pinturas con más detenimiento; y recordando que los extraños reptiles
debían de representar a los hombres desconocidos, pensé en las
costumbres imperantes en la ciudad sin nombre. Había muchas cosas
inexplicables. La civilización, que incluía un alfabeto escrito, había
llegado a alcanzar, al parecer, un grado superior al de aquellas otras
inmensamente posteriores de Egipto y de Caldea; aunque noté omisiones
singulares. Por ejemplo, no pude descubrir ninguna representación de la
muerte o de las costumbres funerarias, salvo en las escenas de guerra,
de violencia o de plagas; así que me preguntaba por qué esta reserva
respecto de la muerte natural. Era como si hubiesen abrigado un ideal de
inmortalidad como una ilusión esperanzadora. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Más cerca del final del pasadizo había pintadas escenas de máximo
exotismo y extravagancia: vistas de la ciudad sin nombre que ahora
contrastaban por su despoblación y su creciente ruina, y de un extraño y
nuevo reino paradisíaco hacia el que la raza se había abierto camino
con sus cinceles a través de la roca. En estas perspectivas, la ciudad y
el valle desierto aparecían siempre a la luz de la luna, con un halo
dorado flotando sobre los muros derruidos y medio revelando la
espléndida perfección de los tiempos anteriores, espectralmente
insinuada por el artista. Las escenas paradisíacas eran casi demasiado
extravagantes para que resultaran creíbles, retratando un mundo oculto
de luz eterna, lleno de ciudades gloriosas y de montes y valles etéreos.
Al final, me pareció ver signos de un anticlímax artístico. Las
pinturas se volvieron menos hábiles y mucho más extrañas, incluso, que
las más disparatadas de las primeras. Parecían reflejar una lenta
decadencia de la antigua estirpe, a la vez que una creciente ferocidad
hacia el mundo exterior del que les había arrojado el desierto. Las
formas de las gentes -siempre simbolizadas por los reptiles sagrados-
parecían ir consumiéndose gradualmente, aunque su espíritu, al que
mostraban flotando por encima de las ruinas bañadas por la luna,
aumentaba en proporción. Unos sacerdotes flacos, representados como
reptiles con atuendos ornamentales, maldecían el aire de la superficie y
a cuantos seres lo respiraban; y en una terrible escena final se veía a
un hombre de aspecto primitivo -quizá un pionero de la antigua Irem, la
Ciudad de los Pilares-, en el momento de ser despedazado por los
miembros de la raza anterior. Recuerdo el temor que la ciudad sin nombre
inspiraba a los árabes, y me alegré de que más allá de este lugar, los
muros grises y el techo estuviesen desnudos de pinturas.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Mientras contemplaba el cortejo de la historia mural, me fui
acercando al final del recinto de techo bajo, hasta que descubrí una
entrada de la cual subía la luminosa fosforescencia. Me arrastré hasta
ella, y dejé escapar un alarido de infinito asombro ante lo que había al
otro lado; pues en vez de descubrir nuevas cámaras más iluminadas, me
asomé a un ilimitado vacío de uniforme resplandor, como supongo que se
vería desde la cumbre del monte Everest, al contemplar un mar de bruma
iluminada por el sol. Detrás de mí había un pasadizo tan angosto que no
podía ponerme de pie; delante, tenía un infinito de subterránea
refulgencia. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Del pasadizo al abismo descendía un pronunciado tramo de escaleras
-de peldaños pequeños y numerosos, como los de los oscuros pasadizos que
había recorrido-; aunque unos pies más abajo los ocultaban los vapores
luminosos. Abatida contra el muro de la izquierda, había abierta una
pesada puerta de bronce, increíblemente gruesa y decorada con
fantásticos bajorrelieves, capaz de aislar todo el mundo interior de
luz, si se cerraba, respecto de las bóvedas y pasadizos de roca. Miré
los peldaños, y de momento, me dio miedo descender por ellos. Tiré de la
puerta de bronce, pero no pude moverla. Luego me tumbé boca abajo en el
suelo de losas, con la mente inflamada en prodigiosas reflexiones que
ni siquiera el mortal agotamiento podía disipar. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Mientras estaba tendido, con los ojos cerrados y pensando libremente,
me volvieron a la conciencia muchos detalles que había observado de
pasada en los frescos con un significado nuevo y terrible; escenas que
representaban la ciudad sin nombre en su esplendor, la vegetación del
valle que la rodeaba, y las tierras distantes con las que sus mercaderes
comerciaban. La alegoría de las criaturas reptantes me desconcertaba
por su universal distinción, y me asombraba que se conservase con tanta
insistencia en una historia de tal importancia. En los frescos se
representaba la ciudad sin nombre guardando la debida proporción con los
reptiles. Me preguntaba cuáles serían sus proporciones reales y su
magnificencia, y medité un momento sobre determinadas peculiaridades que
había notado en las ruinas. Me parecía extraña la escasa altura de los
templos primordiales y del corredor del subsuelo, tallado indudablemente
por deferencia a las deidades reptiles que ellos adoraban; aunque,
evidentemente, obligaban a los adoradores a reptar. Quizá los mismos
ritos comportaban esta imitación de las criaturas adoradas. Sin embargo,
ninguna teoría religiosa podía explicar por qué los pasadizos
horizontales que se intercalaban en ese espantoso descenso eran tan
bajos como los templos… o más, puesto que no era posible permanecer
siquiera de rodillas. Al pensar en las criaturas reptiles, cuyos
espantosos cuerpos momificados tenía tan cerca de mí, sentí un nuevo
sobresalto de terror. Las asociaciones de la mente son muy extrañas; y
me encogí ante la idea de que, salvo el pobre hombre primitivo
despedazado de la última pintura, la mía era la única forma humana, en
medio de las numerosas reliquias y símbolos de vida primordial. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Pero en mi extraña y errabunda existencia, el asombro siempre se
imponía a mis temores; pues el abismo luminoso y lo que podía contener
planteaban un problema valiosísimo para el más grande explorador. No me
cabía duda de que al pie de aquella escalera de peldaños singularmente
pequeños había un mundo extraño y misterioso, y esperaba encontrar allí
los recuerdos humanos que las pinturas del corredor no me habían podido
ofrecer. Los frescos representaban ciudades y valles increíbles de esta
región inferior, y mi imaginación se demoraba en las ricas ruinas que me
esperaban. </div>
<div style="text-align: justify;">
Mis temores, efectivamente, se relacionaban más con el pasado que con
el futuro. Ni siquiera el horror físico de mi situación en aquel
angosto corredor de reptiles muertos y frescos antediluvianos, millas
por debajo del mundo que yo conocía, y ante ese otro mundo de luces y
brumas espectrales, podía compararse con el miedo que sentía ante la
abismal antigüedad del escenario y de su espíritu. Una antigüedad tan
inmensa que empequeñecía todo cálculo parecía mirar de soslayo desde las
rocas primordiales y los templos tallados de la ciudad sin nombre,
mientras que los últimos mapas asombrosos de los frescos mostraban
océanos y continentes que el hombre ha olvidado, cuyos contornos eran
vagamente familiares. Nadie sabía qué podía haber sucedido en las edades
geológicas ya que las pinturas se interrumpían, y la resentida y
rencorosa raza había sucumbido a la decadencia. En otro tiempo, estas
cavernas y la luminosa región que se abría más allá habían hervido de
vida; ahora, me encontraba solo entre estas vívidas reliquias, y
temblaba al pensar en los incontables siglos durante los cuales dichas
reliquias habían mantenido una vigilia muda y abandonada. </div>
<div style="text-align: justify;">
De pronto, me invadió nuevamente aquel agudo terror que de cuando en
cuando me asaltaba desde que había visto el terrible valle y la ciudad
sin nombre bajo la fría luna; y a pesar de mi cansancio, me sorprendí a
mí mismo incorporándome frenéticamente, y mirando hacia el oscuro
corredor, hacia los túneles que subían al mundo exterior. Me dominó el
mismo sentimiento que me había hecho abandonar la ciudad sin nombre por
la noche, y que era tan inexplicable como acuciante. Un momento después,
sin embargo, sufrí una impresión aún mayor en forma de un ruido
definido: el primero que quebraba el absoluto silencio de estas
profundidades sepulcrales. Fue un gemido bajo, profundo, como de una
multitud lejana de espíritus condenados; y provenía del lugar hacia
donde yo miraba. El rumor fue creciendo rápidamente, y no tardó en
resonar de forma espantosa por el bajo pasadizo. Al mismo tiempo, tuve
conciencia de una corriente de aire frío, cada vez más fuerte, idéntica a
la que brotaba de los túneles y barría la ciudad. El contacto de ese
viento pareció devolverme el equilibrio, porque instantáneamente recordé
las súbitas ráfagas que se levantaban en torno a la entrada del abismo
en el amanecer y el crepúsculo, una de las cuales, efectivamente, me
había revelado los túneles secretos. Consulté mi reloj y vi que faltaba
poco para amanecer, así que me preparé para resistir el vendaval que
regresaba a su caverna, del mismo modo que había salido al atardecer. Mi
miedo disminuyó otra vez, ya que un fenómeno natural tiende a disipar
las lucubraciones sobre lo desconocido. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Cada vez entraba con más violencia el quejumbroso y aullante viento
de la noche, precipitándose en el abismo subterráneo. Me dejé caer de
nuevo boca abajo, y me agarré vanamente al suelo, temiendo que me
arrastrara por la puerta y me precipitara en el abismo fosforescente. No
me había esperado una furia semejante; y al darme cuenta de que, en
efecto, me iba deslizando por el suelo hacia el abismo, me asaltaron mil
nuevos terrores imaginarios. La malignidad de aquella corriente
despertó en mí increíbles figuraciones; una vez más me comparé, con un
estremecimiento, a la única imagen humana del espantoso corredor, al
hombre despedazado por la desconocida raza; porque los zarpazos
demoníacos de los torbellinos parecían contener una furia vindicativa
tanto más fuerte cuanto que me sentía casi impotente. Cerca del final,
creo que grité frenéticamente -casi enloquecido-; si fue así, mis gritos
se perdieron en aquella babel infernal de espíritus aulladores. Traté
de retroceder arrastrándome contra el torrente invisible y homicida,
pero no podía afianzarme siquiera, y seguía siendo arrastrado lenta e
inexorablemente hacia el mundo desconocido. Por último, se me debió de
trastornar la razón, y empecé a balbucear, una y otra vez, aquel
inexplicable dístico del árabe loco Abdul Alhazred, que soñó con la
ciudad sin nombre: </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-left: 50px; text-align: justify;">
<i>«Que no está muerto lo que yace eternamente, <br />Y con el paso de los evos, aun la muerte puede morir». </i></div>
<div style="margin-left: 50px; text-align: justify;">
<i> </i> </div>
<div style="text-align: justify;">
Sólo los ceñudos y severos dioses del desierto saben lo que ocurrió
en realidad; qué forcejeos y luchas sostuve en la oscuridad, o qué
Abaddón me guió de nuevo a la vida, donde siempre habré de recordar, y
estremecerme, cuando sopla el viento de la noche, hasta que el olvido o
algo peor me reclame. Fue monstruoso, inmenso, antinatural… muy lejos de
cuanto el hombre pueda concebir, salvo en las primeras horas
silenciosas y detestables de la madrugada, cuando uno no puede dormir. </div>
<div style="text-align: justify;">
He dicho que la furia del viento era infernal -cacodemoníaca-, y que
sus voces eran espantosas a causa de una perversidad reprimida durante
eternidades de desolación. Luego, estas voces, aunque delante de mí
seguían siendo caóticas, imaginó mi cerebro enfebrecido que adoptaban
forma articulada detrás; y allá en la tumba de unas antigüedades muertas
hacía innumerables evos, leguas debajo del mundo diurno de los hombres,
oí horribles maldiciones y gruñidos de demonios de extrañas lenguas. Al
volverme, vi recortarse contra el éter luminoso del abismo lo que no
podía verse en la oscuridad del corredor: una horda pesadillesca de
seres que se precipitaban, de demonios semitransparentes distorsionados
por el odio, grotescamente ataviados, y pertenecientes a una raza que
nadie habría podido confundir: la de las criaturas reptiles de la ciudad
sin nombre. </div>
<div style="text-align: justify;">
Cuando se calmó el viento, me envolvió la negrura más absoluta de las
entrañas de la tierra; porque detrás de la última de las criaturas, la
gran puerta de bronce se cerró de golpe con un estruendo ensordecedor de
música metálica cuyos ecos ascendieron hasta el mundo distante para
saludar al sol naciente, como lo saluda Memnón desde las orillas del
Nilo.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: center;">
***</div>
<div style="text-align: center;">
<br /></div>
Martín Rondinahttp://www.blogger.com/profile/07042386397707757311noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8713830356491950677.post-27272656810432035322019-03-06T22:36:00.001-03:002019-03-06T22:36:13.405-03:00Ambrose Bierce: Aceite de perro<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
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<br />
<div style="background-color: white; border: 0px; box-sizing: border-box; color: #404040; font-family: Merriweather, "Open Sans", sans-serif; font-size: 15px; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px; text-align: justify; vertical-align: baseline;">
<b style="box-sizing: border-box;">Ambrose Gwinett Bierce</b> fue un editor, periodista, escritor y satírico estadounidense. Bierce empleó un estilo distintivo de escritura, especialmente en sus historias. Su estilo a menudo abarca un comienzo abrupto, imágenes oscuras, vagas referencias al tiempo, descripciones limitadas, eventos imposibles y el tema de la guerra.</div>
<div style="background-color: white; border: 0px; box-sizing: border-box; color: #404040; font-family: Merriweather, "Open Sans", sans-serif; font-size: 15px; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px; text-align: justify; vertical-align: baseline;">
<br style="box-sizing: border-box;" /></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; box-sizing: border-box; color: #404040; font-family: Merriweather, "Open Sans", sans-serif; font-size: 15px; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px; text-align: justify; vertical-align: baseline;">
En 1913, Bierce viajó a México para adquirir experiencia de primera mano de la Revolución mexicana. Se rumoreaba que viajaba con tropas rebeldes, y no se le volvió a ver.</div>
<div style="background-color: white; border: 0px; box-sizing: border-box; color: #404040; font-family: Merriweather, "Open Sans", sans-serif; font-size: 15px; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px; text-align: justify; vertical-align: baseline;">
<br /></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; box-sizing: border-box; color: #404040; font-family: Merriweather, "Open Sans", sans-serif; font-size: 15px; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px; text-align: justify; vertical-align: baseline;">
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<div style="background-color: white; border: 0px; box-sizing: border-box; color: #404040; font-family: Merriweather, "Open Sans", sans-serif; font-size: 15px; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px; text-align: center; vertical-align: baseline;">
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<div style="background-color: white; border: 0px; box-sizing: border-box; color: #404040; font-family: Merriweather, "Open Sans", sans-serif; font-size: 15px; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px; text-align: center; vertical-align: baseline;">
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<div style="background-color: white; border: 0px; box-sizing: border-box; color: #404040; font-family: Merriweather, "Open Sans", sans-serif; font-size: 15px; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px; text-align: center; vertical-align: baseline;">
<br /></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; box-sizing: border-box; color: #404040; font-family: Merriweather, "Open Sans", sans-serif; font-size: 15px; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px; text-align: center; vertical-align: baseline;">
<b><u>Aceite de Perro</u></b></div>
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<br /></div>
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Me llamo Boffer Bings. Nací de padres honestos en uno de los más humildes caminos de la vida: mi padre era fabricante de aceite de perro y mí madre poseía un pequeño estudio, a la sombra de la iglesia del pueblo, donde se ocupaba de los no deseados. En la infancia me inculcaron hábitos industriosos; no solamente ayudaba a mi padre a procurar perros para sus cubas, sino que con frecuencia era empleado por mi madre para eliminar los restos de su trabajo en el estudio. Para cumplir este deber necesitaba a veces toda mi natural inteligencia, porque todos los agentes de ley de los alrededores se oponían al negocio de mi madre. No eran elegidos con el mandato de oposición, ni el asunto había sido debatido nunca políticamente: simplemente era así. La ocupación de mi padre -hacer aceite de perro- era naturalmente menos impopular, aunque los dueños de perros desaparecidos lo miraban a veces con sospechas que se reflejaban, hasta cierto punto, en mí. Mi padre tenía, como socios silenciosos, a dos de los médicos del pueblo, que rara vez escribían una receta sin agregar lo que les gustaba designar Lata de Óleo. Es realmente la medicina más valiosa que se conoce; pero la mayoría de las personas es reacia a realizar sacrificios personales para los que sufren, y era evidente que muchos de los perros más gordos del pueblo tenían prohibido jugar conmigo, hecho que afligió mi joven sensibilidad y en una ocasión estuvo a punto de hacer de mí un pirata.</div>
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<br /></div>
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A veces, al evocar aquellos días, no puedo sino lamentar que, al conducir indirectamente a mis queridos padres a su muerte, fui el autor de desgracias que afectaron profundamente mi futuro.</div>
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Una noche, al pasar por la fábrica de aceite de mi padre con el cuerpo de un niño rumbo al estudio de mi madre, vi a un policía que parecía vigilar atentamente mis movimientos. Joven como era, yo había aprendido que los actos de un policía, cualquiera sea su carácter aparente, son provocados por los motivos más reprensibles, y lo eludí metiéndome en la aceitería por una puerta lateral casualmente entreabierta. Cerré en seguida y quedé a solas con mi muerto. Mi padre ya se había retirado. La única luz del lugar venía de la hornalla, que ardía con un rojo rico y profundo bajo uno de los calderos, arrojando rubicundos reflejos sobre las paredes. Dentro del caldero el aceite giraba todavía en indolente ebullición y empujaba ocasionalmente a la superficie un trozo de perro. Me senté a esperar que el policía se fuera, el cuerpo desnudo del niño en mis rodillas, y le acaricié tiernamente el pelo corto y sedoso. ¡Ah, qué guapo era! Ya a esa temprana edad me gustaban apasionadamente los niños, y mientras miraba al querubín, casi deseaba en mi corazón que la pequeña herida roja de su pecho -la obra de mi querida madre- no hubiese sido mortal.</div>
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<br /></div>
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Era mi costumbre arrojar los niños al río que la naturaleza había provisto sabiamente para ese fin, pero esa noche no me atreví a salir de la aceitería por temor al agente. “Después de todo”, me dije, “no puede importar mucho que lo ponga en el caldero. Mi padre nunca distinguiría sus huesos de los de un cachorro, y las pocas muertes que pudiera causar el reemplazo de la incomparable Lata de Óleo por otra especie de aceite no tendrán mayor incidencia en una población que crece tan rápidamente”. En resumen, di el primer paso en el crimen y atraje sobre mí indecibles penurias arrojando el niño al caldero.</div>
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<br /></div>
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Al día siguiente, un poco para mi sorpresa, mi padre, frotándose las manos con satisfacción, nos informó a mí y a mi madre que había obtenido un aceite de una calidad nunca vista por los médicos a quienes había llevado muestras. Agregó que no tenía conocimiento de cómo se había logrado ese resultado: los perros habían sido tratados en forma absolutamente usual, y eran de razas ordinarias. Consideré mi obligación explicarlo, y lo hice, aunque mi lengua se habría paralizado si hubiera previsto las consecuencias. Lamentando su antigua ignorancia sobre las ventaja de una fusión de sus industrias, mis padres tomaron de inmediato medidas para reparar el error. Mi madre trasladó su estudio a un ala del edificio de la fábrica y cesaron mis deberes en relación con sus negocios: ya no me necesitaban para eliminar los cuerpos de los pequeños superfluos, ni había por qué conducir perros a su destino: mi padre los desechó por completo, aunque conservaron un lugar destacado en el nombre del aceite. Tan bruscamente impulsado al ocio, se podría haber esperado naturalmente que me volviera ocioso y disoluto, pero no fue así. La sagrada influencia de mi querida madre siempre me protegió de las tentaciones que acechan a la juventud, y mi padre era diácono de la iglesia. ¡Ay, que personas tan estimables llegaran por mi culpa a tan desgraciado fin!</div>
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Al encontrar un doble provecho para su negocio, mi madre se dedicó a él con renovada asiduidad. No se limitó a suprimir a pedido niños inoportunos: salía a las calles y a los caminos a recoger niños más crecidos y hasta aquellos adultos que podía atraer a la aceitería. Mi padre, enamorado también de la calidad superior del producto, llenaba sus cubas con celo y diligencia. En pocas palabras, la conversión de sus vecinos en aceite de perro llegó a convertirse en la única pasión de sus vidas. Una ambición absorbente y arrolladora se apoderó de sus almas y reemplazó en parte la esperanza en el Cielo que también los inspiraba.</div>
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<br /></div>
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Tan emprendedores eran ahora, que se realizó una asamblea pública en la que se aprobaron resoluciones que los censuraban severamente. Su presidente manifestó que todo nuevo ataque contra la población sería enfrentado con espíritu hostil. Mis pobres padres salieron de la reunión desanimados, con el corazón destrozado y creo que no del todo cuerdos. De cualquier manera, consideré prudente no ir con ellos a la aceitería esa noche y me fui a dormir al establo.</div>
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<br /></div>
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A eso de la medianoche, algún impulso misterioso me hizo levantar y atisbar por una ventana de la habitación del horno, donde sabía que mi padre pasaba la noche. El fuego ardía tan vivamente como si se esperara una abundante cosecha para mañana. Uno de los enormes calderos burbujeaba lentamente, con un misterioso aire contenido, como tomándose su tiempo para dejar suelta toda su energía. Mi padre no estaba acostado: se había levantado en ropas de dormir y estaba haciendo un nudo en una fuerte soga. Por las miradas que echaba a la puerta del dormitorio de mi madre, deduje con sobrado acierto sus propósitos. Inmóvil y sin habla por el terror, nada pude hacer para evitar o advertir. De pronto se abrió la puerta del cuarto de mi madre, silenciosamente, y los dos, aparentemente sorprendidos, se enfrentaron. También ella estaba en ropas de noche, y tenía en la mano derecha la herramienta de su oficio, una aguja de hoja alargada.</div>
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Tampoco ella había sido capaz de negarse el último lucro que le permitían la poca amistosa actitud de los vecinos y mi ausencia. Por un instante se miraron con furia a los ojos y luego saltaron juntos con ira indescriptible. Luchaban alrededor de la habitación, maldiciendo el hombre, la mujer chillando, ambos peleando como demonios, ella para herirlo con la aguja, él para ahorcarla con sus grandes manos desnudas. No sé cuánto tiempo tuve la desgracia de observar ese desagradable ejemplo de infelicidad doméstica, pero por fin, después de un forcejeo particularmente vigoroso, los combatientes se separaron repentinamente.</div>
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<br /></div>
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El pecho de mi padre y el arma de mi madre mostraban pruebas de contacto. Por un momento se contemplaron con hostilidad, luego, mi pobre padre, malherido, sintiendo la mano de la muerte, avanzó, tomó a mi querida madre en los brazos desdeñando su resistencia, la arrastró junto al caldero hirviente, reunió todas sus últimas energías ¡y saltó adentro con ella! En un instante ambos desaparecieron, sumando su aceite al de la comisión de ciudadanos que había traído el día anterior la invitación para la asamblea pública.</div>
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<br /></div>
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Convencido de que estos infortunados acontecimientos me cerraban todas las vías hacia una carrera honorable en ese pueblo, me trasladé a la famosa ciudad de Otumwee, donde se han escrito estas memorias, con el corazón lleno de remordimiento por el acto de insensatez que provocó un desastre comercial tan terrible.</div>
Martín Rondinahttp://www.blogger.com/profile/07042386397707757311noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8713830356491950677.post-23294763453580123612019-03-06T22:34:00.001-03:002019-03-06T22:34:19.028-03:00Ambrose Bierce: El incidente en el puente Owl Creek<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://1.bp.blogspot.com/-rhKg2BsODiY/XIBu9T5emJI/AAAAAAAADTI/EaVsOxH9r7ks4RPl8DMOR_zQJkQM0POzgCEwYBhgL/s1600/bierce_ambrose.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="304" data-original-width="340" height="286" src="https://1.bp.blogspot.com/-rhKg2BsODiY/XIBu9T5emJI/AAAAAAAADTI/EaVsOxH9r7ks4RPl8DMOR_zQJkQM0POzgCEwYBhgL/s320/bierce_ambrose.jpg" width="320" /></a></div>
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<b>Ambrose Gwinett Bierce</b> fue un editor, periodista, escritor y satírico estadounidense. Bierce empleó un estilo distintivo de escritura, especialmente en sus historias. Su estilo a menudo abarca un comienzo abrupto, imágenes oscuras, vagas referencias al tiempo, descripciones limitadas, eventos imposibles y el tema de la guerra.</div>
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En 1913, Bierce viajó a México para adquirir experiencia de primera mano de la Revolución mexicana. Se rumoreaba que viajaba con tropas rebeldes, y no se le volvió a ver.</div>
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<b><u>El incidente en el puente Owl Creek</u></b></div>
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(El incidente en el Puente del Búho)</div>
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Desde un puente ferroviario, al norte de Alabama, un hombre contemplaba el rápido discurrir del agua seis metros más abajo. Tenía las manos detrás de la espalda, las muñecas sujetas con una soga; otra soga, colgada al cuello y atada a un grueso tirante por encima de su cabeza, pendía hasta la altura de sus rodillas. Algunas tablas flojas colocadas sobre los durmientes de los rieles le prestaban un punto de apoyo a él y a sus verdugos, dos soldados rasos del ejército federal bajo las órdenes de un sargento que, en la vida civil, debió de haber sido agente de la ley. No lejos de ellos, en el mismo entarimado improvisado, estaba un oficial del ejército con las divisas de su graduación; era un capitán. En cada lado un vigía presentaba armas, con el cañón del fusil por delante del hombro izquierdo y la culata apoyada en el antebrazo cruzado transversalmente sobre el pecho, postura forzada que obliga al cuerpo a permanecer erguido. A estos dos hombres no les interesaba lo que sucedía en medio del puente. Se limitaban a bloquear los lados del entarimado. Delante de uno de los vigías no había nada; la vía del tren penetraba en un bosque un centenar de metros y, dibujando una curvatura, desaparecía. No muy lejos de allí, sin duda, había una posición de vanguardia. En la otra orilla, un campo abierto ascendía con una ligera pendiente hasta una empalizada de troncos verticales con aberturas para los fusiles y un solo ventanuco por el cual salía la boca de un cañón de bronce que dominaba el puente. Entre el puente y el fortín estaban situados los espectadores: una compañía de infantería, en posición de descanso, es decir, con la culata de los fusiles en el suelo, el cañón inclinado levemente hacia atrás contra el hombro derecho, las manos cruzadas encima de la caja. A la derecha de la hilera de soldados había un teniente; la punta de su sable tocaba tierra, la mano derecha reposaba encima de la izquierda. Sin contar con los verdugos y el reo en el medio del puente, nadie se movía. La compañía de soldados, delante del puente, miraba fijamente, hierático. Los vigías, en frente de los límites del río, podrían haber sido esculturas que engalanaban el puente. El capitán, con los brazos entrelazados y mudo, examinaba el trabajo de sus auxiliares sin hacer ningún gesto. Cuando la muerte se presagia, se debe recibir con ceremonias respetuosas, incluso por aquéllos más habituados a ella. Para este mandatario, según el código castrense, el silencio y la inmovilidad son actitudes de respeto.</div>
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El hombre cuya ejecución preparaban tenía unos treinta y cinco años. Era civil, a juzgar por su ropaje de cultivador. Poseía elegantes rasgos: una nariz vertical, boca firme, ancha frente, cabello negro y ondulado peinado hacia atrás, inclinándose hacia el cuello de su bien terminada levita. Llevaba bigote y barba en punta, pero sin patillas; sus grandes ojos de color grisáceo desprendían un gesto de bondad imposible de esperar en un hombre a punto de morir. Evidentemente, no era un criminal común. El liberal código castrense establece la horca para todo el mundo, sin olvidarse de las personas decentes.</div>
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<br /></div>
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Finalizados los preparativos, los dos soldados se apartaron a un lado y cada uno retiró la madera sobre la que había estado de pie. El sargento se volvió hacia el oficial, lo saludó y se colocó detrás de éste. El oficial, a su vez, se desplazó un paso. Estos movimientos dejaron al reo y al suboficial en los límites de la misma tabla que cubría tres durmientes del puente. El extremo donde se situaba al civil casi llegaba, aunque no del todo, a un cuarto durmiente. La tabla se mantenía en su sitio por el peso del capitán; ahora lo estaba por el peso del sargento. A una señal de su mando, el sargento se apartaría, se balancearía la madera, y el reo caería entre dos durmientes. Consideró que esta acción, debido a su simplicidad, era la más eficaz. No le habían cubierto el rostro ni vendado los ojos. Observó por un instante su inseguro punto de apoyo y miró vagamente el agua que corría por debajo de sus pies formando furiosos torbellinos. Una madera que flotaba en la superficie le llamó la atención y la siguió con la vista. Apenas avanzaba. ¡Qué indolente corriente!</div>
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<br /></div>
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Cerró los ojos para recordar, en estos últimos instantes, a su mujer y a sus hijos. El agua brillante por el resplandor del sol, la niebla que se cernía sobre el río contra las orillas escarpadas no lejos del puente, el fortín, los soldados, la madera que flotaba, todo en conjunto lo había distraído. Y en este momento tenía plena conciencia de un nuevo motivo de distracción. Al dejar el recuerdo de sus seres queridos, escuchaba un ruido que no comprendía ni podía ignorar, un ruido metálico, como los martillazos de un herrero sobre el yunque. El hombre se preguntó qué podía ser este ruido, si procedía de una distancia cercana o alejada: ambas hipótesis eran posibles. Se reproducía en regulares plazos de tiempo, tan pausadamente como las campanas que doblan a muerte. Esperaba cada llamada con impaciencia, sin comprender por qué, con recelo. Los silencios eran cada vez más largos; las demoras, enloquecedoras. Los sonidos eran menos frecuentes, pero aumentaba su contundencia y su nitidez, molestándole los oídos. Tuvo pánico de gritar… Oía el tictac de su reloj.</div>
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<br /></div>
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Abrió los ojos y escuchó cómo corría el agua bajo sus pies. «Si lograra desatar mis manos -pensó- podría soltarme del nudo corredizo y saltar al río; esquivaría las balas y nadaría con fuerza, hasta alcanzar la orilla; después me internaría en el bosque y huiría hasta llegar a casa. A Dios gracias, todavía permanece fuera de sus líneas; mi familia está fuera del alcance de la Posición más avanzada de los invasores.» Mientras se sucedían estos pensamientos, reproducidos aquí por escrito, el capitán inclinó la cabeza y miró al sargento. El suboficial se colocó en un extremo.</div>
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II</div>
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Peyton Farquhar, cultivador adinerado, provenía de una respetable familia de Alabama. Propietario de esclavos, político, como todos los de su clase fue, por supuesto, uno de los primeros secesionistas y se dedicó, en cuerpo y alma, a la causa de los Estados del Sur. Determinadas condiciones, que no podemos divulgar aquí, impidieron que se alistara en el valeroso ejército cuyas nefastas campañas finalizaron con la caída de Corinth, y se enojaba de esta trabazón sin gloria, anhelando conocer la vida del soldado y encontrar la ocasión de distinguirse. Estaba convencido de que esta ocasión llegaría para él, como llega a todo el mundo en tiempo de guerra. Entre tanto, hacía lo que podía. Ninguna acción le parecía demasiado modesta para la causa del Sur, ninguna aventura lo suficientemente temeraria si era compatible con la vida de un ciudadano con alma de soldado, que con buena voluntad y sin apenas escrúpulos admite en buena parte este refrán poco caballeroso: en el amor y en la guerra, todos los medios son buenos.</div>
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<br /></div>
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Una tarde, cuando Farquhar y su mujer estaban descansando en un rústico banco, próximo a la entrada de su parque, un soldado confederado detuvo su corcel en la verja y pidió de beber. La señora Farquhar sólo deseaba servirle con sus níveas manos. Mientras fue a buscar un vaso de agua, su esposo se aproximó al polvoriento soldado y le pidió ávidamente información del frente.</div>
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<br /></div>
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-Los yanquis están reparando las vías del ferrocarril -dijo el hombre- porque se preparan para avanzar. Han llegado hasta el Puente del Búho, lo han reparado y han construido una empalizada en la orilla norte. Por una orden, colocada en carteles por todas partes, el comandante ha dictaminado que cualquier civil a quien se le sorprenda en intento de sabotaje a las líneas férreas será ejecutado sin juicio previo. Yo he visto la orden.</div>
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<br /></div>
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-¿A qué distancia está el Puente del Búho? -pregunto Faquhar.</div>
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<br /></div>
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-A unos cincuenta kilómetros.</div>
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<br /></div>
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-¿No hay tropas a este lado del río?</div>
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<br /></div>
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-Un solo piquete de avanzada a medio kilómetro, sobre la vía férrea, y un solo vigía de este lado del puente.</div>
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<br /></div>
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-Suponiendo que un hombre -un ciudadano aficionado a la horca- pudiera despistar la avanzadilla y lograse engañar al vigía -dijo el plantador sonriendo-, ¿qué podría hacer?</div>
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<br /></div>
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El militar pensó:</div>
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<br /></div>
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-Estuve allí hace un mes. La creciente de este invierno pasado ha acumulado una enorme cantidad de troncos contra el muelle, en esta parte del puente. En estos momentos los troncos están secos y arderían con mucha facilidad.</div>
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<br /></div>
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En ese mismo instante, la mujer le acercó el vaso de agua. Bebió el soldado, le dio las gracias, saludó al marido y se alejó con su cabalgadura. Una hora después, ya de noche, volvió a pasar frente a la plantación en dirección al norte, de donde había venido. Aquella tarde había salido a reconocer el terreno. Era un soldado explorador del ejército federal.</div>
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<br /></div>
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III</div>
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<br /></div>
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Al caerse al agua desde el puente, Peyton Farquhard perdió la conciencia, como si estuviera muerto. De este estado salió cuando sintió una dolorosa presión en la garganta, seguida de una sensación de ahogo. Dolores terribles, fulgurantes, cruzaban todo su cuerpo, de la cabeza a los pies. Parecía que recorrían líneas concretas de su sistema nervioso y latían a un ritmo rápido. Tenía la sensación de que un enorme torrente de fuego le subía la temperatura insoportablemente. La cabeza le parecía a punto de explotar. Estas sensaciones le impedían cualquier tipo de raciocinio, sólo podía sentir, y esto le producía un enorme dolor. Pero se daba cuenta de que podía moverse, se balanceaba como un péndulo de un lado para otro. Después, de un solo golpe, muy brusco, la luz que lo rodeaba se alzó hasta el cielo. Hubo un chapoteo en el agua, un rugido aterrador en sus oídos y todo fue oscuridad y frío. Al recuperar la conciencia supo que la cuerda se había roto y él había caído al río. Ya no tenía la sensación de estrangulamiento: el nudo corredizo alrededor de su garganta, además de asfixiarle, impedía que entrara agua en sus pulmones. ¡Morir ahorcado en el fondo de un río! Esta idea le parecía absurda. Abrió los ojos en la oscuridad y le pareció ver una luz por encima de él, ¡tan lejana, tan inalcanzable! Se hundía siempre, porque la luz desaparecía cada vez más hasta convertirse en un efímero resplandor. Después creció de intensidad y comprendió a su pesar que subía de nuevo a la superficie, porque se sentía muy cómodo. «Ser ahogado y ahorcado -pensó- no está tan mal. Pero no quiero que me fusilen. No, no habrán de fusilarme. Eso no sería justo.»</div>
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<br /></div>
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Aunque inconsciente del esfuerzo, el vivo dolor de las muñecas le comunicaba que trataba de deshacerse de la cuerda. Concentró su atención en esta lucha como si fuera un tranquilo espectador que podía observar las habilidades de un malabarista sin demostrar interés alguno por el resultado. Qué prodigioso esfuerzo. Qué magnífica, sobrehumana energía. ¡Ah, era una tentativa admirable! ¡Bravo! Se desató la cuerda: sus brazos se separaron y flotaron hasta la superficie. Pudo discernir sus manos a cada lado, en la creciente luz. Con nuevo interés las vio agarrarse al nudo corredizo. Quitaron salvajemente la cuerda, la lanzaron lejos, con rabia, y sus ondulaciones parecieron las de una culebra de agua. «¡Ponla de nuevo, ponla de nuevo!» Creyó gritar estas palabras a sus manos, porque después de liberarse de la soga sintió el dolor más inhumano hasta entonces. El cuello le hacía sufrir increíblemente, la cabeza le ardía; el corazón, que apenas latía, estalló de inmediato como si fuera a salírsele por la boca. Una angustia incomprensible torturó y retorció todo su cuerpo. Pero sus manos no le respondieron a la orden. Golpeaban el agua con energía, en rápidas brazadas de arriba hacia abajo, y lo sacaron a flote. Sintió emerger su cabeza. El resplandor del sol lo cegó; su pecho se expandió con fuertes convulsiones. Después, un dolor espantoso y sus pulmones aspiraron una gran bocanada de oxígeno, que al instante exhalaron en un grito.</div>
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<br /></div>
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Ahora tenía plena conciencia de sus facultades; eran, verdaderamente, sobrenaturales y sutiles. La terrible perturbación de su organismo las había definido y despertado de tal manera que advertían cosas nunca percibidas hasta ahora. Sentía los movimientos del agua sobre su cara, escuchaba el ruido que hacían las diminutas olas al golpearlo. Miraba el bosque en una de las orillas y conocía cada árbol, cada hoja con todos sus nervios y con los insectos que alojaba: langostas, moscas de brillante cuerpo, arañas grises que tendían su tela de ramita en ramita. Contempló los colores del prisma en cada una de las gotas de rocío sobre un millón de briznas de hierba. El zumbido de los moscardones que volaban sobre los remolinos, el batir de las alas de las libélulas, las pisadas de las arañas acuáticas, como remos que levanta una barca, todo eso era para él una música totalmente perceptible. Un pez saltó ante su vista y escuchó el deslizar de su propio cuerpo que surcaba la corriente.</div>
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<br /></div>
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Había llegado a la superficie con el rostro a favor de la corriente. El mundo visible comenzó a dar vueltas lentamente. Entonces vio el puente, el fortín, a los vigías, al capitán, a los dos soldados rasos, sus verdugos, cuyas figuras se distinguían contra el cielo azul. Gritaban y gesticulaban, señalándolo con el dedo; el oficial le apuntaba con su revólver, pero no disparaba; los otros carecían de armamento. Sus movimientos a simple vista resultaban extravagantes y terribles; sus siluetas, grandiosas.</div>
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<br /></div>
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De pronto escuchó un fuerte estampido y un objeto sacudió fuertemente el agua a muy poca distancia de su cabeza, salpicando su cara. Escuchó un segundo estampido y observó que uno de los vigías tenía aún el fusil al hombro; de la boca del cañón ascendía una nube de color azul. El hombre del río vio cómo le apuntaba a través de la mirilla del fusil. Al mirar a los ojos del vigía, se dio cuenta de su color grisáceo y recordó haber leído que todos los tiradores famosos tenían los ojos de ese color; sin embargo, éste falló el tiro.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Un remolino le hizo girar en sentido contrario; nuevamente tenía a la vista el bosque que cubría la orilla opuesta al fortín. Escuchó una voz clara detrás de él; en un ritmo monótono, llegó con una extremada claridad anulando cualquier otro sonido, hasta el chapoteo de las olas en sus oídos. A pesar de no ser soldado, conocía bastante bien los campamentos y lo que significaba esa monserga en la orilla: el oficial cumplía con sus quehaceres matinales. Con qué frialdad, con qué pausada voz que calmaba a los soldados e imponía la suya, con qué certeza en los intervalos de tiempo, se escucharon estas palabras crueles:</div>
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<br /></div>
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-¡Atención, compañía …! ¡Armas al hombro…! ¡Listos…! ¡Apunten…! ¡Fuego…!</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Farquhar pudo sumergirse tan profundamente como era necesario. El agua le resonaba en los oídos como la voz del Niágara. Sin embargo, oyó la estrepitosa descarga de la salva y, mientras emergía a la superficie, encontró trozos de metal brillante, extremadamente chatos, bajando con lentitud. Algunos le alcanzaron la cara y las manos, después siguieron descendiendo. Uno se situó entre su cuello y la camisa: era de un color desagradable, y Farquhar lo sacó con energía.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Llegó a la superficie, sin aliento, después de permanecer mucho tiempo debajo del agua. La corriente lo había arrastrado muy lejos, cerca de la salvación. Mientras tanto, los soldados volvieron a cargar sus fusiles sacando las baquetas de sus cañones. Otra vez dispararon y, de nuevo, fallaron el tiro. El perseguido vio todo esto por encima de su hombro. En ese momento nadaba enérgicamente a favor de la corriente. Todo su cuerpo estaba activo, incluyendo la cabeza, que razonaba muy rápidamente. «El teniente -pensó- no cometerá un segundo error. Esto era un error propio de un oficial demasiado apegado a la disciplina. ¿Acaso no es más fácil eludir una salva como si fuese un solo tiro? En estos momentos, seguramente, ha dado la orden de disparar a voluntad. ¡Qué Dios me proteja, no puedo esquivar a todos!»</div>
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<br /></div>
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A dos metros de allí se escuchó el increíble estruendo de una caída de agua seguido de un estrepitoso escándalo, impetuoso, que se alejaba disminuyendo, y parecía propasarse en el aire en dirección al fortín, donde sucumbió en una explosión que golpeó las profundidades mismas del río. Se levantó una empalizada líquida, curvándose por encima de él; lo cegó y lo ahogó. ¡Un cañón se había unido a las demás armas! El obús sacudió el agua, oyó el proyectil, que zumbó delante de él despedazando las ramas de los árboles del bosque cercano.</div>
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<br /></div>
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«No empezarán de nuevo -pensó-. La próxima vez cargarán con metralla. Debo fijarme en la pieza de artillería, el humo me dirigirá. La detonación llega demasiado tarde: se arrastra detrás del proyectil. Es un buen cañón.» De inmediato comenzó a dar vueltas y más vueltas en el mismo punto: giraba como una peonza. El agua, las orillas, el bosque, el puente, el fortín y los hombres ahora distantes, todo se mezclaba y desaparecía. Los objetos ya no eran sino sus colores; todo lo que veía eran banderas de color. Atrapado por un remolino, marchaba tan rápidamente que tenía vértigo y náuseas. Instantes después se encontraba en un montículo, en el lado izquierdo del río, oculto de sus enemigos. Su inmovilidad inesperada, el contacto de una de sus manos contra la pedriza, le devolvió los sentidos y lloró de alegría. Sus dedos penetraron la arena, que se echó encima, bendiciéndola en voz alta. Para su parecer era la cosa más preciosa que podría imaginar en esos momentos. Los árboles de la orilla eran gigantescas plantas de jardinería; le llamó la atención el orden determinado en su disposición, respiró el aroma de sus flores. La luz brillaba entre los troncos de una forma extraña y el viento entonaba en sus hojas una armoniosa música interpretada por una arpa eólica. No quería seguir huyendo, le bastaba permanecer en aquel lugar perfecto hasta que lo capturaran.</div>
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<br /></div>
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El silbido estrepitoso de la metralla en las hojas de los árboles lo despertaron de su sueño. El artillero, decepcionado, le había enviado una descarga al azar como despedida. Se alzó de un brinco, subió la cuesta del río con rapidez y se adentró en el bosque.</div>
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<br /></div>
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Caminó todo el día, guiándose por el sol. El bosque era interminable; no aparecía por ningún sitio el menor claro, ni siquiera un camino de leñador. Ignoraba vivir en una región tan salvaje, y en este pensamiento había algo de sobrenatural.</div>
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<br /></div>
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Al anochecer continuó avanzando, hambriento y fatigado, con los pies heridos. Continuaba vivo por el pensamiento de su familia. Al final encontró un camino que lo llevaba a buen puerto. Era ancho y recto como una calle de ciudad. Y, sin embargo, no daba la impresión de ser muy conocido. No colindaba con ningún campo; por ninguna parte aparecía vivienda alguna. Nada, ni siquiera el ladrido de un perro, sugería un indicio de humanidad próxima. Los cuerpos de los dos enormes árboles parecían dos murallas rectilíneas; se unían en un solo punto del horizonte, como un diagrama de una lección de perspectiva. Por encima de él, levantó la vista a través de una brecha en el bosque, y vio enormes estrellas áureas que no conocía, agrupadas en extrañas constelaciones. Supuso que la disposición de estas estrellas escondía un significado nefasto. De cada lado del bosque percibía ruidos en una lengua desconocida.</div>
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<br /></div>
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Le dolía el cuello; al tocárselo lo encontró inflamado. Sabía que la soga lo había marcado con un destino trágico. Tenía los ojos congestionados, no podía cerrarlos. Su lengua estaba hinchada por la sed; sacándola entre los dientes apaciguaba su fiebre. La hierba cubría toda aquella avenida virgen. Ya no sentía el suelo a sus pies.</div>
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<br /></div>
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Dejando a un lado sus sufrimientos, seguramente se ha dormido mientras caminaba, porque contempla otra nueva escena; quizá ha salido de una crisis delirante. Se encuentra delante de las rejas de su casa. Todo está como lo había dejado, todo rezuma belleza bajo el sol matinal. Ha debido caminar, sin parar, toda la noche. Mientras abre las puertas de la reja y sube por la gran avenida blanca, observa unas vestiduras flotar ligeramente: su esposa, con la faz fresca y dulce, sale a su encuentro bajando de la galería, colocándose al pie de la escalinata con una sonrisa de inenarrable alegría, en una actitud de gracia y dignidad incomparables. ¡Qué bella es! Él se lanza para abrazarla. En el momento en que se dispone a hacerlo, siente en su nuca un golpe que le atonta. Una luz blanca y enceguecedora clama a su alrededor con un estruendo parecido al del cañón… y después absoluto silencio y absoluta oscuridad.</div>
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<br /></div>
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Peyton Farquhar estaba muerto. Su cuerpo, con el cuello roto, se balanceaba de un lado a otro del Puente del Búho.</div>
Martín Rondinahttp://www.blogger.com/profile/07042386397707757311noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8713830356491950677.post-87074734556165322412019-03-06T22:30:00.001-03:002019-03-06T22:30:57.179-03:00Ambrose Bierce: Mi crimen favorito<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://1.bp.blogspot.com/-rhKg2BsODiY/XIBu9T5emJI/AAAAAAAADTE/8wLutDAIieAeB5__a85nQ8cSfRsUUFcpwCLcBGAs/s1600/bierce_ambrose.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="304" data-original-width="340" height="284" src="https://1.bp.blogspot.com/-rhKg2BsODiY/XIBu9T5emJI/AAAAAAAADTE/8wLutDAIieAeB5__a85nQ8cSfRsUUFcpwCLcBGAs/s320/bierce_ambrose.jpg" width="320" /></a></div>
<br />
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<br /></div>
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<b>Ambrose Gwinett Bierce</b> fue un editor, periodista, escritor y satírico estadounidense. Bierce empleó un estilo distintivo de escritura, especialmente en sus historias. Su estilo a menudo abarca un comienzo abrupto, imágenes oscuras, vagas referencias al tiempo, descripciones limitadas, eventos imposibles y el tema de la guerra.</div>
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<br /></div>
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En 1913, Bierce viajó a México para adquirir experiencia de primera mano de la Revolución mexicana. Se rumoreaba que viajaba con tropas rebeldes, y no se le volvió a ver.</div>
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***</div>
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<b><u><br /></u></b></div>
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<b><u>Mi Crimen Favorito</u></b></div>
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<b><u><br /></u></b></div>
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<div style="text-align: justify;">
Después de haber asesinado a mi padre en circunstancias singularmente atroces, fui arrestado y enjuiciado en un proceso que duró siete años. Al exhortar al jurado, el juez de la Corte de Absoluciones señaló que el mío era uno de los más espantosos crímenes que había tenido que juzgar.</div>
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<br /></div>
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A lo que mi abogado se levantó y dijo:</div>
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<br /></div>
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-Si Vuestra Señoría me permite, los crímenes son horribles o agradables sólo por comparación. Si conociera usted los detalles del asesinato previo de su tío que cometió mi cliente, advertiría en su último delito (si es que delito puede llamarse) una cierta indulgencia y una filial consideración por los sentimientos de la víctima. La aterradora ferocidad del anterior asesinato era verdaderamente incompatible con cualquier hipótesis que no fuera la de culpabilidad, y de no haber sido por el hecho de que el honorable juez que presidió el juicio era el presidente de la compañía de seguros en la que mi cliente tenía una póliza contra riesgos de ahorcamiento, es difícil estimar cómo podría haber sido decentemente absuelto. Si Su Señoría desea oírlo, para instrucción y guía de la mente de Su Señoría, este infeliz hombre, mi cliente, consentirá en tomarse el trabajo de relatarlo bajo juramento.</div>
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<br /></div>
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El Fiscal del Distrito dijo:</div>
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<br /></div>
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-Me opongo, Su Señoría. Tal declaración podría ser considerada una prueba, y los testimonios del caso han sido cerrados. La declaración del prisionero debió presentarse hace tres años, en la primavera de 1881.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-En sentido estatutario -dijo el juez- tiene razón, y en la Corte de Objeciones y Tecnicismos obtendría un fallo a su favor. Pero no en una Corte de Absoluciones. Objeción denegada.</div>
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<br /></div>
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-Recuso -dijo el Fiscal de distrito.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-No puede hacerlo -contestó el Juez-. Debo recordarle que para hacer una recusación debe lograr primero transferir este caso, por un tiempo, a la Corte de Recusaciones, en una demanda formal, debidamente justificada con declaraciones escritas. Una demanda a ese efecto, hecha por su predecesor en el cargo, le fue denegada por mí durante el primer año de este juicio. Oficial, haga jurar al prisionero.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Habiendo sido administrado el juramento de costumbre, hice la siguiente declaración, que impresionó tanto al juez debido a la comparativa trivialidad del delito por el cual se me juzgaba, que no buscó ya circunstancias atenuantes, sino que, sencillamente, instruyó al jurado para que me absolviera. Así abandoné la corte sin mancha alguna sobre mi reputación.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
“Nací en 1856 en Kalamakee, Michigan, de padres honestos y honrados, uno de los cuales el Cielo ha perdonado piadosamente, para consuelo de mis últimos años. En 1867 la familia llegó a Califorma y se estableció cerca de Nigger Head, estableciendo una empresa de salteadores de caminos que prosperó más allá de cualquier sueño de lucro. Mi padre era entonces un hombre reticente y melancólico, y aunque su creciente edad ha relajado un poco su austera disposición, creo que nada, fuera del recuerdo del triste episodio por el que ahora se me juzga, le impide manifestar una genuina hilaridad. “Cuatro años después de haber puesto en servicio nuestra empresa de salteadores, llegó hasta allí un predicador ambulante, que no teniendo otra manera de pagar el alojamiento nocturno que le dimos, nos favoreció con una exhortación de tal fuerza que, alabado sea Dios, nos convertimos todos a la religión. Mi padre mandó llamar inmediatamente a su hermano, el honorable William Ridley, de Stockton, y apenas llegó le entregó el negocio, sin cobrarle nada por la licencia ni por la instalación… esta última consistente en un rifle Winchester, una escopeta de caño recortado y un juego de máscaras fabricados con bolsas de harina. La familia se trasladó entonces a Ghost Rock y abrió una casa de baile. Se le llamó “La Gaita del Descanso de los Santos”, y cada noche la cosa empezaba con una plegaria. Fue aquí donde mi ahora santa madre adquirió el apodo de “La Morsa Galopante”.</div>
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<br /></div>
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“En el otoño del 75 tuve ocasión de visitar Coyote, en el camino a Mahala, y tomé la diligencia en Ghost Rock. Había otros cuatro pasajeros. A unas tres millas más allá de Nigger Head, unas personas que identifiqué como mi tío William y sus dos hijos, detuvieron la diligencia. No encontrando nada en la caja del expreso, registraron a los pasajeros. Actué honorablemente en el asunto, colocándome en fila con los otros, levantando las manos y permitiendo que me despojaran de cuarenta dólares y un reloj de oro. Por mi conducta nadie pudo haber sospechado que conocía a los caballeros que daban la función. Unos días después, cuando fui a Nigger Head y pedí la devolución de mi dinero y mi reloj, mi tío y mis primos juraron que no sabían nada del asunto y afectaron creer que mi padre y yo habíamos hecho el trabajo violando deshonestamente la buena fe comercial. El tío William llegó a amenazar con poner una casa de baile competidora en Ghost Rock. Como “El Descanso de los Santos” se había hecho muy impopular, me di cuenta de que esto sin duda alguna terminaría por arruinarla y se convertiría para ellos en una empresa de éxito, de modo que le dije a mi tío que estaba dispuesto a olvidar el pasado si consentía en incluirme en el proyecto y mantener el secreto de nuestra sociedad ante mi padre. Rechazó esta justa oferta, y entonces advertí que todo sería mejor y más satisfactorio si él estuviera muerto.</div>
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<br /></div>
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“Mis planes para ese fin se vieron pronto perfeccionados y, al comunicárselos a mis amados padres, tuve la satisfacción de recibir su aprobación. Mi padre dijo que estaba orgulloso de mí y mi madre prometió que, aunque su religión le prohibiera ayudar a quitar vidas humanas, tendría yo la ventaja de contar con sus plegarlas para mi éxito. Como medida preliminar con miras a mi seguridad en caso de descubrimiento, presenté una solicitud de socio en esa poderosa orden, los Caballeros del Crimen, y a su debido tiempo fui recibido como miembro de la comandancia de Ghost Rock. Cuando terminó mi noviciado, se me permitió por primera vez inspeccionar los registros de la Orden y saber quién pertenecía a ella, ya que todos los ritos de iniciación se habían llevado a cabo enmascarados. ¡Imaginen mi sorpresa cuando, mirando la nómina de asociados, encontré que el tercer nombre era el de mi tío, que en realidad era vicecanciller adjunto de la Orden! Era ésta una oportunidad que excedía mis sueños más desenfrenados: ¡al asesinato podía agregar la insubordinación y la traición! Era lo que mi buena madre hubiera llamado “un regalo de la Providencia”.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
“Por entonces ocurrió algo que hizo que mi copa de júbilo, ya llena, desbordara por todos lados en una cascada de bienaventuranzas. Tres hombres, extranjeros en esa localidad, fueron arrestados por el robo a la diligencia en el que yo había perdido mi dinero y mi reloj. Fueron enjuiciados y, a pesar de mis esfuerzos para absolverlos e imputar la culpa a tres de los más respetables y dignos ciudadanos de Ghost Rock, se los declaró culpables en base a las pruebas más evidentes. El asesinato de mi tío sería ahora tan injustificable e irrazonable como podía desearse.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
“Una mañana me puse el Winchester al hombro y, yendo a casa de mi tío, cerca de Nigger Head, le pregunté a mi tía Mary, su esposa, si estaba él en casa, agregando que había venido a matarlo. Mi tía replicó, con su peculiar sonrisa, que tantos caballeros lo visitaban con esa intención y que después se iban sin haberlo logrado, que yo debía disculparla por dudar de mi buena fe en el asunto. Dijo que yo no daba la impresión de ir a matar a nadie, así que, como prueba de buena fe, levanté mi rifle y herí a un chino que pasaba frente a la casa. Ella dijo que conocía familias enteras que podían hacer cosas semejantes, pero que Bill Ridley era caballo de otro pelo. Dijo, sin embargo, que lo encontraría al otro lado del estero, en el solar de las ovejas, y agregó que esperaba que ganara el mejor.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
“Mi tía Mary era una de las mujeres más imparciales que he conocido.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
“Encontré a mi tío arrodillado, esquilando una oveja. Viendo que no tenía a mano rifle ni pistola no tuve ánimo para disparar, así que me acerqué, lo saludé amablemente y le di un buen golpe en la cabeza con la culata del rifle. Tengo buena mano y el tío William cayó sobre un costado, se dio vuelta sobre la espalda, abrió los dedos y tembló. Antes de que pudiera recobrar el uso de sus miembros, cogí el cuchillo que él había estado usando y le corté los tendones. Ustedes saben, sin duda, que cuando se cortan los tendones de Aquiles el paciente pierde el uso de su pierna; es exactamente igual que si no tuviera pierna. Bien, le seccioné los dos y cuando revivió estaba a mi disposición. Tan pronto como comprendió la situación, dijo:</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
“-Samuel, has conseguido vencerme y puedes permitirte ser generoso. Sólo quiero pedirte una cosa, y es que me lleves a mi casa y me liquides en el seno de mi familia.</div>
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<br /></div>
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“Le dije que consideraba éste un pedido perfectamente razonable y que así lo haría si me permitía meterlo en una bolsa de trigo; sería más fácil llevarlo de esa manera y si los vecinos nos vieran en camino provocaría menos comentarios. Estuvo de acuerdo y yendo al granero traje una bolsa. Esta, sin embargo, no le iba bien; era muy corta y mucho más ancha que él, así que le doblé las piernas, le forcé las rodillas contra el pecho y así lo metí, atando la bolsa sobre su cabeza. Era un hombre pesado e hice todo lo posible por ponérmelo a la espalda, pero anduve a los tumbos un trecho hasta que llegué a una hamaca que algunos chicos habían colgado de la rama de un roble. Aquí lo deposité en el suelo y me senté sobre él a descansar; y la vista de la soga me proporcionó una feliz inspiración. A los veinte minutos, mi tío, siempre en la bolsa, se hamacaba libremente en alas del viento.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
“Yo había descolgado la soga y atado un extremo en la boca de la bolsa, pasando el otro por la pierna, levantándolo a unos cinco pies del suelo. Atando el otro extremo de la soga también alrededor de la boca de la bolsa, tuve la satisfacción de ver a mi tío convertido en un hermoso y gran péndulo. Debo agregar que él no estaba totalmente al tanto de la naturaleza del cambio que había experimentado en relación con el mundo exterior, aunque en justicia al recuerdo del buen hombre, debo decir que no creo que en ningún caso hubiera dedicado demasiado tiempo a un vano agradecimiento.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
“El tío William tenía un carnero que era famoso como luchador en toda la región. Vivía en estado de indignación constitucional crónica. Algún profundo desengaño de su vida anterior le había agriado el carácter y había declarado la guerra al mundo entero. Decir que embestía cualquier cosa accesible es expresar muy levemente la naturaleza y alcance de su actividad militar: el universo era su rival, sus métodos los de un proyectil. Luchaba como los ángeles con los demonios: en medio del aire, hendiendo la atmósfera como un pájaro, describiendo una curva parabólica y descendiendo sobre su víctima en el ángulo justo de incidencia que más rendía a su velocidad y su peso. Su impulso, calculado en toneladas cúbicas, era algo increíble. Se le había visto destrozar un toro de cuatro años con un solo golpe dado en la nudosa frente del animal. No se conocía cerco de piedra que resistiera la fuerza de su golpe descendente; no había árboles bastante pesados para aguantarlo: los convertía en astillas y profanaba en la oscuridad el honor de sus hojas. Este bruto irascible e implacable, este trueno encarnado, este monstruo de los abismos, había visto yo que descansaba a la sombra de un árbol adyacente, sumido en sueños de conquistas y de gloria. Con miras de atraerlo al campo del honor, suspendí a su amo de la manera descrita.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
“Completados los preparativos, impartí al péndulo de mi tío una suave oscilación y, retirándome a cubierto de una piedra contigua, lancé un largo grito estridente cuya nota final decreciente se ahogaba en un ruido como el de un gato protestando, ruido que emanaba de la bolsa. Instantáneamente el formidable lanar se paró sobre sus patas y comprendió la situación militar de un vistazo. En pocos minutos más se había acercado piafando hasta unos cincuenta metros de distancia del oscilante enemigo, que, ora avanzando, ora retirándose, parecía invitarlo a la riña. De pronto vi la cabeza de la bestia inclinada hacia tierra como abatida por el peso de sus enormes cuernos; luego el carnero se prolongó en una franja confusa y blanca directamente dirigida desde ese lugar, horizontalmente en dirección a un punto situado a unos cuatro metros por debajo del enemigo. Allí golpeó vivamente hacia arriba y, antes de que se hubiera borrado de mi mirada el lugar de donde había arrancado, oí un terrible porrazo y un grito desgarrador, y mi pobre tío fue disparado hacia adelante con un cabo suelto más alto que el miembro al que estaba atado. Aquí la soga se puso tensa de un tirón, deteniendo su vuelo, y fue enviado atrás otra vez, describiendo, sin resuelto, una curva de arco. El carnero se había caído -un indescriptible montón de patas, lanas y cuernos-, pero rehaciéndose y esquivando el vaivén descendente de su antagonista, se retiró sin orden ni concierto, sacudiendo alternativamente la cabeza o pateando con sus patas traseras. Cuando había retrocedido a más o menos la misma distancia que la que había usado para asestar el golpe, se detuvo nuevamente, inclinó la cabeza como en una plegaria por la victoria y otra vez salió disparado hacia adelante, confusamente visible como antes, un prolongado rayo blanquecino, con monstruosas ondulaciones y terminado en un vivo ascenso. Esta vez el curso del ataque dio en el ángulo exacto, comparado con el primero, y la impaciencia del animal era tan grande que golpeó al enemigo antes de que éste llegara al punto más bajo del arco. En consecuencia, mi tío empezó a volar dando círculos horizontales de un radio igual a la mitad de la longitud de la soga, que he olvidado decirlo, era de unos seis metros de largo. Sus alaridos, crescendo al ir hacia adelante y diminuendo al retroceder, hacían que la rapidez de sus revoluciones fuera más evidente para el oído que para la vista. Era obvio que aún no había recibido ningún golpe vital. La postura que tenía dentro de la bolsa y la distancia del suelo a que estaba colgado, obligaban al carnero a dedicarse a sus extremidades inferiores y al final de su espalda. Como una planta cuyas raíces han encontrado un mineral venenoso, mi pobre tío se iba muriendo lentamente hacia arriba.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
“Después de asestar el segundo golpe, el carnero no había vuelto a retirarse. La fiebre de la batalla ardía fogosamente en el corazón del animal, su cerebro estaba ebrio del vino de la contienda. Como un púgil que en su ira olvida sus habilidades y pelea sin efectividad a distancia de medio brazo, la bestia enfurecida se empeñaba por alcanzar su volante enemigo cuando pasaba sobre ella, con torpes saltos verticales, consiguiendo a veces, en realidad, golpearlo débilmente, pero las más de las veces caía a causa de una ansiedad mal dirigida. Pero a medida que el ímpetu se fue agotando y los círculos del hombre fueron disminuyendo en tamaño y velocidad, acercándolo más al suelo, esta táctica produjo mejores resultados, produciendo una superior calidad de alaridos que disfruté plenamente.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
“De pronto, como si las trompetas hubieran tocado tregua, el carnero suspendió las hostilidades y se marchó, frunciendo y desfrunciendo pensativamente su gran nariz aguileña, arrancando distraídamente un manojo de pasto y masticándolo con lentitud. Parecía cansado de las alarmas de la guerra y resuelto a convertir la espada en reja de arado para cultivar las artes de la paz. Siguió firmemente su camino, apartándose del campo de la fama, hasta que ganó una distancia de cerca de un cuarto de milla. Allí se detuvo, de espaldas al enemigo, rumiando su comida y en apariencia dormido. Observé, sin embargo, un giro ocasional, muy leve de la cabeza, como si su apatía fuera más afectada que real.</div>
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<div style="text-align: justify;">
“Entretanto los alaridos del tío William habían menguado junto con sus movimientos, y sólo provenían de él lánguidos y largos quejidos, y a grandes intervalos mi nombre, pronunciado en tonos suplicantes, sumamente agradables a mi oído. Evidentemente el hombre no tenía la más leve idea de lo que le estaba ocurriendo y estaba inefablemente aterrorizado. Cuando la Muerte llega envuelta en su capa de misterio es realmente terrible. Poco a poco las oscilaciones de mi tío disminuyeron y finalmente colgó sin movimiento. Fui hacia él, y estaba a punto de darle el golpe de gracia, cuando oí y sentí una sucesión de vivos choques que sacudieron el suelo como una serie de leves terremotos, y, volviéndome en dirección del carnero, ¡vi acercárseme una gran nube de polvo con inconcebible rapidez y alarmante efecto! A una distancia de treinta metros se detuvo en seco y del extremo más cercano ascendió por el aire lo que primero tomé por un gran pájaro blanco. Su ascenso era tan suave, fácil y regular que no pude darme cuenta de su extraordinaria celeridad y me perdí en la admiración de su gracia. Hasta hoy me queda la impresión de que era un movimiento lento, deliberado, como si el carnero -porque tal era el animal- hubiera sido elevado por otros poderes que los de su propio ímpetu y sostenido en las sucesivas etapas de su vuelo con infinita ternura y cuidado. Mis ojos siguieron sus progresos por el aire con inefable placer, mayor aún por contraste, con el terror que me había causado su acercamiento por tierra. Hacia arriba y hacia adelante navegaba, la cabeza casi escondida entre las patas delanteras echadas hacia atrás, y las posteriores estiradas, como una garza que se remonta.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
“A una altura de trece a quince metros, según pude calcular a ojo, llegó a su cenit y pareció quedar inmóvil por un instante; luego, inclinándose repentinamente hacia adelante, sin alterar la posición relativa de sus partes, se lanzó hacia abajo en pendiente con aumentada velocidad, pasó muy próximo a mí, por encima mío con el ruido de una bala de cañón y golpeó a mi pobre tío casi exactamente en la punta de la cabeza. ¡Tan espantoso fue el impacto que no sólo rompió el cuello del hombre sino que también la soga, y el cuerpo del difunto, lanzado contra el suelo, quedó aplastado como pulpa bajo la horrible frente del meteórico carnero! La sacudida detuvo todos los relojes desde Lone Hand a Dutch Dan, y el profesor Davidson, distinguida autoridad en asuntos sísmicos, que se encontraba en la vecindad, explicó de inmediato que las vibraciones fueron de norte a sudeste.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
“Sin excepción, no puedo dejar de pensar que en punto a atrocidad artística, mi asesinato del tío William ha sido superado pocas veces.”</div>
Martín Rondinahttp://www.blogger.com/profile/07042386397707757311noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8713830356491950677.post-83638499385879233182019-01-02T23:36:00.000-03:002019-01-02T23:36:42.710-03:00Los hombres detrás del telón - A.J Máspero<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://3.bp.blogspot.com/-c9bkP3WjJDY/XC1nSoibxeI/AAAAAAAACsE/Kyi8L9ppNf8LEVwf4hzD7qRrUDrCjXDQgCLcBGAs/s1600/38189264.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="475" data-original-width="308" height="320" src="https://3.bp.blogspot.com/-c9bkP3WjJDY/XC1nSoibxeI/AAAAAAAACsE/Kyi8L9ppNf8LEVwf4hzD7qRrUDrCjXDQgCLcBGAs/s320/38189264.jpg" width="206" /></a></div>
<br />
<b>Nombre: </b>Los hombres detrás del telón<br />
<b>Autor: </b>A.J. Máspero<br />
<b>Páginas:</b> 288<br />
<br />
<div style="text-align: center;">
<u><b>Sinopsis</b></u></div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
En un pueblo perdido de las Tierras de Nadie, los campos ya están sembrados y, para que su Dios los bendiga con lluvias, solo queda una cosa por hacer: quemar a un niño.<br /><br />Tomás, un muchacho de tan solo doce años, sospecha que él será el elegido para arder. Sabe que es blasfemo preocuparse, que debería considerarlo un honor, pues así ha sido educado como todos los demás niños en el pueblo. Pero algo dentro de sí lo hace dudar.<br /><br />Cuando Donovan, el hereje del pueblo, le revela un terrible secreto, todo lo que Tomás cree conocer se desmorona y comprende que debe tomar una difícil decisión: aceptar su destino o cambiar su mundo.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<u><b>Opinión:</b></u></div>
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<br /></div>
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Que satisfactorio es cuando encuentro autores independientes con ideas renovadas, interesantes y que se alejan del clásico cliché. Una novela distópica que desde el inicio me atrapó, y por alguna razón siempre me mantuvo en tensión esperando a ver qué iba a suceder. Presenta un argumento muy sólido, construido de tal forma que la historia se va desarrollando paulatinamente sin huecos o saltos argumentales, nada tirado de los pelos, a medida que avanza se pone cada vez más intrigante. Me encantó la idea, este pueblo aislado, con sus propias creencias, su fanatismo, esa locura de creer que hay que quemar a un niño para que llueva, me recuerda a películas de terror como <i>The Wickerman o Apóstol</i> (Netflix).</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://1.bp.blogspot.com/-pyQ3VeWlAT4/XC1oWWQRQFI/AAAAAAAACsM/unk2Sk3kXrE--7UOXmFftc9FdP8hSvbCACLcBGAs/s1600/c7ec2da2a8d06dcd9523307314f1e3f070ddefa6.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="576" data-original-width="1024" height="180" src="https://1.bp.blogspot.com/-pyQ3VeWlAT4/XC1oWWQRQFI/AAAAAAAACsM/unk2Sk3kXrE--7UOXmFftc9FdP8hSvbCACLcBGAs/s320/c7ec2da2a8d06dcd9523307314f1e3f070ddefa6.jpg" width="320" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><br /></td><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><br /></td></tr>
</tbody></table>
<div style="text-align: justify;">
Los personajes me parecieron muy bien construidos, se diferencian unos de otros, cada cual se distingue en su rol, sobre todo el protagonista, <i>Tomás</i>, quien me pareció excelente, tiene identidad y no es un personaje estereotipado, algo que se agradece mucho, aunque <i>Benny </i>fue uno de mis favoritos, ¡me encariñé desde las primeras líneas!</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El libro está muy bien escrito, me gustó la narrativa del autor, nada compleja, bien estructurada, sólida, consistente y muy amena. No soy amante de las distopías, pero en este caso me la pasé a lo grande, creo que cuando se tiene una buena idea y el autor sabe implementarla, el resultado sera satisfactorio.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<u><b>Lo que más me gustó:</b></u></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<b>+</b> La historia</div>
<div style="text-align: justify;">
<b>+</b> La narrativa</div>
<div style="text-align: justify;">
+ Los personajes </div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<u><b>Lo que menos me gustó:</b></u></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- La edición no me resultó muy cómoda, la letra es muy pequeña y poco espaciada. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<b>CALIFICACION: </b><b></b></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<b><a href="https://4.bp.blogspot.com/-4bK0paFQXsc/WqcbbZM_iOI/AAAAAAAACGE/HME9L9lCOqE_NU8VQiF8o3mWAXEdekYMQCPcBGAYYCw/s1600/4-stars.png" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="374" data-original-width="1600" height="74" src="https://4.bp.blogspot.com/-4bK0paFQXsc/WqcbbZM_iOI/AAAAAAAACGE/HME9L9lCOqE_NU8VQiF8o3mWAXEdekYMQCPcBGAYYCw/s320/4-stars.png" width="320" /></a></b></div>
<br /><br />
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<br /></div>
<div style="text-align: center;">
<br /></div>
<div style="text-align: center;">
***</div>
<div style="text-align: center;">
<br /></div>
<div style="text-align: left;">
Quiero mandar un profundo agradecimiento al autor por haberme alcanzado su obra y permitirme conocer esta maravillosa historia. Dejo el link a su página web <a href="http://www.ajmaspero.com/">(A.J Máspero.com</a>) por si les interesa comprar y conocer otros libros del mismo escritor.</div>
<div style="text-align: justify;">
<b> </b><u><b> </b></u></div>
Martín Rondinahttp://www.blogger.com/profile/07042386397707757311noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8713830356491950677.post-82685303562498103542018-04-11T21:21:00.000-03:002018-08-14T20:00:07.365-03:00Ready Player One - Ernest Cline (reseña)<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://4.bp.blogspot.com/-Nra53nzXYAI/Ws6iENn_G3I/AAAAAAAACI4/NPdQayYqOE0Hl-KyFIg1rIwKG8hoN6xSACLcBGAs/s1600/descarga.png" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="278" data-original-width="181" src="https://4.bp.blogspot.com/-Nra53nzXYAI/Ws6iENn_G3I/AAAAAAAACI4/NPdQayYqOE0Hl-KyFIg1rIwKG8hoN6xSACLcBGAs/s1600/descarga.png" /></a></div>
<div style="text-align: justify;">
<div style="text-align: center;">
<b><br /></b></div>
<div style="text-align: center;">
<b><br /></b></div>
<div style="text-align: center;">
<b>Título: </b>Ready Player One</div>
<div style="text-align: center;">
<b>Autor: </b>Ernest Cline</div>
<div style="text-align: center;">
<b>Género: </b>Ciencia Ficción/Aventura</div>
<div style="text-align: center;">
<b>Páginas: </b>420 aprox.</div>
</div>
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<b><br /></b>
<b><br /></b></div>
<div style="text-align: justify;">
<b>Ready Player One</b> transcurre en el año 2025, en una sociedad devastada económicamente muy diferente a la actual. La mayor actividad que existe, se llama Oasis, una especie de realidad virtual que permite a cada uno ser quien sea, como sea y donde sea. Es el principal entretenimiento mundial, donde los seres humanos escapan de su trágica realidad para vivir como deseen. Una realidad paralela. El protagonista de la historia es un joven llamado Wade Watts, que vive en Columbus, en una especie de edificios formados por trailers apilados. Es solitario y poco social, al igual que la mayoría, su única satisfacción se encuentra en Oasis, donde allí es "Parzival".</div>
<div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div>
<div style="text-align: justify;">
El creador de Oasis, James Halliday ha muerto, pero él ha dejado un legado importantisimo, una competencia, donde los usuarios de Oasis deben encontrar un "HUEVO DE PASCUA". Pero esto no será nada fácil, ya que deben descubrir donde se encuentran las tres llaves que abren las puertas donde se halla el huevo, y eso conlleva a superar tremendos desafíos.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<b><u>Opinión</u></b></div>
<div style="text-align: justify;">
<b><u><br /></u></b></div>
<div style="text-align: justify;">
Un libro que me ha volado la cabeza, me encantó. No tardé nada en engancharme, en sumergirme en el mundo que nos plantea. De por si es un libro bastante particular, porque como aventura se disfruta, puede que algunos se sientan un poco desorientados por la gran cantidad de referencias que tiene a la cultura de los años 80, que se entiende si a veces resulta excesiva, pero creo que todo es para situarnos bien en contexto, en cómo piensa el protagonista, lo que vive, ya que todo su conocimiento sera crucial en la historia. Yo, siendo un fanático de ésta, me he deleitado durante todo el libro, encontrando mis videojuegos y personajes favoritos. Lo recomiendo, sobre todo para aquellos que amamos esta cultura geek. Los personajes están muy bien construidos, con giros argumentales y sorpresas a la vuelta de la esquina, me he identificado con tantas situaciones de Parzival, recordando aquellas épocas donde pasaba largas horas jugando Diablo 2 o World of Warcraft, leveando, farmeando y estableciendo conexion en linea con tantos jugadores de distintos puntos del planeta. Se ha convertido, sin dudas en uno de mis libros favoritos.</div>
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<br /></div>
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<u style="font-weight: bold;">Calificación:</u> <b>5/5</b></div>
<div style="text-align: justify;">
<b><br /></b></div>
<div style="text-align: center;">
<br /></div>
</div>
<div>
<br /></div>
<div>
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Martín Rondinahttp://www.blogger.com/profile/07042386397707757311noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8713830356491950677.post-55060932729229959972018-03-12T21:31:00.001-03:002018-03-12T21:31:09.533-03:00Hellraiser - Clive Barker (reseña)<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://4.bp.blogspot.com/-j7xNUe2rfBw/WqcKGdc5Q2I/AAAAAAAACFA/25ZZdzFFBdEoxPQKxpChamEcuODBnv5TQCLcBGAs/s1600/51XYzYUhKlL._SX331_BO1%252C204%252C203%252C200_.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="499" data-original-width="333" height="320" src="https://4.bp.blogspot.com/-j7xNUe2rfBw/WqcKGdc5Q2I/AAAAAAAACFA/25ZZdzFFBdEoxPQKxpChamEcuODBnv5TQCLcBGAs/s320/51XYzYUhKlL._SX331_BO1%252C204%252C203%252C200_.jpg" width="212" /></a></div>
<br />
<div style="text-align: center;">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
</div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://3.bp.blogspot.com/-E7q1pEd6Q_8/WqcTHYwXZVI/AAAAAAAACFc/CVck2VdjZ7w7qhA4gK2g3daXp70dQS9qgCLcBGAs/s1600/Descripcion.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="200" data-original-width="800" height="160" src="https://3.bp.blogspot.com/-E7q1pEd6Q_8/WqcTHYwXZVI/AAAAAAAACFc/CVck2VdjZ7w7qhA4gK2g3daXp70dQS9qgCLcBGAs/s640/Descripcion.jpg" width="640" /></a></div>
<div style="text-align: center;">
<br /></div>
<div style="text-align: center;">
<br /></div>
<div style="text-align: center;">
<b><u>Sinopsis</u></b></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
En la historia conoceremos a Frank, una persona detestable que considera haber vivido todos los placeres de la vida, sus excesos y experiencias de todo tipo. Aburrido de haber alcanzado un límite de satisfacción, quiere ir más allá de cualquier sensación. Es asi, como descubre que existe un artefacto llamado "La Caja de Lemarchand", un objeto cúbico, que promete al que logre abrirlo, los placeres más extremos y desconocidos que un ser puede llegar a experimentar. Pero lo que no imaginaba Frank, es que al abrir esta caja, las cosas mas aberrantes y terroríficas están a punto de sucederle.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: center;">
<b><u>Opinión</u></b></div>
<div style="text-align: center;">
<b><u><br /></u></b></div>
<div style="text-align: justify;">
Lo considero una grandiosa obra del horror contemporáneo, es un libro corto que se lee de una sentada. Me gustó la narrativa de Barker en este libro, aunque los capítulos no son muy extensos y a veces uno quiere más detalles o que se profundice un poco más en los personajes. Tiene escenas grotestas y sangrientas que son un deleite. Recomiendo esta obra para aquellos que quieran iniciarse con Clive Barker, rápido, atrapante y honorífico. Quizá muchos conozcan este título más por su película que por el libro, ya que ha sido extremadamente popular en el ámbito del horror. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://2.bp.blogspot.com/-aZEtJeK9tbA/WqcaarFwUxI/AAAAAAAACF0/So8Fpqsw5OorYrvTCIS5-h9XqoXDg6N9wCLcBGAs/s1600/Box.png" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="975" data-original-width="937" height="200" src="https://2.bp.blogspot.com/-aZEtJeK9tbA/WqcaarFwUxI/AAAAAAAACF0/So8Fpqsw5OorYrvTCIS5-h9XqoXDg6N9wCLcBGAs/s200/Box.png" width="191" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">La caja de Lemarchand</td></tr>
</tbody></table>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://3.bp.blogspot.com/-4XVYHsty29c/WqcZ2WduDuI/AAAAAAAACFs/UtjzRSYk6aoSLdhBRK6bqcGDL6MviewWQCLcBGAs/s1600/Pacte-hellraiser--1987-05-g.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="801" data-original-width="1200" height="213" src="https://3.bp.blogspot.com/-4XVYHsty29c/WqcZ2WduDuI/AAAAAAAACFs/UtjzRSYk6aoSLdhBRK6bqcGDL6MviewWQCLcBGAs/s320/Pacte-hellraiser--1987-05-g.jpg" width="320" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">Los Cenobitas: los seres más aterradores del libro</td></tr>
</tbody></table>
<br /><div>
La película es casi una adaptación total de la obra, aunque hay algunas variaciones que no podría detallar para no <i>spoilear</i> a nadie, aunque eso no significa que ambas pese a sus diferencias sean dos grandes obras. Recomiendo las primeras dos entregas, las otras son para el olvido.</div>
<div>
<br /></div>
<div>
<b>Calificación:</b></div>
<div>
<b><br /></b></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
</div>
<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://3.bp.blogspot.com/-4bK0paFQXsc/WqcbbZM_iOI/AAAAAAAACGA/s0IBez7gLkMUOHzxavd1CKONTO2yBYRkwCLcBGAs/s1600/4-stars.png" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="374" data-original-width="1600" height="46" src="https://3.bp.blogspot.com/-4bK0paFQXsc/WqcbbZM_iOI/AAAAAAAACGA/s0IBez7gLkMUOHzxavd1CKONTO2yBYRkwCLcBGAs/s200/4-stars.png" width="200" /></a></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<b><u><br /></u></b></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<b><u>VIDEO RESEÑA:</u></b></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<b><u><br /></u></b></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<b><u><br /></u></b><iframe width="320" height="266" class="YOUTUBE-iframe-video" data-thumbnail-src="https://i.ytimg.com/vi/V_cK9-CuVJ0/0.jpg" src="https://www.youtube.com/embed/V_cK9-CuVJ0?feature=player_embedded" frameborder="0" allowfullscreen></iframe></div>
<div>
<b><br /></b></div>
<div>
<b><br /></b></div>
<div>
<b><br /></b></div>
Martín Rondinahttp://www.blogger.com/profile/07042386397707757311noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8713830356491950677.post-63123406408753067122017-12-06T17:14:00.000-03:002017-12-06T17:14:26.093-03:00La Falsa Amiga - Christine Drews<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://2.bp.blogspot.com/-_2W3TBgkGgY/WihL7NSXHWI/AAAAAAAACCQ/hOUVLMih5hwPKnrU_OG4voLPLQ-MfSq8wCLcBGAs/s1600/maxresdefault.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="720" data-original-width="1280" height="360" src="https://2.bp.blogspot.com/-_2W3TBgkGgY/WihL7NSXHWI/AAAAAAAACCQ/hOUVLMih5hwPKnrU_OG4voLPLQ-MfSq8wCLcBGAs/s640/maxresdefault.jpg" width="640" /></a></div>
<br />
<br />
<b>Título: </b>La Falsa Amiga<br />
<b>Autor: </b>Christine Drews<br />
<b>Género: </b>Suspense<br />
<b>Paginas: </b>312<br />
<br />
<br />
<div style="text-align: center;">
<b><u>Sinopsis</u></b></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La acción transcurre en Münster, donde Katrin, la protagonista, ha tenido que mudarse debido a la carrera profesional de su marido. Poco después el hijo de ambos, Leo, desaparece, y el matrimonio contacta con la policía.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Entran en escena los inspectores Charlotte Schneidmann y Peter Käfer. El secuestro de Leo resultará ser sólo una parte de la venganza de la que se convierte en la mejor amiga de Katrin.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: center;">
<b><u>Opinión</u></b></div>
<div style="text-align: center;">
<b><u><br /></u></b></div>
<div style="text-align: justify;">
Libro entretenido, un suspenso ligero ideal para hacer una lectura rápida y liviana. No es la mejor novela de suspenso, pero tampoco la peor. La historia va directo al problema principal, haciéndolo muy llevadero, tiene sus giros argumentales, no muy bruscos pero los tiene, eso le da más dinámica a la narración, la cual es sencilla y clara. Los personajes están bien, no son muy profundos, pero los protagonistas principales están bien llevados, quizá como punto negativo diría que algunas cosas quedaron en el "aire" pero nada que afecte a la trama principal. Lo recomiendo como lectura ágil de fin de semana, ideal para salir de bloqueo lector y leerse una novelita liviana.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<b>Calificación: 4/5</b></div>
<div style="text-align: justify;">
<b><br /></b></div>
<div style="text-align: justify;">
<b><u>VIDEO RESEÑA:</u></b></div>
<div style="text-align: justify;">
<b><u><br /></u></b></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<iframe width="320" height="266" class="YOUTUBE-iframe-video" data-thumbnail-src="https://i.ytimg.com/vi/aK-TYeGP0g4/0.jpg" src="https://www.youtube.com/embed/aK-TYeGP0g4?feature=player_embedded" frameborder="0" allowfullscreen></iframe></div>
<div style="text-align: justify;">
<b><u><br /></u></b></div>
Martín Rondinahttp://www.blogger.com/profile/07042386397707757311noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8713830356491950677.post-71886575669507984572017-09-21T17:14:00.001-03:002017-09-21T17:14:13.573-03:00El traje del muerto - Joe Hill<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://4.bp.blogspot.com/-gTs5FkatVK4/WcQU34XHBKI/AAAAAAAACAA/1BZDXSqBE6svDnujaeQRHBvAfne0ymsXACLcBGAs/s1600/ESL59410.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="313" data-original-width="200" height="200" src="https://4.bp.blogspot.com/-gTs5FkatVK4/WcQU34XHBKI/AAAAAAAACAA/1BZDXSqBE6svDnujaeQRHBvAfne0ymsXACLcBGAs/s200/ESL59410.jpg" width="127" /></a></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">
<b>Autor: </b>Joe Hill</div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">
<b>Nombre: </b>El traje del muerto</div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">
<b>Género: </b>Terror</div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">
<b>Páginas: </b>404</div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">
<b><u>Reseña:</u></b></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">
<b><u><br /></u></b></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">
En el libro vamos a conocer a Jude Coynne, una estrella de rock retirada que vive en su alejada mansión junto a su novia Georgia, su manager Danny y sus dos perros, Angus y Bon. Jude es un amante de los objetos relacionados a lo sobrenatural, tal es así, que en su casa tiene gran variedad de estatillas, ídolos, símbolos y un sin fin de elementos de esta índole. Un día, su manager le avisa que en Internet se subasta un fantasma. Alguien está vendiendo un espíritu y Coynne no duda en querer adquirirlo. Finalmente se hace con él y al otro día el correo llega a su mansión, le entrega una caja en forma de corazón que contiene <i>el traje del muerto</i>. A partir de ahora la vida de Jude cambiará por completo, él que no creía en nada sobrenatural ni en fantasmas, pero desde que realizó la compra del traje, empezará a ver al muerto en todos lados, en el pasillo, en la puerta de su dormitorio, en la cocina y en cualquier lugar que él se encuentre.</div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">
Es el primer libro que leo de Joe Hill y quedé encantado, fue una gran experiencia. La narrativa de la obra es muy llevadera, nos va metiendo en el argumento enseguida y en las primeras páginas quedé enganchado. Los personajes que encontraremos son pocos pero cada uno de ellos es importante y serán vitales en la historia, me gustó cómo están construidos. El libro no me resultó largo ni corto, aunque quizá en algunas partes se me hizo un poco más lento, sobre todo llegando a la mitad, pero después fluye. Es una historia auténtica de fantasmas, con muchas referencias al rock and roll que lo hacen bastante entretenido. Hill se ganó mi respeto, es un autor que ha sabido armar su propio camino y poner su estilo, debe ser difícil ser el hijo de Stephen King y no vivir en su sombra, pero considero que Joe lo supo hacer y consagrarse como un escritor con su propio sello. Muy buen libro.</div>
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<br /></div>
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<b>Calificación: 4/5</b></div>
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<b><br /></b></div>
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<b><u>VIDEO-RESEÑA:</u></b></div>
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<b><u><br /></u></b></div>
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<b><u><br /></u></b></div>
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<b><u><iframe width="320" height="266" class="YOUTUBE-iframe-video" data-thumbnail-src="https://i.ytimg.com/vi/wNbTMODW-rc/0.jpg" src="https://www.youtube.com/embed/wNbTMODW-rc?feature=player_embedded" frameborder="0" allowfullscreen></iframe></u></b></div>
Martín Rondinahttp://www.blogger.com/profile/07042386397707757311noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8713830356491950677.post-36418347683650155492017-09-09T17:08:00.002-03:002017-10-01T21:13:38.683-03:00La casa de los eucaliptus - Luciano Lamberti<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://1.bp.blogspot.com/-fnw9kkWBZ88/WbRGj36VNgI/AAAAAAAAB_A/7c5hcvktO-4AgMwjnL4GagTR9JdOKyZJACLcBGAs/s1600/9789873987649.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="343" data-original-width="200" height="200" src="https://1.bp.blogspot.com/-fnw9kkWBZ88/WbRGj36VNgI/AAAAAAAAB_A/7c5hcvktO-4AgMwjnL4GagTR9JdOKyZJACLcBGAs/s200/9789873987649.jpg" width="116" /></a></div>
<b>Autor: </b>Luciano Lamberti<br />
<b>Nombre: </b>La Casa de los Eucaliptus<br />
<b>Género: </b>Antologia/Terror/Fantástica<br />
<b>Páginas: </b>186<br />
<b>Editorial:</b> Penguin Random House<br />
<br />
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Primer libro que leo del autor. Antología de doce relatos que van de lo fantástico al terror. </div>
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<br /></div>
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<u><b>Relatos:</b></u></div>
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</div>
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<b>1. Los caminos internos</b>: Relato de apertura, no está mal, un médico que tiene que llegar a una casa pero pierde el camino y luego llega a un lugar bastante familiar pero perturbador. Me hubiese gustado un poco más de desarrollo del final, pero no es un mal cuento. 3/5</div>
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<br /></div>
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<b>2. La casa de los eucaliptus:</b> Relato que da nombre al libro, muy interesante. Tiene más desarrollo y se torna super intrigante, me encantó como va describiendo y formando al protagonista, combinación de horror psicológico y sobrenatural. El protagonista recibirá una visita extraña en la casa de los eucaliptus, que le dará unas extrañas y horrorosas tareas a realizar. 3.5/5</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<b>3. El tío Gabriel</b>: ¿Qué pasaría si estas velando a tu tío y de pronto se levanta? Este relato tiene una mezcla de terror con comedia y drama, me entretuvo bastante porque es disparatado, tiene algo de tragicómico que me pareció muy autentico, es cortito pero no está nada mal. 3/5</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<b>4. Los chicos de la noche:</b> Este lo noté un poco más juvenil, pero la idea central está interesante. Sobre un joven Skater que se mete a patinar por la noche pero descubrirá algo aterrador. Es un terror fantástico. 3/5</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
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<b>5. El Espíritu Eterno:</b> Este no me gustó. Me gusta como está narrado y ambientado, pero la temática del relato no es mi estilo. El presidente de la Nación descubre un secreto que guarda la Casa Rosada desde hace varios años. 2/5</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<b>6. Vida de E.</b>: Este relato tiene un argumento interesante, que me hubiese gustado más otro tipo de enfoque, creo que daba para explotarlo mejor. 2.5/5</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<b>7. La ventana</b>: Un relato curioso que me gustó. 3/5</div>
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<br /></div>
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<b>8. Eddie</b>: Este me hizo acordar a un creepypasta, me da más a relato juvenil pero se me hizo entretenido e interesante. 3/5</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<b>9. Muñeca</b>: Creo que es un homenaje a "La Gallina degollada" de Horacio Quiroga, y la verdad es que estuvo muy bien. Un cuento realmente aterrador. 3.5/5</div>
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<br /></div>
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<b>10. Acapulco:</b> Me gustó, tiene un poco de todo, contiene terror sobrenatural, psicológico, real. Y me gustó la descripción de los personajes y la situación que enfrentaron. 3/5</div>
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<br /></div>
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<b>11. Carolina baila:</b> Interesante, aunque no me terminó de cerrar, pero considero que es bastante original. 3/5</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<b>12. Santa:</b> Este creo que es el relato más distintivo del autor, en este relato a diferencia de los otros, sentí realmente lo que el autor quería transmitir. Me gustó la idea, la forma de narrarlo y todo lo que sucede. Es una crónica que realiza el narrador de distintos sucesos que presenció y averiguo sobre Alicia, una joven que tuvo experiencias con el "más allá". Creo que se le daría muy bien escribir un libro con este estilo. Mi favorito del libro. 4/5</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
No había leído nada de Luciano Lamberti, estoy feliz de haberme encontrado con el autor. Creo que no es fácil escribir terror en Argentina y encontrar un escritor local que lo haga merece todo el reconocimiento y apoyo. Es un buen libro, no creo que sea su mejor obra, pero no dudaré en adentrarme en sus otros escritos. Interesante antología con varios elementos de terror en sus diversas ramificaciones. Quizá algunos relatos me dieron la sensación de ser cerrados muy abruptamente, quizá sea la marca distintiva del escritor, es válido, pero me quedé esperando "un poquito más" en ciertos momentos. La narrativa me gustó, engancha al momento, va directo a lo que quiere decirte, puede describir y crear atmósfera sin generar confusiones, si bien en un relato todo es más acotado, en pocas paginas hace grandes cosas. Espero leer más de Lamberti, me ha gustado.</div>
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<br /></div>
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<b>Calificación: 3.5/5</b></div>
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<b><br /></b></div>
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<iframe width="320" height="266" class="YOUTUBE-iframe-video" data-thumbnail-src="https://i.ytimg.com/vi/DEVwegYaYmE/0.jpg" src="https://www.youtube.com/embed/DEVwegYaYmE?feature=player_embedded" frameborder="0" allowfullscreen></iframe></div>
<br /></div>
Martín Rondinahttp://www.blogger.com/profile/07042386397707757311noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-8713830356491950677.post-85091770875955294072017-08-21T21:02:00.000-03:002017-08-21T21:02:36.105-03:00El Exorcista - William Peter Blatty<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://4.bp.blogspot.com/-PKrsMa1XFYM/WZtraleUwTI/AAAAAAAAB9Q/DIicdrwwZPQsRoKDKzd57CdS2j3-JWKFwCLcBGAs/s1600/cacc80ed4d63cc1d27b13e6c011da366--exorcist-movie-the-exorcist.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="348" data-original-width="236" height="200" src="https://4.bp.blogspot.com/-PKrsMa1XFYM/WZtraleUwTI/AAAAAAAAB9Q/DIicdrwwZPQsRoKDKzd57CdS2j3-JWKFwCLcBGAs/s200/cacc80ed4d63cc1d27b13e6c011da366--exorcist-movie-the-exorcist.jpg" width="135" /></a></div>
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<br /></div>
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<b>Autor: </b>William Peter Blatty</div>
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<b>Nombre: </b>El Exorcista</div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: left;">
<b>Páginas: </b>318</div>
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<b>Género: </b>Terror</div>
<br />
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<b><u>Reseña</u></b></div>
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<br /></div>
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Chris McNeill es una célebre actriz de cine que vine en la ciudad de Georgetown junto a su amiga Sharon, dos criados y su pequeña hija Regan, con quien lleva una relación muy afectiva, ella lo es todo para su madre. Su hija es una jovencita muy inocente, apegada a Chris como nadie, de esas personas que son "amor puro", sin ningún tipo de maldad, una niña ejemplar. Un día, mientras su madre hacía algunas tareas en su hogar, descubre en el sótano un tablero Ouija. Regan le menciona que ella ha estado jugando con dicha tabla y que habla continuamente con el "<i>Capitán Howdy"</i>. Su madre no tiene ningún tipo de creencia religiosa, esto le resulta algo entretenido y le pide a su hija utilizar el tablero juntas, Chris quería conocer al Capitán, pero no resulta. A partir de aquí, comienza lo fuerte de la historia, Regan comenzará a cambiar su forma de ser misteriosamente, hechos extraños sucederán en la residencia McNeill, ruidos extraños, camas que se sacuden y olores putrefactos entre otras cosas. Nadie entiende que le sucede a la hija de Chris, ella agotará cada recurso que esté a su alcance para averiguar por qué se comporta así, ¿acaso es un tema psiquiátrico? ¿el Capitán Howdy es real?.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: center;">
<b><u>Opinión Personal</u></b></div>
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<b><br /></b></div>
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Es de esos libros que no pude dejar de leer. Cada página me resultaba demasiado intrigante, sumado a la narrativa de Blatty, que nos va incrementando la atmósfera cada vez más, vinculando hechos y situaciones durante la historia, haciendo que no sea un libro lineal, sino abarcativo en varios aspectos y eso lo hace exquisito. Quedé encantado con la temática del libro, aunque es un clásico y creo que casi todos conocen de que va el argumento y como se resuelve debido que también es una de las adaptaciones al cine de horror más famosas e icónicas. La introducción de los personajes, los cuales no son muchos, pero están perfectamente construidos es algo destacable del libro, en ningún momento noté relleno o páginas de más, todo lo contrario, me pareció lo justo y necesario en cada página, sin nada que quitar ni agregar. Sin dudas, una obra maestra del terror y de mis libros favoritos, lo recomiendo.</div>
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<br /></div>
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<b>Calificación: 5/5</b></div>
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<b><br /></b></div>
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<b><u>Video-Reseña:</u></b></div>
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<b><u><br /></u></b></div>
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<iframe width="320" height="266" class="YOUTUBE-iframe-video" data-thumbnail-src="https://i.ytimg.com/vi/JdEjE7vVWYY/0.jpg" src="https://www.youtube.com/embed/JdEjE7vVWYY?feature=player_embedded" frameborder="0" allowfullscreen></iframe></div>
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<b><u><br /></u></b></div>
Martín Rondinahttp://www.blogger.com/profile/07042386397707757311noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8713830356491950677.post-67175508619255739432017-07-06T16:27:00.000-03:002017-07-06T16:27:16.426-03:00Corazones Pedidos - M.R James (Reseña+relato)<div style="text-align: justify;">
Hola a mis lectores del blog. En esta ocasión vengo a traerles la reseña de un relato de terror que me ha gustado bastante. Un cuento donde un pequeño huérfano de doce años es adoptado por su tío, quien encierra un misterioso y sombrío secreto que muy pronto se descubrirá.</div>
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<br /></div>
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<b>Video - Reseña:</b></div>
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<b><br /></b></div>
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<iframe allowfullscreen="" class="YOUTUBE-iframe-video" data-thumbnail-src="https://i.ytimg.com/vi/naK-Vn9Fzdc/0.jpg" frameborder="0" height="266" src="https://www.youtube.com/embed/naK-Vn9Fzdc?feature=player_embedded" width="320"></iframe></div>
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<b><u><br /></u></b></div>
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<b><u>Corazones Perdidos - M.R James</u></b></div>
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<b><u><br /></u></b></div>
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Hasta donde recuerdo, fue en septiembre de 1811 cuando un carruaje se detuvo ante la puerta de Aswarby Hall en el corazón del condado de Lincolnshire. El niño, único pasajero, descendió de un salto si bien llegó y miró a su alrededor con un profundo interés, durante el corto intervalo que transcurrió entre el momento en que hizo sonar la campanilla y el instante en que se abrió la puerta. Lo que alcanzó a ver fue una casa de ladrillos alta y cuadrada construida en la época de la reina Ana, a la cual se había agregado un pórtico de pilares de piedra del estilo clásico puro de 1790; las ventanas de la casa eran numerosas, altas y angostas, con pequeños paneles y carpintería blanca y sólida. Completaba el frente una ventana circular. También logró ver un ala derecha y un ala izquierda que se conectaban con la construcción central por medio de extrañas galerías vidriadas. Allí se encontraban los establos y las oficinas de la casa. Cada ala estaba coronada por una cúpula decorativa con veletas doradas.</div>
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<br /></div>
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La luz crepuscular se reflejaba sobre el edificio de modo que los paneles de las ventanas brillaban como pequeñas fogatas. Frente a la mansión y algo retirado de ella se extendía un parque llano bordeado de robles y pinos, cuya silueta se recortaba contra el cielo. El reloj del campanario de la iglesia escondida entre los árboles al borde del parque, con la veleta iluminada por la luz, daba las seis y su dulce sonido lograba vencer al viento. La impresión que recibió el niño que se hallaba de pie en el pórtico esperando que le abriesen la puerta fue placentera, si bien a ésta se mezclaba ese tipo de melancolía propia de un atardecer de comienzos de otoño.</div>
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<br /></div>
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El carruaje lo había traído desde Warwickshire, donde vivía cuando quedara huérfano alrededor de seis meses atrás. Ahora venía a instalarse en Aswarby gracias al generoso ofrecimiento de su primo mayor, el señor Abney, que le había formulado dicha invitación para sorpresa de quienes lo conocían, pues todos sabían que era un ermitaño de costumbres algo austeras y que la llegada de un niño pequeño agregaría un elemento nuevo y aparentemente incongruente a la rutina metódica que caracterizaba sus días. En realidad, lo que sus vecinos sabían acerca de las ocupaciones o del temperamento del señor Abney era poco o nada. En cierta ocasión el profesor de griego de la Universidad de Cambridge había expresado que no existía alguien que supiera más sobre las creencias religiosas de los paganos que el dueño de Aswarby. Sin duda su biblioteca contenía todos los libros existentes sobre los Misterios, los poemas de Orfeo, el culto a Mitra y los neoplatónicos. En la antesala recubierta de mármol de su casona se erguía una escultura sumamente delicada de Mitras dando muerte a un toro, que el señor Abney había importado del Levante a un precio muy elevado y de la cual había enviado una descripción al Gentleman’s Magazine, además de escribir una serie de artículos notables para el Cronical Museum sobre las supersticiones de los romanos del Bajo Imperio. En suma, se lo consideraba un hombre que vivía para sus libros, y por lo tanto la sorpresa de quienes lo conocían se debía más al hecho de que se hubiese enterado de la existencia de su primo huérfano que a su decisión de invitarlo a vivir con él en Aswarby Hall.</div>
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<br /></div>
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Fuese como fuere la impresión que sus vecinos tenían de él, lo cierto era que el señor Abney –el alto, el delgado, el austero– parecía dispuesto a dar una cálida acogida a su joven primo. En el mismo momento en que se abrió la puerta de entrada, salió con prisa de su estudio frotándose las manos con un deleite anticipado.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
–¿Cómo estás, hijo mío? ¿Cómo estás? ¿Cuántos años tienes? –le preguntó–. Es decir, eh…, espero que no estés demasiado cansado por el viaje como para no poder comer.</div>
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<br /></div>
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–No, señor, gracias –respondió el niño Elliott–, estoy perfectamente.</div>
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<br /></div>
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–Así me gusta –afirmó el señor Abney–. ¿Y cuántos años tienes, muchacho?</div>
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<br /></div>
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Resultaba un tanto extraño que hubiese formulado la pregunta dos veces en los primeros dos minutos de su encuentro.</div>
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<br /></div>
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–Cumpliré doce, señor –respondió Stephen.</div>
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<br /></div>
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–¿Y cuándo es tu cumpleaños, mi querido muchachito? El 11 de septiembre, ¿eh? Muy bien… Muy, pero, muy bien. Falta casi un año, ¿no es así? Me gusta –¡ja, ja!–. Me gusta registrar este tipo de datos en mi libro. Estás seguro de que cumplirás doce ¿no? Absolutamente seguro.</div>
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<br /></div>
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–Sí, por completo, señor.</div>
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<br /></div>
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–¡Bien, bien! Parkes, llévelo con la señora Bunch y que le sirva la merienda… o la cena, lo que sea.</div>
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<br /></div>
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–Sí, señor –respondió el formal señor Parkes; y condujo a Stephen al sector de servicio.</div>
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<br /></div>
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La señora Bunch era la persona más cálida y humana que Stephen había encontrado hasta ese momento en Aswarby. Lo hizo sentir perfectamente cómodo y al cabo de un cuarto de hora ambos se consideraban íntimos amigos, lo cual fueron durante el resto de sus vidas. La señora Bunch había nacido en el vecindario 55 años antes de la llegada del niño, y hacía 20 años que vivía con el señor Abney. Por lo tanto, si había alguien que sabía cómo era la vida en Aswarby y en los alrededores esa persona era la señora Bunch. Y por cierto disfrutaba mucho cuando tenía la oportunidad de dar cualquier información.</div>
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<br /></div>
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Por supuesto, había infinidad de detalles sobre la casa y el parque que, debido a su naturaleza aventurera y curiosa, Stephen deseaba saber. ¿Quién había construido el templo que se hallaba al final del camino de laureles? ¿Quién era ese señor que retrataba el cuadro colgado en las escaleras, sentado a una mesa con una calavera bajo la mano? Estas y otras preguntas recibían su correspondiente aclaración gracias al poderoso intelecto de la señora Bunch. Sin embargo, había otras cuestiones cuya respuesta resultaba muy poco satisfactoria.</div>
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<br /></div>
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Un atardecer del mes de noviembre Stephen se hallaba sentado junto al fuego en los aposentos de la señora Bunch, y reflexionaba acerca de la casa y sus alrededores.</div>
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<br /></div>
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–¿El señor Abney es un hombre bueno? ¿Irá al cielo? –preguntó de repente con la confianza absoluta que depositan los niños en la capacidad de los mayores para responder a este tipo de preguntas, en las cuales la decisión final recae en realidad en tribunales superiores.</div>
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<br /></div>
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–¿Bueno? ¡Por Dios, hijo! –repuso la señora Bunch–. ¡El señor es una de las personas más amables que he conocido jamás! ¿Nunca le he contado nada acerca del niño que recogió, que le dicen, de la calle, hace siete años? ¿Y de la niñita, dos años después de mi llegada?</div>
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<br /></div>
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–No. ¡Cuénteme sobre ellos, señora Bunch, ahora mismo!</div>
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<br /></div>
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–Bueno, en realidad de la niña no me acuerdo mucho. Lo que sé es que el señor la trajo a casa una vez después de una de sus caminatas y dio órdenes a la señora Ellis, el ama de llaves de entonces, como que tenían que cuidar mucho de ella. La pobrecita no tenía a nadie que la cuidara. Ella misma en persona me lo contó, y vivió aquí con nosotros algo así como tres semanas. Entonces, no sé si será porque tenía sangre gitana en las venas o qué, pero una mañana desapareció de su cama antes de que cualquiera de nosotros se despertase, y no he vuelto a saber nada de ella, nada, ni un rastro, desde entonces. El señor estaba sumamente molesto y ordenó que la buscaran en todos los lagos del parque; pero en mi opinión ella se fue con los gitanos, pues creí oír sus cantos durante alrededor de una hora la noche en que desapareció; y Parkes, él afirmó que les oyó llamando desde el bosque esa misma tarde. ¡Ay, Dios!… era una niña un poco rara, tan silenciosa y quietecita, pero a mí me conquistó, se acostumbró en seguida. Todo fue muy… sorprendente.</div>
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<br /></div>
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–¿Y qué pasó con el niño? –preguntó Stephen.</div>
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<br /></div>
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–¡Ay, el pobrecito! –suspiró la señora Bunch–. Era extranjero, se hacía llamar Jevanny y apareció un día de invierno tocando el organillo por el camino principal y resulta que el señor, en cuanto le vio, le ordenó entrar y le preguntó de dónde venía, y cuántos años tenía y cómo se ganaba la vida y dónde estaban sus familiares y estuvo muy amable con él. Pero a él le pasó lo mismo. Son todos así los extranjeros, todos indómitos, al menos eso creo, y partió una mañana igual que la niña Durante un año nos preguntamos por qué se había ido y qué le había pasado; pues no se llevó su organillo, que todavía está ahí sobre el estante.</div>
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<br /></div>
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El resto de la velada Stephen se dedicó a interrogar a la señora Bunch sobre temas sueltos y a tratar de arrancarle alguna que otra nota al organillo.</div>
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<br /></div>
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Esa noche tuvo un sueño extraño. Al final del corredor del piso superior, el de su habitación, había un viejo cuarto de baño en desuso que permanecía bajo llave. Sin embargo, la parte superior de la puerta tenía vidrio esmerilado y, como las cortinas de muselina habían desaparecido, se podía mirar a través de ella y ver la bañera con bordes de plomo fijada a la pared del lado derecho, con la cabecera hacia la ventana.</div>
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<br /></div>
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Esa noche el niño se encontró a sí mismo, según creyó, mirando a través del vidrio esmerilado. La Luna brillaba a través de la ventana, y él mantenía la mirada fija sobre una figura que yacía dentro de la bañera.</div>
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<br /></div>
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La descripción de Stephen Elliott acerca de lo que había visto allí dentro me hizo evocar mi visita a las famosas bóvedas de la iglesia de San Michan en Dublín, las cuales poseen la espantosa cualidad de preservar cadáveres de la destrucción durante siglos. Se trataba de una figura indescriptiblemente delgada y patética de un color plomizo terroso, envuelta en lo que parecía ser una mortaja, con los finos labios retorcidos en una tenue sonrisa horrorosa y las manos firmemente apretadas sobre el corazón.</div>
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<br /></div>
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Cuando la figura lo vio, sus labios dejaron escapar un quejido casi imperceptible y distante y sus brazos comenzaron a moverse. El terror que produjo en el niño semejante visión lo impulsó a retroceder, y fue entonces cuando se dio cuenta de que se hallaba de pie sobre el frío piso de madera del corredor bajo la brillante luz de la Luna. Lo que hizo a continuación indica que poseía un valor poco común entre los niños de su edad, pues se dirigió hacia la puerta del cuarto de baño para confirmar si la figura que había visto en sueños en verdad se hallaba allí. No la encontró y regresó a la cama.</div>
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<br /></div>
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A la mañana siguiente la señora Bunch quedó muy impresionada por el relato, y hasta se apresuró a reponer la cortina de muselina en la puerta esmerilada del cuarto de baño. Además, el señor Abney, que escuchó la historia del niño durante el desayuno, demostró un gran interés en ella y tomó notas acerca del tema en lo que llamó «su libro».</div>
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<br /></div>
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El equinoccio de la primavera estaba próximo. A menudo el señor Abney recordaba a su joven primo que las personas de la antigüedad consideraban que esa época del año constituía un momento crítico para los jóvenes, por lo cual Stephen debía cuidarse y cerrar la ventana de su dormitorio por la noche. También agregó que Censorinus había escrito algunos comentarios valiosos al respecto. Y, a decir verdad, en ese tiempo se produjeron dos incidentes que impresionaron enormemente a Stephen.</div>
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<br /></div>
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El primero ocurrió después de una noche difícil y agobiante para el niño, a pesar de que no lograba recordar ninguna pesadilla en particular.</div>
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Durante la tarde siguiente la señora Bunch ocupaba su tiempo en zurcir el camisón de Stephen.</div>
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<br /></div>
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–¡Válgame Dios, niño Stephen! –estalló irritada–. ¿Cómo se las ha arreglado para rasgar su camisón de este modo, en jirones? ¡Mire qué trabajo nos da a nosotros, pobres sirvientes que tenemos que zurcir y remendar para usted!</div>
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<br /></div>
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Por cierto, en la prenda había una serie de cortes o tajos aparentemente injustificables que sin duda requerirían la labor de una costurera habilidosa para su arreglo. Se hallaban en el lado izquierdo del pecho: largos tajos paralelos de unos 15 centímetros, algunos de los cuales no habían llegado a agujerear la textura del lino. Stephen no se hallaba en condiciones de explicar su origen, y solamente estaba seguro de que no se encontraban allí la noche anterior.</div>
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<br /></div>
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–Señora Bunch –observó– son iguales a los rasguños que hay en la parte de afuera de la puerta de mi dormitorio; y estoy absolutamente seguro de que no tuve nada que ver con ellos.</div>
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<br /></div>
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La señora Bunch le echó una mirada atónita, luego cogió una vela y se retiré a toda prisa de la habitación. Se la oyó subir la escalera y a los pocos minutos se la vio regresar.</div>
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<br /></div>
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–Bueno, niño Stephen –murmuré–, no me explico cómo es posible que esos rasguños y marcas hayan llegado a esa puerta… son demasiado altos para ser obra de un gato o un perro, y ni qué decir de una rata: juraría que son como las uñas de un chino (como nos decía mi tío que estaba en el negocio del té a nosotras cuando estábamos todas juntas). Si yo fuera usted, no le diría nada al señor, niño Stephen, querido; y recuerde cerrar la puerta con llave cuando se vaya a la cama.</div>
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<br /></div>
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–Siempre lo hago, señora Bunch, en cuanto termino de decir mis oraciones.</div>
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<br /></div>
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–Oh, qué buen niño: jamás deje de rezar sus oraciones y entonces nadie le podrá hacer daño.</div>
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<br /></div>
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Acto seguido la señora Bunch se dedicó a remendar el camisón rasgado, con breves intervalos de meditación, hasta que llegó la hora de irse a la cama. Esto sucedió una noche de viernes en marzo de 1812.</div>
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<br /></div>
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La noche siguiente, el dúo que formaban Stephen y la señora Bunch se vio aumentado por la aparición repentina del señor Parkes, el mayordomo, quien normalmente se guardaba las cosas para sí mismo. Este no vio que Stephen estaba allí: más aún, se encontraba alterado y más lento para hablar que de costumbre.</div>
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<br /></div>
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–El señor puede ir por su propio vino, si quiere buscarlo por la noche –fue su primer comentario–. Si debo hacerlo yo voy de día o no voy, señora Bunch. No sé qué podrá ser lo que hay allí: lo más seguro es que se trate de ratas o que sea el viento que entra en la bodega, pero ya no estoy tan joven como antes y no puedo ocuparme de eso como solía hacerlo.</div>
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–Pero señor Parkes, usted sabe bien que no es usual que haya ratas en la casa.</div>
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–No lo niego, señora Bunch, pero muchas veces escuché el cuento que narran los hombres que trabajan en los muelles, acerca de una rata que habla. Nunca le presté atención, pero esta noche, si me hubiese agachado y acercado el oído a la puerta de la última bodega, estoy seguro de que habría podido oír lo que ellas decían.</div>
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–¡Vamos, señor Parkes, no tengo tiempo para esas bobadas.! Ratas que hablan en una bodega…</div>
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–Bueno, señora Bunch, no me apetece discutir con usted: lo único que digo es que si se anima a ir a la última bodega y apoya el oído sobre la puerta, verá que lo que afirmo es la pura verdad.</div>
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–¡Qué tonterías dice, señor Parkes, y no son cosas que los niños deban oír! Asustará al niño Stephen.</div>
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<br /></div>
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–¡Qué! ¿El niño Stephen? –exclamó Parkes al darse cuenta de la presencia del muchacho–. El niño Stephen sabe bien cuándo estoy bromeando con usted, señora Bunch.</div>
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<br /></div>
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En realidad el niño Stephen entendía las cosas demasiado bien como para creer lo que decía el señor Parkes. Le interesaba, pero no le agradaba la situación; y todas sus preguntas para conseguir que el mayordomo le hiciera un relato más detallado sobre sus experiencias en la bodega de los vinos, resultaron infructuosas.</div>
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<br /></div>
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Hemos arribado al 24 de marzo de 1812, que fue un día de curiosísimas experiencias para Stephen. Soplaba un viento ruidoso que envolvía a la mansión y al parque en un manto de inquietud, cuando el niño se detuvo ante el cerco que bordeaba la finca. Entonces miró hacia el parque y creyó ver algo semejante a una procesión interminable de personas invisibles que pasaban delante de él llevadas por la fuerza del viento, acosadas, sin ofrecer resistencia alguna y sin rumbo fijo, luchando en vano por detenerse, por asirse a algún objeto concreto y así interrumpir la marcha para ponerse nuevamente en contacto con el mundo de los seres vivos del cual habían formado parte. Ese día, después del almuerzo el señor Abney le propuso:</div>
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<br /></div>
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–Stephen, mi niño, ¿crees que podrías venir hoy a mi estudio alrededor de las once de la noche? Estaré ocupado hasta entonces, y deseo enseñarte algo que está relacionado con tu futuro y que es de suma importancia para ti. No debes mencionar el asunto ante la señora Bunch ni ante cualquier otra persona de la casa Y sería conveniente que te retiraras a tu habitación a la hora de costumbre.</div>
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<br /></div>
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Por fin sucedía algo excitante en la vida de Stephen: se le presentaba la oportunidad de permanecer despierto hasta las once de la noche. Cuando llegó el momento de ir a su dormitorio en el piso superior, el niño pasó por el estudio y echó una mirada fugaz hacia dentro. Vio allí un brasero que en otras ocasiones había observado en un ángulo de la estancia pero que ahora se hallaba frente al fuego, y también divisó un copón de plata antiguo lleno de vino tinto depositado sobre la mesa, cerca del cual había unas hojas de papel escritas. Stephen observó asimismo que el señor Abney esparcía sobre el brasero incienso que tomaba de una cajita plateada y redonda, al parecer sin reparar en la presencia del niño.</div>
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<br /></div>
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El viento había cesado, la noche era tranquila y la Luna llena brillaba en todo su esplendor. Cerca de las diez de la noche Stephen se encontraba de pie ante la ventana abierta de su dormitorio y contemplaba el campo. A pesar de que la noche era tranquila, los misteriosos habitantes del bosque distante iluminado por la Luna aún no se habían calmado. De tanto en tanto llegaban a sus oídos, desde la laguna, los extraños gemidos de los desesperados caminantes. Tal vez se tratase del chillido de alguna lechuza o de las aves acuáticas, pero en realidad no se parecía demasiado a ellas. ¿Acaso se estaban acercando? Ahora el sonido provenía del extremo más próximo de la laguna, y en los minutos siguientes le pareció que se hallaba muy cerca de allí, entre los arbustos. De pronto los ruidos cesaron, pero en el momento en que Stephen se disponía a cerrar la ventana y dedicarse a la lectura de Robinson Crusoe, divisó dos figuras de pie en la terraza de piedra ubicada a lo largo del jardín: parecían las figuras de un niño y una niña, uno al lado de la otra, que miraban hacia arriba en dirección a las ventanas. Había algo en la niña que le hizo recordar su sueño sobre la figura que yacía en la bañera. El niño le inspiré un terror aún más profundo.</div>
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<br /></div>
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Mientras la niña permanecía inmóvil, esbozando una sonrisa y con las manos entrelazadas a la altura del corazón, el niño, de aspecto delgado, cabello negro y ropaje rasgado, alzaba las manos en una actitud amenazante que revelaba algo semejante a una sed insaciable. La Luna iluminaba sus dedos casi traslúcidos, y Stephen observó que sus uñas eran de una longitud alarmante y que la luz brillaba a través de ellas. Con las manos levantadas de ese modo, la figura constituía la imagen misma del terror. Sobre el extremo izquierdo de su pecho había una herida abierta y negruzca. Fue entonces cuando esos gritos desolados y desgarradores que había oído durante toda esa tarde en los bosques de Aswarby perforaron el cerebro de Stephen, más que su oído. Luego, la espantosa pareja se trasladó suavemente y sin emitir sonido alguno por la terraza de piedra, y Stephen los perdió de vista.</div>
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<br /></div>
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A pesar de que sentía un temor inenarrable, resolvió coger la candela y bajar hasta el estudio del señor Aswarby, puesto que se aproximaba la hora de su cita. El estudio o biblioteca se encontraba en un extremo del corredor del frente y Stephen, urgido por el miedo, no tardó demasiado tiempo en llegar allí. Pero lo que no le resulté tan fácil fue entrar. Estaba seguro de que la puerta no se hallaba bajo llave, pues la misma estaba colocada del lado de afuera, como siempre. El niño golpeó la puerta en repetidas ocasiones sin obtener respuesta: el señor Abney estaba ocupado y hablaba. ¡Qué! ¿Por qué trataba de gritar? ¿Y por qué el grito se le ahogaba en la garganta? ¿Habría visto también él a esos misteriosos niños? Ahora todo era silencio… y la puerta cedió ante los empujones frenéticos y aterrados de Stephen.</div>
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Sobre la mesa del estudio del señor Abney se encontraron ciertos papeles que aclararon la situación a Stephen cuando tuvo edad para comprenderlos. Los conceptos más destacados eran los siguientes:</div>
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«Era una creencia fuertemente arraigada entre los antiguos, en cuya experiencia en estos asuntos confío plenamente pues la pude comprobar por mí mismo, que si se llevan a cabo ciertos procedimientos que a nosotros los modernos nos resultan algo brutales, se alcanza un fascinante conocimiento de las propias facultades espirituales. Por ejemplo, si un individuo absorbe la esencia personal de cierto número de sus congéneres, puede lograr un completo poder sobre las órdenes de seres espirituales que controlan las fuerzas elementales del universo.</div>
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»Está registrado que Simon Magus podía volar por los aires, tornarse invisible o tomar la forma que desease con la “ayuda” del alma de un joven al cual, según la expresión difamatoria del autor de las Clementine Recognitions, había “asesinado”. Más aún, gracias a los escritos sumamente detallados de Hermes Trismegistus he descubierto que se puede llegar a resultados igualmente felices por medio de la absorción de los corazones de tres seres humanos menores de 21 años. He dedicado los últimos 20 años de mi vida, en su mayoría, a comprobar la veracidad de dicha fórmula, eligiendo como corpora vilia de mi experimento a personas cuya ausencia no ocasionara una pérdida sensible a la sociedad. Di el primer paso al eliminar a Phoebe Stanley, una niña de extracción gitana, el 24 de marzo de 1792. El segundo fue un jovenzuelo italiano errante llamado Giovanni Paoli, la noche del 23 de marzo de 1805. La última “víctima”, para emplear un término que me resulta sumamente repugnante, ha de ser mi primo Stephen Elliott. Le he asignado la fecha del 24 de marzo de 1812.</div>
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<br /></div>
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»El método más adecuado para lograr la absorción es arrancarle el corazón en vida, reducirlo a cenizas y mezclarlo con medio litro de vino tinto, preferentemente Oporto. Es conveniente ocultar los cadáveres de los dos primeros individuos: un cuarto de baño en desuso o una bodega de vinos será lo más apropiado para tal fin. Es posible que la parte psíquica de fantasma, cause ciertas molestias. Pero un hombre de temperamento filosófico –el único tipo de hombre apto para estos experimentos– será poco proclive a dar importancia a los débiles esfuerzos de estos seres en su intento de vengarse de él. Me causa una enorme satisfacción poder vislumbrar ya la existencia tan prolongada y libre que me proporcionará el experimento, si es exitoso; no sólo me colocará lejos del alcance de la (supuesta) justicia humana, sino que también eliminará casi por completo la posibilidad de que me alcance la muerte misma.»</div>
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El señor Abney yacía sobre su silla, con la cabeza echada hacia atrás y el rostro transfigurado por la furia, el temor y el dolor mortal. El lado izquierdo de su cuerpo había sufrido una herida lacerante, a corazón abierto. No había sangre en sus manos, y sobre la mesa se veía un cuchillo largo totalmente limpio. Tal vez había sido una fiera salvaje la causante de sus heridas. La ventana del estudio se encontraba abierta y el médico forense opinó que el señor Abney había encontrado la muerte bajo las garras de una criatura salvaje. Pero cuando Stephen Elliott examinó los papeles que ya hemos mencionado llegó a una conclusión muy diferente.</div>
Martín Rondinahttp://www.blogger.com/profile/07042386397707757311noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8713830356491950677.post-54873209748989310492017-06-02T12:59:00.001-03:002017-06-02T12:59:19.348-03:00El Hobbit - J.R.R Tolkien<div style="text-align: justify;">
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://2.bp.blogspot.com/-wd2kj8OH9Lk/WTGIgt-ZUbI/AAAAAAAAB7U/MEZJCl7GnxsEfCRuD76Nvkqsj-IWoUvlwCLcB/s1600/41aQPTCmeVL._SY344_BO1%252C204%252C203%252C200_.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="346" data-original-width="231" height="200" src="https://2.bp.blogspot.com/-wd2kj8OH9Lk/WTGIgt-ZUbI/AAAAAAAAB7U/MEZJCl7GnxsEfCRuD76Nvkqsj-IWoUvlwCLcB/s200/41aQPTCmeVL._SY344_BO1%252C204%252C203%252C200_.jpg" width="133" /></a></div>
<br />
<b>Autor: </b>J.R.R Tolkien<br />
<b>Nombre: </b>El Hobbit<br />
<b>Paginas: </b>288<br />
<b>Género: </b>Fantasía<br />
<br />
Si hay algo asegurado al tomar un libro de Tolkien, es que nos sumergiremos en un mundo fantástico que nos hará vivir una aventura sin igual, lleno de experiencias únicas, personajes entrañables y un sinfín de desafíos por delante.</div>
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<br /></div>
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En la historia conoceremos a Bilbo Bolsón, habitante de <i>Hobbiton</i>, una bonita aldea donde el pasto siempre es verde y el sol brilla como nunca. Allí viven los <i>Hobbits</i>, unos seres más pequeños que los humanos, muy pacíficos que les gusta disfrutar de la vida, cuidar su dinero y fumar en sus pipas.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Bilbo vivía tranquilamente en Bolsón Cerrado, hasta que un día pasa por delante de su casa el gran mago <i>Gandalf. </i>Quien le comenta al hobbit, que esta a punto de embarcarse en una misión junto a un grupo de enanos y su líder <i>Thorin, escudo de roble</i>, pero les está faltando un miembro para completarse, un <i>saqueador</i>. El mago le propone a Bilbo unirse a ellos y formar parte de esta expedición, aunque el hobbit se niega rotundamente. Pero lo que no se imagina el pequeño ser, es que por causas inesperadas, Bilbo terminará siendo parte de esta aventura sin poder evitarlo.</div>
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<br /></div>
</div>
<div style="text-align: justify;">
Si nunca has leído a Tolkien, te recomiendo que esta sea tu primera historia, es un libro con una lectura amena y llevadera, no es muy extenso pero cada palabra es un deleite, la narración de Tolkien es de las mejores que he leído y queda demostrado en estas páginas. La construcción de los personajes es excelente, tanto su personalidad, como su aspecto, teniendo todos un rol significativo en la historia, haciendo que nos encariñemos con algunos y odiemos a otros. Los escenarios con los que nos encontraremos harán que nuestra imaginación vuele y nos hará sentir que estamos ahí mismo aventurándonos junto al Hobbit y sus amigos. No hay relleno, ni elementos incongruentes, es fantasía en estado puro y de la más alta calidad. Lo recomiendo leer antes de El Señor de los Anillos porque enriquece la historia de esta trilogía.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<b>Calificación: 5/5</b></div>
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<b><br /></b></div>
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<b>Video-Reseña:</b></div>
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<b><br /></b></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<iframe width="320" height="266" class="YOUTUBE-iframe-video" data-thumbnail-src="https://i.ytimg.com/vi/k5KwfvS9sOc/0.jpg" src="https://www.youtube.com/embed/k5KwfvS9sOc?feature=player_embedded" frameborder="0" allowfullscreen></iframe></div>
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<b><br /></b></div>
Martín Rondinahttp://www.blogger.com/profile/07042386397707757311noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8713830356491950677.post-87680218580159263712017-03-11T10:57:00.000-03:002017-03-11T10:57:35.711-03:00Fabricantes de Vampiros - Alberto Laiseca (reseña+relato)<div style="text-align: justify;">
Hola mis estimados lectores del blog! hoy les voy a dejar la video-reseña y el <i>relato completo</i> del escritor argentino, <b>Alberto Laiseca</b>. Espero que les guste, me ha parecido un cuento excelente que nos hace delirar por completo con estos seres tan extraños y particulares que esconden más de un secreto de lo más siniestro.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://4.bp.blogspot.com/-IfOtOUs8aYQ/WMP-SVbyA5I/AAAAAAAAB54/ecKyyLGarLcNe01emaNRRmJw7-zM5n78gCLcB/s1600/a-laisec.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" height="195" src="https://4.bp.blogspot.com/-IfOtOUs8aYQ/WMP-SVbyA5I/AAAAAAAAB54/ecKyyLGarLcNe01emaNRRmJw7-zM5n78gCLcB/s320/a-laisec.jpg" width="320" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">Alberto Laiseca, escritor argentino, creador de numerosas obras y la destacada "Los Sorias"</td></tr>
</tbody></table>
<br /><div style="text-align: center;">
<b><u>Reseña: "Fabricantes de Vampiros"</u></b></div>
<div style="text-align: center;">
<b><u><br /></u></b></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<iframe width="320" height="266" class="YOUTUBE-iframe-video" data-thumbnail-src="https://i.ytimg.com/vi/UBYFoh2Dosw/0.jpg" src="https://www.youtube.com/embed/UBYFoh2Dosw?feature=player_embedded" frameborder="0" allowfullscreen></iframe></div>
<div style="text-align: center;">
<b><u><br /></u></b></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: center;">
<u style="font-weight: bold;">Relato Completo: Fabricantes de Vampiros</u> por <i>Alberto Laiseca</i></div>
<div style="text-align: center;">
<br /></div>
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Recorrían los caminos y los pequeños pueblos de la Alemania medieval. Eran tres: Severo, Angélico y Piadoso. Poseían dos carromatos que contaban con todos los elementos de su oficio. Allí también comían y dormían. Estos vehículos ostentaban carteles en su parte externa que decían: «Doctores en vampirismo», «Destructores de muertos que caminan, chupasangres y devoradores de carne humana». Pero con ellos ocurrían cosas raras, que movían a la suspicacia. En aldeas tranquilas, donde jamás ocurría cosa alguna, no bien llegaban los siniestros carromatos, se producía una ola de vampirismo. Chicas jóvenes eran encontradas desnudas, en sus camas, y sin una gota de sangre. Heridas en el cuello, que bien podrían ser producidas por dientes, o por cualquier otra cosa. Unos pocos hombres se encontraban en las mismas condiciones. Muy pocos hombres.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Como es natural, los aldeanos, muertos de miedo, llamaban a los «doctores» para el examen de los cadáveres. El diagnóstico era siempre el mismo: vampirismo. Y debía procederse de inmediato antes de que la enfermedad se propagase: estacas en el corazón, cortada de cabezas y llenar la boca del muerto (o de la muerta) con ajo. Curiosamente, las hijas de los muy ricos sobrevivían. También heridas en los cuellos y debilitadísimas, pero vivas. Cuando despertaban de sus desvanecimientos, sostenían haber sido violadas y dolorosísimamente mordidas por demonios horribles.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Los afligidos padres ofrecían fortunas a los «doctores» para que, mediante exorcismos, preservasen a sus niñas de nuevos ataques. En un latín que ellos llamaban «arcaico» (ni el cura lo entendía), trazaban sobre las víctimas lo que denominaban «un arco de luz y protección». Debía de ser todo cierto, pese al aire de charlatanería, puesto que las chicas no volvían a ser molestadas y, en poco tiempo, se recuperaban de la pérdida de sangre. El secreto de los «doctores» era muy sencillo. Habían inventado una larga y gorda jeringa de cobre, con émbolo del mismo material. Le adosaban una aguja también de cobre, con punta muy filosa y cortada en bisel. Esta última era demasiado gruesa como para insertarla en la vena, de modo que previamente se abrían paso con un cuchillo, pero tajeando con poca profundidad. Luego de desnudar a la víctima y violarla varias veces, procedían a sacarle litros y litros de sangre con la gigantesca jeringa. El líquido extraído se guardaba en grandes frascos que se cerraban de manera bastante hermética.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Seguramente practicaban, además, hipnotismo casero, alguna droga de esas que distorsionan la percepción, sumado esto a un chapuceo incomprensible en mal latín y disfraces de diablos cornudos. Las supersticiones de la época hacían el resto.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Si alguna chica violada sobrevivía (algunas debían hacerlo, puesto que, como dijimos, ello era parte del negocio), ella juraba haber sido poseída por el Príncipe de las Tinieblas en persona. Y lo peor es que se lo creía.</div>
<div style="text-align: justify;">
Con mucha frecuencia, a causa de estos contactos ilícitos, nacía un niño o una niña. El destino de estos desdichados era terrible: quieras que no, eran arrancados de los brazos de sus madres, y de las leches de sus pobres tetas, y quemados vivos.</div>
<div style="text-align: justify;">
Pero después de un mes de jolgorio —violaciones, dinero mal habido y asesinatos—, por supersticiosos que fuesen los aldeanos, ya muchos se empezaban a preguntar cómo, en un lugar tan tranquilo, todos los demonios se habían desatado justo con la llegada de los «doctores» Severo, Angélico y Piadoso.</div>
<div style="text-align: justify;">
Claro que ellos ya tenían preparada su obra maestra y despedida. Dijeron que el monstruo estaba presto para descargarse. La llegada de los «doctores» lo aterrorizó haciéndolo salir antes de tiempo. Ellos, con sus poderes, averiguarían en quién se había camuflado el maldito.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Para ello eligieron a una pobre vieja, medio loca y sin familia, que vivía en una cueva.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—¡Aquí! ¡Aquíííí…! ¡Aquí está el mal encarnado! —gritaron los tres benefactores.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
A una orden de Severo, la anciana fue desnudada («Porque el demonio puede esconderse en un pedazo de ropa»). La ataron sobre una mesa formando una equis. La viejita protestaba débilmente. No entendía el porqué de tanta severidad para con ella. Estaba loca, sí, pero jamás le había hecho daño a nadie. Siempre por orden de Severo, Angélico y Piadoso, penetraron con sendas agujas de hierro los pezones de la pobre vieja. Pero sus alaridos no duraron demasiado: con dos fuertes enviones atravesaron la totalidad de los mustios pechos y llegaron al corazón. Dijeron que, en esa aldea al menos, habían cumplido con su deber. Subieron a los carromatos y partieron raudos antes de que los demás pudieran arrepentirse de su pasividad.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Por algo Severo era el jefe. De lejos el más inteligente de todos, no ignoraba que en esa oportunidad casi los pescaron. Todo había salido bien —en tal sentido la vieja fue providencial—, pero gracias a una enorme dosis de buena suerte. «La próxima vez no sé qué tal nos va a ir», razonó Severo y así se los dijo a sus ayudantes.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—¡Pero, Maestro! —protestaron Angélico y Piadoso—. ¿De qué vamos a vivir?</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—No sé. De otra cosa. Debemos reformarnos y cambiar de vida. Este solo propósito de enmienda ya me hace sentir más bueno. Y por favor: recuerden siempre que el cielo ayuda a los suyos.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Reformarse era, pues, cosa decidida. Ahora bien, ¿la bondad cómo? ¿Qué camino, qué orientación le darían a la recién adquirida bondad?</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Lo mejor será fabricar un prostíbulo de chicas zombis.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Los otros se asombraron.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Pero, Maestro… —protestó Piadoso débilmente—. Tengo entendido que la zombi no nace: se hace. ¿Usted sabe hacerlas?</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Por supuesto. En mis viajes por Italia visité Florencia. ¡Ah!, ésa sí que es una ciudad civilizada. Son los primeros en pintura, arquitectura, suplicios. Pero antes que nada dejen que les hable de las virtudes de la zombi por sobre cualquier otra mujer. Son trabajadoras inagotables, a quienes además se puede morder y pegar. Siempre sonríen y jamás protestan, cosa que las hace invalorables para cualquier cliente. Muchos terminan casándose con ellas. Nosotros lo permitiremos. Por un cierto y adecuado precio, claro está. Muchos hombres de vidas confusas han logrado paz, encarrilamiento y fe gracias a estas chicas. Incluso es un bien para ellas mismas, puesto que son liberadas de la tarea de pensar. Sus vidas se ordenan mediante la obediencia absoluta. Leo en sus caras la gran pregunta: «¿cómo?». En efecto: ¿cómo se logra este acto de alquimia?, muy sencillo. Mis amigos y maestros florentinos han inventado para los más difíciles interrogatorios un recurso magnífico. Lo llaman «el sueño italiano».</div>
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<br /></div>
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»La Inquisición hace ya mucho tiempo que sabe que de un detenido o detenida se puede obtener cualquier confesión mediante el muy simple medio de arrancarle las uñas o la totalidad de los dientes y muelas, uno por uno. Para los casos más grandes de reticencia, se procede a la introducción de un hierro candente en la vagina o en el ano. Pero así el paciente queda definitivamente deteriorado, se convence del todo de su error e incluso incurre en el mal gusto de morirse.</div>
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»Nada de esto, por lo general, ocurre con «el sueño italiano». Consiste en un alto cilindro que se abre longitudinalmente. Adentro está lleno de pinchos filosos, pero ha sido calculado para que no toquen a la víctima si ésta se queda quietita. A la chica, sea un ejemplo, se la mete desnuda y luego se cierran las dos mitades. Ya dijimos que si te quedas de pie, sin moverte, los filosos pinchos no te pinchan. Pero este estado de absoluta quietud no es natural. Todo en uno tiende a la movilidad y al jolgorio. Además alguna vez hay que dormir. Muslos, piernas, trasero, espaldas y pechos sufren dolores agudísimos que se van acentuando con el paso de los días. Algunas chicas sufren accidentes. Son las no aptas para la zombificación. Pero eso está previsto y siempre se puede hacer algo con ellas. Nuestros amigos habían juntado bastante dinero en sus correrías. Por otro lado, Severo resultó enemigo de las expansiones. Avaro, en realidad, y el que mandaba era él. De modo que compraron un buen trozo de tierra en las afueras de cierta aldea y mucha madera. Contrataron gente para levantar el Castillo del Placer. Éste iba a ser el prostíbulo de las zombis, naturalmente. Aquélla era una construcción altísima, contrahecha y que, si no se venía abajo, era gracias a la superabundancia de clavos. Resultaba una suerte de megalomanía idiota. Siempre en el interior del predio, pero en las afueras del castillo, cavaron un misterioso pozo de treinta metros de hondo.</div>
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En realidad, la fabricación de zombis costó mucho más de lo que se creía en un principio. Por de pronto muchas chicas se volvían locas con el encierro: falta de descanso, claustrofobia, histeria, a punto tal que ellas mismas se largaban contra los pinchos buscando la muerte. Las que no lo conseguían salían tan deterioradas que ya no podían interesar a hombre alguno. Pero tanto muertas como piltrafitas pateables eran aprovechadas por el ingenio de Severo, quien siempre les encontraba utilidad. Inventó lo que él llamó «El guiso de los doctores». Cortaban pechos y caderas en pequeños cubos y de todo ello salía una comida exquisita. El resto no aprovechable de las muertitas iba a parar al pozo, juntamente con grandes bloques de cal viva. También había triunfos, naturalmente. Unas pocas chicas salían del encierro totalmente bobas y listas para trabajar. Fieles a sus costumbres, los tres inseparables las hicieron suyas durante varios días antes de entregarlas a las fieras.</div>
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Al principio el negocio marchó muy bien. Los clientes estaban encantados con esas muchachas tan raras y sometidas, que no protestaban les hiciesen lo que les hicieran. El problema empezó al año más o menos, cuando la totalidad de los aldeanos (hombres y mujeres) contrajo la sífilis. Desesperación y furia. Entonces tuvo lugar una escena que hemos visto muchas veces en el cine con las películas basadas en la historia del doctor Víctor Frankenstein. Una noche los furiosos aldeanos salieron todos juntos, empuñando antorchas y horquillas, y el Castillo del Placer ardió por los cuatro costados. Las zombis serían muertas que caminan, si a usted se le antoja, pero era cosa de oír cómo gritaban.</div>
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En realidad los aldeanos fueron bastante injustos. De la sífilis no podían culparse más que a sí mismos por ir a un prostíbulo. Buscaron a los «doctores» por todos lados con el objeto de enterrarlos vivos, pero hasta eso había sido previsto por nuestro genio Severo: un túnel secreto y larguísimo llegaba hasta las afueras de la aldea y allí los esperaban los carromatos.</div>
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—Maestro, Maestro… —dijo Piadoso muy compungido y luego que se hubieron puesto en seguridad—, ya ve que es inútil querer reformarse. Uno está marcado y no lo dejan.</div>
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—Es cierto —homologó Severo.</div>
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—Ahora yo digo, no, se me ocurre —terció Angélico—, ¿y si fundamos una posada, donde el plato fuerte sea «El guiso de los doctores»?</div>
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—La idea no es mala, en principio —comentó Severo—. Pero el problema es siempre el mismo: no es fácil conseguir materia prima.</div>
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Pero Angélico no aflojaba así nomás.</div>
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—¿Y si nos casamos y tenemos muchos hijos?</div>
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—Nooo: la demanda siempre va a superar, con mucho, a la oferta —dijo Severo—. Además habría problemas con las madres: siempre se encariñan con la cría, etcétera.</div>
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Piadoso preguntó:</div>
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—¿Y si fundamos un asilo de huérfanos?</div>
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—Tampoco —desaprobó Severo—. Los huérfanos nunca son tantos y además hay mucha vigilancia. No. Imposible. Mucho me temo que nos veremos obligados, nuevamente, a ser doctores en vampirismo.</div>
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Y así lo hicieron, los tres, aunque desilusionados y bajo protesta.</div>
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Ésta fue la manera como, luego de muchas y productivas aventuras, cuatro años más tarde nuestros bienaventurados monstruos llegaron a una aldea de Baviera. Los aldeanos eran raros, casi no hablaban y estaban poseídos por el temor. Les extrañó mucho que después de vaciar a las primeras chicas nadie viniese a consultarlos. Ni siquiera los padres de vampirizadas ricas.</div>
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<br /></div>
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—Aquí las chicas son muy lindas —comentó Severo—, pero mucho más interesante es el dinero. Si siguen sin pedirnos ayuda, en cuatro días nos vamos.</div>
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Esa noche dieron con una víctima lindísima. No parecía una suicida. Más bien semejaba una idiota bien dispuesta. Se desnudó sola, sin necesidad de que le arrancasen la ropa. Sólo dijo:</div>
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—No me lastimen, por favor.</div>
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Transmitía una onda increíblemente erótica.</div>
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Empezaron. Pero mientras más se lo hacían, más necesitaban hacérselo.</div>
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Mucho más tarde descubrieron que nadie, ningún hombre, puede tener tantas relaciones seguidas con una mujer. Estaban tirados en el piso, sin una gota de energía. No podían moverse. Indefensos por completo.</div>
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<br /></div>
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Ella se les rio en la cara y les dijo:</div>
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<br /></div>
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—Aldeanos supersticiosos, ¿cierto? ¿Saben por qué aquí nadie les pidió ayuda? Porque sabían que iba a ser inútil. Después de todo los felicito: vivieron varios años sacando partido de la leyenda. Pero siempre llega la hora de pagar.</div>
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<br /></div>
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Estaba muy enojada. Que no creyeran y además se burlaran lo tomó como una falta de respeto. «Pecadillos» como zombis y guisos la tenían sin cuidado. No era lo suyo.</div>
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<br /></div>
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Sí. Ella era una «leyenda» con muchos caninos, felinos y molares. Chiste esquizofrénico. En realidad, quisimos señalar su boca dotada de incontables dientes. Hasta un cocodrilo se habría asustado. Con lentitud, casi con delicadeza, los mató a los tres</div>
Martín Rondinahttp://www.blogger.com/profile/07042386397707757311noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8713830356491950677.post-65654242699721962002017-03-05T20:18:00.000-03:002017-03-05T20:18:33.798-03:00Dragón Rojo - Thomas Harris<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://3.bp.blogspot.com/-3fJOddvDFJ0/WLyas6Dv9PI/AAAAAAAAB5o/m8tCM5KSRsUMv7xsEeHOh40Et36zT3KiwCLcB/s1600/dhg2sn.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="200" src="https://3.bp.blogspot.com/-3fJOddvDFJ0/WLyas6Dv9PI/AAAAAAAAB5o/m8tCM5KSRsUMv7xsEeHOh40Et36zT3KiwCLcB/s200/dhg2sn.jpg" width="133" /></a></div>
<br />
<b>Nombre: </b>Dragón Rojo<br />
<b>Autor: </b>Thomas Harris<br />
<b>Genero: </b>Suspenso / Thriller<br />
<b>Paginas: </b>448<br />
<br />
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<b><u>Reseña</u></b></div>
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<b><u><br /></u></b></div>
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En la novela vamos a conocer a un detective retirado del FBI llamado Will Graham. Él se encuentra en su hogar disfrutando su retiro junto a su familia disfrutando la paz que esto conlleva, alejado de peligros y riesgos. Hasta que un día llega uno de sus ex compañeros, llamado Jack Crawford, Él su encuentra desesperado y por eso recurre a Will, pidiéndole que lo ayude, debido a que dos familias en los Estados Unidos han sido asesinadas de forma brutal, la Policia junto con el FBI no pueden resolver este crimen, no tienen pistas, indicios y la investigación se encuentra sin pies ni cabeza. Por eso, su antiguo compañero, Jack Crawford, decide contar con la ayuda de Will por última vez, para resolver estos desesperantes crímenes. </div>
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<br /></div>
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Es el primer libro que leo de Thomas Harris y la verdad es que he quedado encantado con el autor. Su narrativa es limpia, prolija y sumamente interesante, nos sume en la historia rapidamente y detalla todos los sucesos con una excelente descripcion e información que no se hace para nada pesada e inconclusa. Destaco del autor que es capaz de contarnos varias cosas a la vez, hacer el paralelismo en las historias y hacer el libro completamente llevadero. Es un thriller, en mi opinión, excelente, no le encontré puntos negativos en ninguna parte. Lo recomiendo para aquellos que deseen leer una buena novela de suspenso, bien escrita y con un argumento que nos hará exprimir el cerebro hasta el último minuto.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<b>Calificación: 5/5</b></div>
<div style="text-align: justify;">
<b><br /></b></div>
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<b><u>Video Reseña</u></b></div>
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<b><u><br /></u></b></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<iframe width="320" height="266" class="YOUTUBE-iframe-video" data-thumbnail-src="https://i.ytimg.com/vi/Lrbs7KE2J38/0.jpg" src="https://www.youtube.com/embed/Lrbs7KE2J38?feature=player_embedded" frameborder="0" allowfullscreen></iframe></div>
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<b><u><br /></u></b></div>
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<b><u><br /></u></b></div>
Martín Rondinahttp://www.blogger.com/profile/07042386397707757311noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8713830356491950677.post-70560485622698655112017-01-01T17:24:00.000-03:002017-03-05T23:43:09.465-03:00El Descenso - Jeff Long <div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://4.bp.blogspot.com/--oHoJ5pBMu0/WGlj1DYR--I/AAAAAAAAB44/nFVfGHdaxG4uUBxZDW_oDpVyEsjzOjFIACLcB/s1600/descenso.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="200" src="https://4.bp.blogspot.com/--oHoJ5pBMu0/WGlj1DYR--I/AAAAAAAAB44/nFVfGHdaxG4uUBxZDW_oDpVyEsjzOjFIACLcB/s200/descenso.jpg" width="136" /></a></div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<b>Nombre: </b>El Descenso</div>
<div style="text-align: justify;">
<b>Autor: </b>Jeff Long</div>
<div style="text-align: justify;">
<b>Páginas: </b>500</div>
<div style="text-align: justify;">
<b>Género: </b>Ciencia Ficción</div>
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<br /></div>
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<i>El Descenso</i> es un libro que nos va a narrar como el mundo entero descubre que hay unos seres que habitan dentro de La Tierra, quienes al parecer tienen intenciones muy hostiles con la raza humana. La población mundial se da cuenta de esto debido a que comienzan a suceder casos aislados en varios puntos diferentes del mapa. Los gobiernos y las fuerzas armadas deciden iniciar una exploración al subplaneta para poder comprender mejor esta situación, quiénes son estos seres que habitan en el interior y qué es lo que quieren.</div>
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<br /></div>
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El libro está dividido en tres partes, la primera es la presentación del conflicto y de los protagonistas, la novela los ira describiendo uno por uno en capítulos separados. La segunda parte es la convergencia de todos ellos y por ultimo, la tercera parte es la resolución de la trama principal.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<b>Opinión personal:</b> el libro me genero varias sensaciones distintas. El inicio de la historia me parece sumamente atrapante, de hecho un excelente comienzo que te dan ganas de leer más y más. Pero está sensación me duró solo las primeras treinta páginas, ya que después la novela cambia por completo su esencia. Lo que en un principio parecía ser una prometedora historia de terror se convierte en una novela de ciencia ficción, y no necesariamente de las mejores. Desde mi punto de vista, la novela empieza a decaer a partir de este punto. La narrativa del libro se me hizo innecesariamente cargada, los capítulos extensos, sin fuerza, que terminan aburriendo. Ni hablar de los personajes, el autor los presenta uno por uno en capítulos distintos, pero ninguno de ellos me pareció un personaje bien delineado, todos me resultaron intrascendentes, sin personalidad, los diálogos dentro de libro son monosilábicos, sin ningún carisma, todos directo al olvido.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Si hablamos de los personajes secundarios, lo mismo. Un equipo elite de Marines que tienen la misma valentía que un niño de 5 años. Científicos expertos en la materia, los mejores del país, que solo realizan conjeturas estúpidas y suposiciones sin ningún tipo de fundamento o lógica. El diálogo entre ellos roza lo absurdo y lo hace todo muy poco creíble, gracioso por momentos. </div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La escritura de libro, por momentos me pareció desprolija, hay situaciones y hechos que suceden de forma "inexplicable", forzadas por el autor para que encajen. Luego del comienzo, que realmente me pareció muy bueno y prometedor, todo se empieza a diluir, los capítulos se hacen largos y poco interesantes, la historia se va para cualquier lado, el autor quizo hacer una gran ensalada de elementos y cosas que no encajaban, a veces parecia un libro de Tom Clancy, en otras repentinamente un Codigo Da Vinci o un "Viaje al centro de la tierra" de Julio Verne, todo se me hizo innesesario, creo que si hubiese seguido una linea principal con algunas variaciones hubiese sido más interesante.</div>
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<br /></div>
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Por la información que hay sobre Jeff Long, es un hombre que está relacionado con el montañismo, se nota que el autor tiene conocimiento del tema y lo aplicó en el libro, pero sentí que lo único que hizo fue volcar sobre la novela, artículos y artículos sobre la materia, con términos, conceptos y teorías sobre la geología que realmente hacían el libro aun mas pesado. ¿Cómo puede ser que personas comunes y corrientes que no sepan de estas cosas, comprendan la capacidad lumínica de las rocas, la capa de basalto y términos realmente específicos? todo me pareció demasiado forzado para tratar de darle sentido a la trama. Considero que el autor tuvo una idea muy interesante en las manos, pero que no la supo aplicar y volcó todo, absolutamente todo creando un mix de elementos y argumentos que desde el inicio no deja bien en claro hacia donde quiere ir Jeff Long con la historia.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El libro no me gustó, lo leí porque he escuchado tantas referencias del mismo, y al no haber mucha información al respecto creo que hay un misterio sobre él, muchos lo catalogan como un excelente libro de horror. Habiendo leído bastante terror, este libro no pertenece al género, a mi forma de pensar, es un libro de ciencia ficción, que a mi parecer hubiese sido mejor si la historia se ejecutaba desde otra perspectiva.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El final: Me pareció completamente absurdo.<br />
<br />
<b>Calificación: 2/5</b></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
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<div style="text-align: center;">
<b><u>Video Reseña</u></b></div>
</div>
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<b><u><br /></u></b></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<iframe allowfullscreen="" class="YOUTUBE-iframe-video" data-thumbnail-src="https://i.ytimg.com/vi/z8TWVwSVq_A/0.jpg" frameborder="0" height="266" src="https://www.youtube.com/embed/z8TWVwSVq_A?feature=player_embedded" width="320"></iframe></div>
<div style="text-align: justify;">
<b><u><br /></u></b></div>
Martín Rondinahttp://www.blogger.com/profile/07042386397707757311noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8713830356491950677.post-3411051533425961562016-11-30T01:37:00.000-03:002017-01-01T17:22:09.485-03:00TR3S - Ted Dekker (Reseña)<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://4.bp.blogspot.com/-HivOvzniUWQ/WGlkeYNWCDI/AAAAAAAAB48/Cssp-xJJFEkAoktqaY0hWE-RXClgJFLzACLcB/s1600/01.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="200" src="https://4.bp.blogspot.com/-HivOvzniUWQ/WGlkeYNWCDI/AAAAAAAAB48/Cssp-xJJFEkAoktqaY0hWE-RXClgJFLzACLcB/s200/01.jpg" width="125" /></a></div>
<br />
<b>Nombre: </b>TR3S<br />
<b>Autor: </b>Ted Dekker<br />
<b>Páginas: </b>398<br />
<b>Género: </b>Thriller<br />
<br />
Hola lectores del blog, hoy les voy a estar reseñando y contando mi opinión sobre mi última lectura, <i><b>"Tr3s" </b></i>del escritor <b>Ted Dekker.</b><br />
<b><br /></b>
<b><u>Reseña:</u></b><br />
<br />
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En esta historia conoceremos a Kevin, un joven aprendiz de clérigo, que se encuentra en el Instituto realizando sus estudios regulares. Él lleva una vida ordenada, es un muchacho tranquilo, educado y de buenos modales. Nunca había tenido problemas con nadie, hasta que un día saliendo de la academia se sube a su auto para regresar a casa, en ese momento recibe un llamado a su teléfono celular. Numero desconocido, Kevin se sorprende porque nadie, excepto un amigo suyo tenia su numero. Entre nervios y curiosidad decide atender el llamado, una voz misteriosa, grave y susurrante es la que responde del otro lado, un sujeto que se hace llamar Slater, le advierte a Kevin que si no llama al periódico local y confiesa <i>su</i> pecado, en tres minutos el auto explotaría en mil pedazos. A partir de este momento comienza la peor pesadilla de Kevin, este sujeto lo acosará permanentemente anunciándole acertijos y adivinanzas a resolver, si no lo hace se producirán aun mas y peores muertes.</div>
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<u><br /></u></div>
<div style="text-align: justify;">
<b><u>Opinión Personal:</u></b></div>
<div style="text-align: justify;">
<b><br /></b></div>
<div style="text-align: justify;">
Un thriller psicológico fresco, me gustó muchísimo. La historia me enganchó desde las primeras páginas y ya no podia soltarla. Su lectura es bastante ágil y la forma de narrar de Ted Dekker me resultó muy agradable. Los giros argumentales que tiene el libro lo hacen sumamente entretenido, que no sea demasiado lineal, cosa que en otros thrillers suceden y hacen que se pierda el misterio de saber que va a suceder. No hay elementos de relleno que sumen paginas y nada a la historia, va directo como una flecha, con giros y personajes que se iran presentando que hace que el libro tenga un gran ritmo. Lo recomiendo a todos aquellos que estén interesados en leer algo del autor, creo que es una excelente obra para comenzar con él.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<b><u>Calificacion: </u>5/5</b></div>
<div style="text-align: justify;">
<b><br /></b></div>
<div style="text-align: center;">
<b><u>VIDEO RESEÑA</u></b></div>
<div style="text-align: center;">
<b><u><br /></u></b></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<iframe allowfullscreen="" class="YOUTUBE-iframe-video" data-thumbnail-src="https://i.ytimg.com/vi/kAsYY7B2N4E/0.jpg" frameborder="0" height="266" src="https://www.youtube.com/embed/kAsYY7B2N4E?feature=player_embedded" width="320"></iframe></div>
<div style="text-align: center;">
<b><u><br /></u></b></div>
Martín Rondinahttp://www.blogger.com/profile/07042386397707757311noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8713830356491950677.post-81015081661216934632016-11-23T17:22:00.000-03:002016-11-23T17:22:29.196-03:00El tren de la medianoche - Alfred Noyes (Reseña y relato completo)<div style="text-align: justify;">
Hola lectores del blog! hoy les voy a dejar la video reseña del relato de terror escrito por <b>Alfred Noyes</b> titulado <i>"El tren de la medianoche"</i>. Además les voy a estar dejando el relato completo para que lo disfruten.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<b><u>Video-Reseña</u></b></div>
<div style="text-align: justify;">
<b><u><br /></u></b></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<iframe width="320" height="266" class="YOUTUBE-iframe-video" data-thumbnail-src="https://i.ytimg.com/vi/7121ZqE23a8/0.jpg" src="https://www.youtube.com/embed/7121ZqE23a8?feature=player_embedded" frameborder="0" allowfullscreen></iframe></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<br />
<div style="text-align: center;">
<b><u>El tren de la medianoche - Alfred Noyes</u></b></div>
<br /><div style="text-align: justify;">
Era un libro antiguo, empastado en tela roja, lo había encontrado, a los doce años, en la biblioteca de su padre, en uno de los estantes superiores, y contra todas las reglas, lo había llevado a su habitación para leerlo a la luz de una vela, mientras el resto de la vieja casa isabelina, llena de crujidos, se hundía en la oscuridad. Así había sido siempre la escena para Mortimer. Era su habitación una pequeña alcoba aislada, en la que la luz de dos cabos de vela robados ahuyentaba las tinieblas que habían invadido el sueño de los otros. Entonces, a diferencia de ellos, sus mayores, sentía vivir cada fibra y cada nervio de su joven cerebro con una intensidad especial. El tic-tac del reloj de la planta baja, el latido de su propio corazón, todo eso lo llenaba de un sentimiento de profundo misterio.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El antiguo libro ejercía sobre él una rara fascinación, si bien nunca logró captar con exactitud el sentido de la historia. El tren de medianoche era el título del libro, y había en la página quince un grabado insoportable para el niño. Lo horrorizaba. El pequeño Mortimer no había entendido nunca por qué la imagen le producía esa impresión. Ciertamente era un niño imaginativo, pero de ningún modo enfermo. Y pasaba la página quince como había pasado antes los rincones de la escalera, cuando aún no tenía seis años, o como el personaje del Viejo marinero, que, tras de haber mirado una sola vez en torno suyo el camino desierto, sigue su marcha sin volver jamás la cabeza. Aparentemente no había en la imagen nada que pudiera justificar ese pavor obsesivo. La penumbra que bañaba la imagen: eso era lo más impresionante. Mostraba el andén de una estación ferroviaria desierta, iluminado por la luz de una bombilla; un andén desierto que sugería un empalme perdido en una región aislada. No había sino una silueta en el andén: la silueta oscurísima de un hombre a pie a unos cuantos pasos de la bombilla, con el rostro invisible, vuelto hacia la negra boca de un túnel que, por alguna secreta razón, sumergía al niño en un abismo de terror. El hombre parecía escuchar. Tenía la actitud de un hombre en tensión, a la espera de algo, quizá de un drama espantoso. En lo que el niño había podido leer o entender del texto, nada había que justificara la impresión de pesadilla que evocaba la imagen. De cualquier manera, no podía resistir a la fascinación del libro, ni enfrentarse a la imagen en el silencio y la soledad de la noche. Y para no verla más, la sujetó a la página anterior con ayuda de dos alfileres largos. Después decidió leer la historia hasta el final. Pero siempre se dormía antes de llegar a la página 50; los contornos de lo que había leído la víspera se desvanecían; y a la noche siguiente comenzaba de nuevo y, una vez más, se dormía antes de llegar a la página 50.</div>
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Pasaron los años; Mortimer creció, lo olvidó todo: libro e imagen.</div>
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<br /></div>
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Sin embargo, un día llegó a encontrarse, poco antes de la medianoche, en el andén de una estación de trenes, en un empalme aislado. Y cuando el reloj de la estación dio las doce, recordó…</div>
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Recordó como un hombre que saliera de un sueño prolongado… Allí, bajo la única, siniestra luz, en el largo andén, se hallaba la silueta oscura y solitaria que ya conocía. Un hombre cuyo rostro invisible estaba vuelto hacia la negra boca del túnel. Parecía escuchar, tenso, al acecho, exactamente igual que treinta y ocho años atrás.</div>
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Pero Mortimer no sentía ya el pavor de aquel entonces. Iría hacia la silueta solitaria para desenmascararla, para ver al fin ese rostro que se le había ocultado por tanto tiempo. Caminaría con calma, hallaría un pretexto para abordar al desconocido: le preguntaría, por ejemplo, si el tren venía retrasado. Sería algo simple para un adulto actuar así. Pero sus manos estaban crispadas cuando dio el primer paso, como si también él estuviera tenso, al acecho de algo. Lentamente, preso una vez más de la obsesión de sus recuerdos, se dirigió hacia la silueta, la pasó y se volvió de súbito para abordarla. Y entonces vio… sin hablar, sin poder hablar: la silueta… era él mismo… sus ojos se toparon con… sus ojos, como un eco de burla, su propia mirada viviendo en su propio rostro pálido lo miraba… Todos los músculos de su corazón se estremecieron, como si la misma descarga los fuera a paralizar. Lo invadió una ola de pánico. Se volvió, jadeante, y luego se precipitó en una huida ciega, atravesó la sala de espera de la estación, corrió hacia el largo camino iluminado por la luna. Los alrededores parecían totalmente desiertos. La luna reflejaba sobre toda el área su propia desolación.</div>
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<br /></div>
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Se detuvo un instante y entonces oyó, como el eco de los suyos, los pasos entrecortados de un ser que lo seguía y atravesaba en ese momento la sala de espera. Después, sin sentir vergüenza, se abandonó a su angustia: empapado en sudor como una bestia acosada, echó a correr a lo largo del camino, lívido, entre dos hileras interminables de álamos fantasmas que se respondían una a la otra a través de una distancia aparentemente infinita. A un costado del camino, las aguas de un canal recto y largo reflejaban inexorablemente cada uno de los álamos. Oía resonar los pasos a su espalda. Parecían lentos, pero implacables. Más allá, cerca del camino, vio una casa blanca de ventanas oscuras y una puerta que imitaba la expresión de un rostro humano. Pensó que si llegaba a tiempo a la casa, podría encontrar abrigo, una oportunidad de escapar.</div>
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Los pasos que respondían a los suyos resonaban todavía lejanos cuando se arrojó, sofocado, contra la puerta: sacudió el picaporte, quiso abrir, pero fue en vano. No había timbre ni aldaba. Con los puños golpeó la madera hasta que le sangraron los nudillos. Al fin, oyó pisadas en el interior de la casa. Esas pisadas bajaron lentamente la escalera. Despacio, una mano tiró del cerrojo de la puerta. Una silueta alta apareció en la sombra. Tenía una vela en la mano, pero de tal manera que le resultaba difícil a Mortimer distinguir el rostro de esa silueta. Después, horrorizado, comprendió que el rostro estaba cubierto por una capucha.</div>
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<br /></div>
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No cambiaron ni una sola palabra. Mediante un gesto, la silueta lo invitó a pasar. Cuando Mortimer lo hizo, la silueta volvió a colocar el cerrojo tras de sí. Luego, invitándole de nuevo con un gesto, la silueta cruzó delante de él para subir la escalera carcomida.</div>
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Entraron en una pieza donde ardía el fuego en la chimenea. En cada lado del vestíbulo había un sillón. Y cerca de uno de ellos, una pequeña mesa de roble sobre la cual descansaba un libro antiguo, empastado en tela roja. Era como si el huésped hubiese sido esperado por mucho tiempo y todo estuviera listo para él.</div>
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La silueta señaló uno de los sillones, colocó la vela junto al libro y se retiró sin una palabra, echando el cerrojo de la puerta.</div>
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Mortimer miró la vela, que le pareció familiar. El olor de la cera derretida lo llevó de nuevo a la pequeña habitación de la casa isabelina de su infancia. Tomó el libro, temblando. Lo reconoció de inmediato, si bien hacía mucho tiempo que había olvidado la historia. Recordó de pronto la mancha de tinta sobre la página del título. Más tarde, sintió un estremecimiento al llegar a la página quince, que había prendido con alfileres, para ocultarla cuando aún era niño. Los alfileres seguían ahí. Tocó nuevamente los alfileres que sus dedos de niño asustado habían puesto en ese lugar.</div>
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Volvió a comenzar el libro. Estaba resulto a leerlo ahora hasta el final y a descubrir el significado de todo aquello. Sentía que todo estaba en esas páginas, negro sobre blanco.</div>
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El tren de medianoche era el título del libro. Y mientras leía, las cosas se aclaraban lenta, inexorablemente.</div>
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<br /></div>
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Era la historia de un hombre que en su infancia había encontrado un libro, una de cuyas imágenes lo aterrorizaba. Había crecido, perdiendo ese recuerdo. Pero una noche, sobre el andén de una estación desierta, se hallaba en la misma escena representada en la imagen; veía la silueta solitaria bajo la bombilla, y luego de reconocerla, emprendía la fuga, horrorizado. Se refugiaba en una casa al borde de la carretera; era conducido a una pieza donde lo esperaba el libro. Finalmente, se ponía a leer desde la primera hasta la última línea… Y ese libro llevaba también por título El tren de medianoche. Y era la historia de un hombre que en su infancia… Así, para siempre, al infinito. No había salida posible.</div>
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<br /></div>
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Sin embargo, cuando Mortimer encontró por tercera vez la historia de la casa junto a la carretera, una sospecha más aguda lo invadió lenta, inexorablemente. Aunque no hubiera salida, al menos podía tratar de comprender mejor los detalles del extraño círculo en el que estaba atrapado. Pero los detalles no tenían nada de particular. Existían desde siempre. Simplemente, Mortimer nunca había captado su sentido profundo. Ero era todo.</div>
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<br /></div>
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El ser misterioso e inquietante que lo había conducido por la vieja escalera… ¿quién era?</div>
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En cuanto a esto, la historia mencionaba algo que se le había escapado a Mortimer. Este bizarro anfitrión que le había dado asilo era más o menos de su misma talla. ¿Acaso también él…? ¿Era por eso que llevaba el rostro oculto?</div>
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En el momento mismo en que se planteaba esta pregunta, oyó el ruido de la llave en la puerta cerrada. El misterioso anfitrión se le acercó por las espaldas.</div>
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<br /></div>
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Ahora estaba allí, sentado frente a Mortimer, al otro lado del fuego. Con una horrible indolencia, como una mujer que se dispone a arrancarse un velo, levantó la mano para quitarse la capucha. Mortimer sabía qué rostro era ése. Pero ¿estaría muerto o vivo?</div>
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<br /></div>
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No había sino una salida, una sola. Cuando Mortimer se precipitó hacia adelante y se aferró a su atormentador, fue atrapado a su vez por la garganta con la misma fuerza brutal. Los ecos de sus gritos estrangulados se confundieron indistintamente. Y cuando se apagaron se hizo en el cuarto un silencio tal, que habrían podido oírse… el tic-tac del reloj de la planta baja, el latido de su propio corazón, la queja larga y cadenciosa del mar sobre la costa lejana, igual que treinta y ocho años atrás.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Pero Mortimer pudo escapar al fin. Después de todo, quizá logró tomar el tren de medianoche.</div>
Martín Rondinahttp://www.blogger.com/profile/07042386397707757311noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-8713830356491950677.post-51426137916430892162016-09-02T00:40:00.000-03:002016-09-02T00:40:42.074-03:00Psicosis - Robert Bloch (Reseña)<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://3.bp.blogspot.com/-9VW4asL-Br4/V8jzNgsFnSI/AAAAAAAABsQ/gEhRRtzGFHEZFNAa4kH_sndLROJTlJR-ACLcB/s1600/Psicosis.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="200" src="https://3.bp.blogspot.com/-9VW4asL-Br4/V8jzNgsFnSI/AAAAAAAABsQ/gEhRRtzGFHEZFNAa4kH_sndLROJTlJR-ACLcB/s200/Psicosis.jpg" width="128" /></a></div>
<br />
<b>Nombre: </b>Psicosis<br />
<b>Autor: </b>Robert Bloch<br />
<b>Páginas: </b>187<br />
<b>Género: </b>Thriller<br /><br />
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;">En psicosis conoceremos la historia de Norman Bates, adulto de 40 años, encargado del Motel Bates. En una noche lluviosa, Mary se encuentra huyendo de su hogar, con 40.000 dólares en la guantera de su auto hacia la ciudad de Fairvale. Toma erróneamente la bifurcación de la carretera principal, haciendo que se extravíe en el camino, luego de horas de estar conduciendo bajo la lluvia y desesperada por no saber dónde se encuentra, se topa con un motel, el "Bates Motel". Norman, el encargado, le dará la llave de su habitación y la invitará a cenar a su casa. Pero durante la cena, Mary descubrirá que Norman es un hombre muy extraño, soltero con 40 años, nunca tuvo trato con una mujer y tiene una relación obsesiva con su madre con su madre, lo que Mary no imaginaba, era que esa iba a ser su última cena.</span><br /><b style="font-family: inherit;"><u><br /></u></b></div>
<div style="text-align: justify;">
<b style="font-family: inherit;"><u>Opinión personal:</u></b><br /><span style="font-family: inherit;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;">Conocía Psycho por su famosísima adaptación cinematográfica a manos del maestro Hitchcook. No había tenido la oportunidad de conseguir la novela que le dio el origen a la película. Pero por suerte pude solventar eso y finalmente adquirí esta historia. Es un thriller, corto, de aproximadamente 187 páginas depende la edición, en mi caso los "Jet" de Plaza y Janés. La historia engancha desde el principio y fluye rápidamente, no tiene complicaciones y se puede leer en dos o tres dias. La novela me gustó, pero no me fascinó. El argumento es interesante, pero a mi me resultó que todo se desarrollaba de una manera demasiado "fácil", no hay muchos giros en la historia, no hay trabas o encrucijadas, a mi parecer todo es demasiado lineal y predecible, me hubiese gustado que el libro tenga momentos de mayor tensión. Aún así, lo recomiendo para quienes busquen una novelita de suspenso que sea ágil, para leerse en unos pocos dias y sin un argumento complejo, en ese aspecto la considero ideal.</span></div>
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<span style="font-family: inherit;"><br /></span></div>
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<span style="font-family: inherit;"><b><u>Video reseña:</u></b></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;"><b><u><br /></u></b></span></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<iframe width="320" height="266" class="YOUTUBE-iframe-video" data-thumbnail-src="https://i.ytimg.com/vi/7DI32qFq5hI/0.jpg" src="https://www.youtube.com/embed/7DI32qFq5hI?feature=player_embedded" frameborder="0" allowfullscreen></iframe></div>
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<span style="font-family: inherit;"><b><u><br /></u></b></span></div>
Martín Rondinahttp://www.blogger.com/profile/07042386397707757311noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-8713830356491950677.post-78424024996349865762016-08-17T22:26:00.001-03:002016-08-17T22:26:09.958-03:00La transición de Juan Romero - H.P. Lovecraft (Reseña+Relato)<div style="text-align: justify;">
Hola gente! hoy les traigo el segundo video especial dedicado a <b>H.P. Lovecraft</b> en su semana aniversario. En esta ocasión les dejo la reseña y el relato completo para que lean de <b>"La transición de Juan Romero"</b>, un cuento misterioso y enigmático que recomiendo muchísimo, espero que lo disfruten y si gustan, pasen a ver mi canal de YouTube para encontrar mas contenido.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<iframe width="320" height="266" class="YOUTUBE-iframe-video" data-thumbnail-src="https://i.ytimg.com/vi/5CfEKeWp9TY/0.jpg" src="https://www.youtube.com/embed/5CfEKeWp9TY?feature=player_embedded" frameborder="0" allowfullscreen></iframe></div>
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<br /></div>
<div style="text-align: center;">
<b>La transición de Juan Romero - H.P Lovecraft</b></div>
<div style="text-align: center;">
<b><br /></b></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;">No disfruto al hablar de los sucesos ocurridos en la mina Norton el 18 de octubre de 1894. Un sentimiento de obligación para con la ciencia es lo que me lleva a recordar esta época de mi vida, escenas y hechos cargados de un horror doblemente intenso por cuanto no puedo definirlo con claridad. Pero creo que antes de morir debo contar cuanto sé de la -llamémosla transición- de Juan Romero.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;">La posteridad no necesita saber ni mi nombre ni mi origen; de hecho, creo que es mejor omitirlos, ya que cuando un hombre emigra repentinamente a los Estados Unidos o a las colonias deja atrás el pasado. Además, lo que yo fuese una vez carece de la menor relevancia en el relato, excepto quizás la circunstancia de que durante mi servicio en la India me sentía más a gusto entre los maestros nativos de barbas blancas que entre mis compañeros oficiales. Había ahondado no poco en los extraños saberes orientales cuando sufrí las calamidades que me empujaron en busca de una nueva vida en el gran Oeste americano... una vida en la que me pareció mejor tomar otro nombre, el que ahora llevo, que es muy común y no significa nada.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;">Durante el verano y el otoño de 1894 viví en las áridas extensiones de las montañas Cactus, empleado como peón en la famosa mina Norton, cuyo descubrimiento por un viejo propector algunos años antes había convertido los contornos de una zona apenas poblada en un hirviente caldero de sórdida vida. Una caverna de oro, bajo un lago de montaña, había enriquecido a su venerable descubridor más allá de los sueños más disparatados, y ahora era el escenario de masivas operaciones de apertura de túneles por parte de la corporación que había terminado comprándola. Se habían descubierto más grutas y la producción de amarillo metal resultaba asombrosamente grande, por lo que un poderoso y heterogéneo ejército de mineros se afanaba día y noche en las numerosas galerías y oquedades pétreas. El superintendente, un tal señor Arthur, disertaba a menudo sobre la singularidad de las formaciones geológicas locales, especulando sobre la posible extensión de la red de cueva y estimando el futuro de la titánica empresa minera. Consideraba que aquellas cavidades auríferas eran el resultado de la acción del agua, y creía que pronto se franquearía la última de ellas.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;">Al poco de llegar yo y ser contratado, Juan Romero vino a la mina Norton. Uno más de la inagotable caterva de mejicanos sucios que llegaban del país vecino, llamó desde un principio la atención por sus facciones, que, aunque claramente del tipo piel roja, resultaban, sin embargo, destacables por su color claro y sus rasgos refinados, completamente diferentes de los vulgares «greasers» o piutes de la localidad. Es curioso que, aun diferenciándose de forma tan asombrosa de los indios hispanizados o los puros, Romero no daba impresión de poseer traza de sangre caucasiana. No era el conquistador castellano ni el pionero americano, sino el antiguo y noble azteca el que venía a la imaginación cuando el silencioso peón se levantaba al clarear, contemplando fascinado cómo el sol se alzaba sobre las colinas orientales y tender al tiempo sus brazos al orbe, como ejecutando algún rito cuya naturaleza ni él mismo llegaba a comprender. Pero, aparte de su rostro, Romero no daba ni un atisbo de nobleza. Sucio e ignorante, su lugar estaba junto a los otros cetrinos mejicanos, siendo procedente (según me contaron más tarde) de los más bajos estratos sociales de los contornos. Fue encontrado de niño en una tosca choza montañesa, el único superviviente de una epidemia que había diezmado la zona. Cerca de la choza, al pie de una fisura en la roca, bastante insólita, se hallaban dos esqueletos recién descarnados por los buitres; presumiblemente los restos de sus progenitores. Nadie recordaba sus identidades y pronto casi todos los olvidaron. Además, el derrumbamiento de la cabaña de adobe y el cierre de la fisura rocosa como consecuencia de una posterior avalancha había ayudado a difuminar aún más todo aquello en el recuerdo. Criado por el cuatrero mejicano que le prestara su apellido, Juan se diferenciaba poco de sus iguales.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;">El aprecio que Romero me mostraba tenía sin duda su origen en el extraño y antiguo anillo hindú que yo acostumbraba a lucir cuando no estaba trabajando. Prefiero no comentar ni su naturaleza ni cómo había llegado a mis manos. Era mi última ligazón con un capítulo de mi vida ya cerrado para siempre, y lo tenía en gran estima. Pronto descubrí que aquel mejicano de extraño aspecto estaba también interesado en él, observándolo con una expresión que ahuyentaba cualquier sospecha de mera codicia. Sus antiguos símbolos parecían avivar algún débil recuerdo en su mente, inculta pero despierta, aunque no podía haberlo visto antes. A las pocas semanas de su llegada, Romero era como mi fiel sirviente, a pesar de que yo mismo no era sino un vulgar minero. Nuestra conversación era por fuerza limitada. Él sabía unas pocas palabras de inglés, mientras que yo descubrí que mi español de Oxford a veces difería notablemente de la jerigonza del peón de Nueva España.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;">Los sucesos que estoy a punto de relatar no se vieron precedidos por grandes presagios. Aun cuando Romero me resultaba un personaje interesante, y aunque mi anillo le había afectado de manera tan peculiar, no creo que ninguno de nosotros tuviese atisbos de lo que ocurriría tras la gran explosión. Considerandos de orden geológico habían aconsejado una prolongación hacia abajo de la mina, partiendo de la parte más profunda del área subterránea, y, creyendo el superintendente que no encontraría sino roca sólida, se había colocado una prodigiosa carga de dinamita. Ni Romero ni yo estábamos conectado con tal trabajo, así que la primera noticia que tuvimos de los extraordinarios pormenores nos llegó por intermediación de otros. La carga, quizás más potente de lo esperado, pareció estremecer la montaña entera. Las ventanas de los barracones de la ladera saltaron en pedazos con la onda de choque, mientras que los mineros situados en pasadizos próximos se vieron derribados. El lago Joya, cercano al lugar del suceso, se encrespó como alborotado por la tempestad. Al investigar, se descubrió un nuevo abismo abierto sin fin bajo el lugar de la explosión; una sima tan monstruosa que ninguna sonda de mano alcanzaba a medirla, ni lámpara alguna a iluminarla.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;">Confundidos, los picadores tuvieron una conferencia con el superintendente, que mandó grandes tramos de cuerda al hoyo, ordenando que se empalmara y arriara sin tregua, hasta tocar fondo. No tardaron los empalidecidos trabajadores en informar al superintendente de su fracaso. Firme pero respetuosamente, le dieron cuenta de su negativa a volver al abismo o siquiera a trabajar de nuevo en la mina hasta que éste fuese cegado. Sin duda, estaban ante algo que rebasaba su experiencia, ya que, hasta donde a ellos les constaba, aquel vacío era infinito.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;">El superintendente no se lo reprochó. De hecho, reflexionó a fondo e hizo múltiples planes para el día siguiente. El turno de noche no acudió esa tarde al trabajo. A las dos de la mañana, un solitario coyote comenzó a aullar quejumbrosamente en la montaña. En algún lugar dentro de la prospección un perro ladró en respuesta; al coyote... o a lo que fuese. Una tormenta iba formándose sobre la sierra y nubes de extrañas formas corrían de forma horrible por el turbio camino de luz celeste que mostraba los intentos de una luna gibosa por brillar a través de multitud de capas de cirrostratros. La voz de Romeno, procedente de la litera superior, me despertó; una voz tensa y excitada por culpa de una expectación indeterminada que yo no llegaba a entender.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;">-¡Madre de Dios!... el sonido... ese sonido... ¡oiga usted!... ¿lo oye usted?... ¡Señor, ESE SONIDO!</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;">Escuché, preguntándome a qué sonido podría referirse. El coyote, el perro, la tormenta, todo eso era audible; esta última cobraba ahora fuerza mientras el viento aullaba más y más frenéticamente. Se veían relámpagos por las ventanas del barracón. Le pregunté al nervioso mejicano, enumerando los sonidos escuchados:</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;">-¡El coyote?... ¿el perro?... ¿el viento?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;">Pero Romero no contestaba. Luego comenzó a murmurar espantado:</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;">-El ritmo, señor... el ritmo de la tierra... ¡ESA VIBRACIÓN BAJO EL SUELO!</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;">Y ahora yo también lo escuché; lo escuché y me estremecí sin saber por qué. Abajo, muy por debajo mío había un sonido -un ritmo, tal como dijera el peón- que, aunque sumamente débil, aún así se imponía al perro, al coyote y la tormenta que arreciaba. No tiene sentido tratar de describirlo... ya que es algo imposible de describir. Pudiera ser como el latido de las máquinas muy abajo en los grandes buques, tal como se siente desde cubierta, aunque no era tan maquinal, tan desprovisto de vida y consciencia. De todas sus características, fue su hondura lo que más me impresionó. A mi cabeza acudieron fragmentos de un pasaje de Joseph Glanvill que Poe ha citado con tremendo efecto...</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;">«La amplitud, profundidad e insondable de Su creación, que tienen una hondura mayor que la del pozo de Demócrito.»</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;">Repentinamente, Romero saltó de su litera, deteniéndose ante mí para mirar el extraño anillo en mi mano, que relucía extrañamente a cada relámpago, escrutando luego con intensidad en la dirección de la boca de la mina. Yo también me levanté, y no nos movimos durante un rato, aguzando el oído mientras el extraordinario ritmo parecía tomar más y más cualidad de vida. Entonces, sin aparente voluntad, comenzamos a ir hacia la puerta, cuyo batir en alas del temporal daba una confortante sugerencia de realidad terrena. El canto de las profundidades -de las que ahora parecía brotar el sonidoaumentaba en volumen y definición, y nos sentimos irresistiblemente urgidos afuera, a la tormenta y la hueca negrura de la boca.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;">No nos cruzamos con criatura viviente alguna, ya que los hombres del turno de noche habían sido liberados del trabajo y ahora estaban sin duda en el poblado de Dry Gulch, propalando rumores siniestros en el oído de algún adormilado tabernero. Sin embargo, un pequeño cuadrado de luz amarilla, como un ojo guardián, resplandecía en la caseta del vigilante. Me pre- gunté de pasada cómo habría afectado el rítmico sonido a éste, pero Romero se apresuraba y yo le seguí sin detenerme.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;">Según entrábamos en el pozo, el sonido inferior se convirtió definitivamente en algo compuesto. Me resultaba horriblemente parecido a alguna especie de ceremonia oriental, con batir de tambores y cánticos de múltiples voces. Yo, como bien saben, estuve mucho tiempo en la India. Romero y yo, casi sin vacilar, atravesábamos túneles y bajábamos escalas, encaminados siempre hacia lo que nos atraía, aunque reluctantes y presos de un lastimero e indefenso temor. Una vez creí haberme vuelto loco... fue cuando, asombrado al notar que nuestro camino estaba iluminado sin el concurso de lámparas o velas, descubrí que el viejo anillo en mi dedo resplandecía con espectral radiación, derramando un pálido brillo a través del aire húmedo y pesado en el que estábamos sumidos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;"><br /></span></div>
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<span style="font-family: inherit;">Sin previo aviso, Romero, tras descolgarse por una de las muchas rústicas escalas, echó a correr dejándome solo. Alguna nota nueva y extraña en aquellos redobles y cánticos, perceptible sólo de forma muy ligera para mí, lo habían abocado a ello, y, lanzando un grito salvaje, se adentró totalmente a ciegas en las tinieblas de la caverna. Escuché sus gritos repetidos delante mío mientras trastabillaba con torpeza en los sitios nivelados y descendía enloquecido las desvencijadas escalas. Aterrado como me encontraba, aun guardaba el suficiente sentido como para notar que su habla, cuando resultaba articulada, no se parecía a nada que yo conociera. Polisílabos duros pero impresionantes habían suplantado a la acostumbrada mezcla de mal español y peor inglés, y de entre ellos sólo el «Huitzilopotchli», frecuentemente repetido, me resultaba al menos familiar. Más tarde ubiqué esa palabra entre los trabajos de un gran historiador... y me estremecí al establecer las asociaciones.</span></div>
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<span style="font-family: inherit;">La culminación de esa noche espantosa fue complejo aunque algo breve, comenzando al alcanzar la última caverna del periplo. De la oscuridad que tenía inmediatamente delante brotó un último grito del mejicano, acompañado por un coro de sonidos tan terribles que no podría oírlos de nuevo y sobrevivir. En ese instante pareció como si todos los terrores y las monstruosidades ocultas de la tierra se hubieran vuelto tangibles en un esfuerzo por aplastar a la humanidad. Simultáneamente se apagó la luz de mi anillo y distinguí el resplandor de una nueva luz que procedía de algún espacio inferior, aunque sólo se hallaba a unos metros delante. Había llegado al abismo, que ahora resplandecía rojizo, y que, evidentemente, había devorado al infortunado Romero.</span></div>
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<span style="font-family: inherit;">Avanzando, me asomé al borde de esa sima que ninguna sonda alcanzaba a medir y que ahora era un pandemónium de llamas que saltaban con pavoroso rugir. Al principio no distinguí sino un turbulento hervidero de luminosidad; pero luego algunas sombras, todas infinitamente lejanas, comenzaron a perfilarse entre la confusión y vi.... ¿era eso Juan Romero?... ¡pero, por Dios! ¡no me atrevo a decir lo que vi!.. algún poder celestial, viniendo en mi ayuda, ocultó imágenes y sonidos en una especie de choque como el que debe escucharse cuando dos universos colisionan en el espacio. Se desató el caos y me fue concedida la paz de la inconsciencia.</span></div>
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<span style="font-family: inherit;">Apenas sé cómo proseguir, ya que hay involucradas unas condiciones tan singulares; pero debo llegar al final sin intentar discernir qué fue real y qué ilusión. Al despertar, estaba sano y salvo en mi barraca, y el resplandor rojo del alba se divisaba desde la ventana. Algo más allá yacía, sobre una mesa, el cuerpo sin vida de Juan Romero, rodeado por un grupo de hombres entre los que se contaba el médico del campamento. Hablaban de la extraña muerte que había sobrevenido al mejicano durante el sueño; una muerte al parecer conectada de alguna forma con el terrible rayo que había alcanzado y estremecido a la montaña. No había causa visible de la muerte, y una autopsia no pudo encontrar una razón por la que Romero no pudiera estar vivo. Por retazos de conversa- ción, supe sin ninguna duda que ni Romero ni yo habíamos abandonado el barracón en toda la noche, y que nadie se había despertado al paso de la espantosa tormenta sobre la sierra Cactus. Esa tormenta, dijeron los hombres que se habían aventurado hasta el pozo de la mina, había causado grandes derrumbes, cegando completamente el profundo abismo que tanta aprensión despertara el día antes. Al preguntar al vigilante sobre qué sonidos habían precedido al poderoso trueno, mencionó a un coyote, un perro y el gruñón viento de la montaña... nada más. No tengo motivos para dudar de su palabra.</span></div>
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<span style="font-family: inherit;">Al reanudar el trabajo, el superintendente Arthur llamó a algunos hombres de toda confianza para hacer algunas investigaciones en el lugar donde surgiera el abismo. Obedecieron, aunque sin gran entusiasmo, y se hizo un profundo sondeo. Los resultados fueron muy curiosos. El techo del abismo, tal como se comprobó cuando éste se abrió, no era grueso en modo alguno; pero ahora los taladros de los investigadores se toparon con lo que parecía ser una ilimitada extensión de roca sólida. No encontrando nada más, ni siquiera oro, el superintendente abandonó esos tanteos, aunque una mirada de perplejidad asomaba a veces en su expresión cuando se encontraba meditando, sentado a su mesa.</span></div>
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<span style="font-family: inherit;">Hay otra cosa curiosa. Al poco de despertar la mañana siguiente a la tormenta, descubrí la inexplicable falta del anillo hindú en mi dedo. Lo tenía en gran estima, aunque, sin embargo, experimenté cierta sensación de alivio ante su desaparición. Si uno de mis compañeros me lo robó, anduvo lo bastante listo en librarse del botín, ya que a pesar de los reclamos y de una búsqueda policial, el anillo no volvió a ser visto jamás. De todas formas, dudo que fuera robado por manos mortales, ya que me enseñaron muchas cosas extrañas en la India.</span></div>
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<span style="font-family: inherit;">Mi opinión sobre todo esto varía de cuando en cuando. A pleno día y en casi todas las estaciones me siento inclinado a creer que casi todo fue un simple sueño; pero a veces en otoño, sobre las dos de la madrugada, cuando los vientos y los animales aúllan quejumbrosamente, me llega de una inconcebible hondura un condenado atisbo de rítmico batir... y siento que la transición de Juan Romero fue, de hecho, algo terrible.</span></div>
Martín Rondinahttp://www.blogger.com/profile/07042386397707757311noreply@blogger.com0